Qué gran diferencia del cine o la novela con la vida real, que bonita es la escena de Casablanca cantando la Marsellesa y apagando las voces nazis –que música, que himno- y en todo caso allí se produce una victoria. Pero…
Escuché el otro día a Almudena Grandes hablar de su nueva novela, en Jaén. Situada en la posguerra española, un grupo de maquis jienenses, combaten en los montes, asediados, derrotados… y a las preguntas de la prensa, la autora orgullosa, lanza la proclama de que aquellos guerrilleros eran una referencia esperanzadora para los que vivían en los pueblos.
No, cada vez me gusta menos esta épica de los derrotados, solo conduce a soñar con los desastres y potenciar la rebeldía del pisoteado cuando ya no hay remedio. La guerra se había perdido y quiere hacernos creer que unos pocos individuos podían generar esperanza en el pueblo, porque podían cambiar la situación, cuando pocos meses antes muchos cientos de miles no lo habían logrado.
Pues no, era imposible, y ya entonces, en aquellos tiempos, había que haberse puesto a hacer otras cosas. Que unas personas hicieran aquello y se les guarde cariño y respeto, sin duda merecidos, pero no debe esconder el mensaje de que aquello era un error y menos difundirlo como valor progresista.
Pero ¿de qué hablamos?, de pelear cuando nos han aniquilado o de resistir como se pueda. Esa corriente tan española dentro de las izquierdas de no defender lo que tenemos en el momento posible o conveniente, porque lo que vivimos no es el sueño del paraíso, pero estar dispuesto a luchar bravamente cuando nos lo han quitado, se implantó en la sociedad actual, en la que se ve a muchas personas felices de moverse en manifestaciones de 5000 individuos por tal o cual motivo –completamente justificados- pero incapaces de juntarse hace meses para defenderlos desde mejores posiciones.
A mi me causa pena. Y rabia