Cuando yo era pequeña mis padres se dieron cuenta de que tenía cierta facilidad para comunicarme con cualquier persona: si iba sentada en el carro, iba saludando a la gente, establecía conversaciones con otros niños y adultos cuando íbamos de vacaciones fuera (o dentro) de España, sin importar de dónde fuera mi interlocutor… A veces no hablábamos el mismo idioma pero al final nos entendíamos.
Antes de nada quiero aclarar una cosa, para quien no lo sepa, mis lenguas maternas son 2: el castellano y el catalán (en su variante valenciana, si queréis, pero vamos, no viene al caso); pero siempre he considerado que en realidad eran 3.
Mi 3º idioma nativo es la música.
Desde bien pequeña mis padres se percataron de mi facilidad por repetir, recrear, inventar, entonar… expresarme a través de los sonidos y los ritmos. En el colegio teníamos muchos instrumentos, aprendíamos a tocarlos, a reconocer cómo sonaba cada uno de ellos o a imitar su manera de “hablar”. Así que, afortunadamente y con gran acierto, mis padres valoraron la posibilidad de que aprendiera en profundidad ese nuevo idioma: la MÚSICA.
La música tiene otras bases ortográficas, lingüísticas, gramaticales… que nada tenían que ver con lo que yo estudiaba en “caste” -castellano- o “valen” -valenciano- (sujeto, verbo, predicado y esas cosas que todos recordamos con más o menos simpatía). Pero, en realidad, sí sigue una estructura y empecé a darme cuenta de que estaba relacionada con las MATEMÁTICAS. Cuantas más matemáticas aprendía en clase, más comprendía la base de la música, y cuanta más música sabía, más capacidad de comprensión y expresión oral y escrita tenía en otros idiomas. Las mates me ayudaban con la música y la música con la lengua castellana, catalana e inglesa (y las que vinieran, como más tarde comprobé)…
La MÚSICA amplió mi capacidad de comprensión, de expresión, de interacción… Además me dio herramientas para relacionarme con gente con la que, hasta entonces, no podía comunicarme por desconocer el idioma materno (y ellos el mío). También me enseñó historia porque la música cuenta sucesos y porque no es igual la música medieval que la del s. XVII. Hablé con Bach, Mozart, Brahms, Vivaldi, Beethoven… y lo mejor es que podía comprenderlos aun sin entender alemán, por ejemplo.
Poco a poco, en la escuela de música fui subiendo de nivel y tuve que elegir un instrumento (además de la propia voz) para poder expresarme: escogí violín. En mi escuela de música no tenían más violines para dejar a los alumnos, como era lo habitual, así que me tuve que comprar uno. Mis padres hicieron un gran esfuerzo económico comprándome un violín; yo, con mis pequeñas manos y brazos, hice un gran esfuerzo físico recibiendo ese violín, que era el más grande de los 4 tamaños de violín posibles (así evitábamos gastar en un violín nuevo cada 2 años). Aprendí humildad y esfuerzo.
Como cualquier instrumento, el violín requiere perseverancia, paciencia, disciplina… cosas que también aprendí de la música. Y aun si un día no tocaba el violín, seguía aprendiendo algo al mirarme las manos llenas de callos y cortes por las cuerdas, así que aprendí el significado del sacrificio. También aprendí el respeto y la armonía al tocar en una orquesta cuando tenía que hacerlo.
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Como os decía, la MÚSICA me permitió expresarme de otro modo, en un idioma que podía comprender mucha más gente… incluso las personas que no sabían “música”, podían entender lo que yo decía en ese idioma y conmoverse (rabia, alegría, tristeza, poder, ira, felicidad…).
Recuerdo un día en el instituto (por aquel entonces ya había dejado de ir a clases en la escuela musical porque para seguir estudiando y entrar en el conservatorio tenía que irme a 30 Km de mi casa y me era imposible), en mi clase de 3º de ESO (12/13 años), había 2 repetidores a los que, por hache o por bé (podéis sustituir H y B por “putadas”), tenía un cierto miedo -mezclado con respeto-. Eran pasotas, maleducados, agresivos e infundían el terror.
Estábamos en clase de música y el profesor puso un ejercicio del libro, teníamos que decir qué sucedía o qué nos hacía sentir una canción. La canción era el corte O Fortuna de la cantata Carmina Burana de Carl Orff. Orff eligió poemas medievales y compuso sobre 1935 una serie de canciones hasta crear una cantata que formaba parte de una trilogía. Si no conocéis este preludio, vale la pena escucharlo:
O Fortuna es en latín (el resto de canciones en otros idiomas), pero mi clase era más bien de ciencias y nadie había escogido latín; la canción original no dura ni 3 min pero el corte que teníamos en clase era de solo 1 minuto (cosas de derechos)… Por primera vez, uno de esos chicos, paró al profesor y le dijo que la volviera a poner, visiblemente emocionado.
La poníamos cada día en clase, se la puso en el móvil, cogía la letra en latín y la intentaba traducir, se conmovió, se emocionó y sustituyó parte de su dosis diaria de música máquina (ojo, que también está bien), por Carmina Burana ENTERA. Su relación con la gente cambió bastante tras este “incidente” y, aunque aun habían ciertas reticencias, era mucho más fácil acceder a cualquiera de los dos y destruir ciertos muros.
La música les enseñó a expresar sus sentimientos y pensé que en realidad tenían más miedo ellos que yo. Evidentemente no se convirtieron en directores de orquesta por arte de magia pero, aunque seguramente no lo recuerden como algo significativo, ese encuentro con la música, afectó a su vida de una manera muy positiva.
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Esta misma semana el Gobierno español ha decidido que la música no es importante y que los niños de Primaria (entre 6 y 12 años) no tienen por qué estudiarla, que no es necesaria. Y va acortando y acortando las horas dedicadas…
Creo que hay pocas cosas que pueda añadir pero si hay algo que pueda decir de más es que:
la música forma parte de la vida, la armonía rige en las ciencias, el sonido en un idioma es de vital importancia (el chino es IMPOSIBLE de hablar si no tonalizas, no sé si esto el Ministro, tan fan del chino, lo sabe; no sé si sabe que hay 4 tonos en el mandarín, que has de hacer cantando y que son súmamente importantes si quieres que te entiendan), en cualquier idioma y cuando hay idiomas sin sonido (morse, de señas…) aparece el ritmo para poder agrupar ideas…
Qué casualidad que todo sea música.
Cuando pregunto a mis padres por qué me apuntaron a la escuela de música cuando vieron que en el colegio tenía cierta facilidad para ella, siempre me dicen lo mismo:
“Queríamos que aprendieras otro idioma diferente”.
Esa es su frase. No es porque la niña bailaba o cantaba con gracia, no es porque así podría hacer una actividad extraescolar más, no es para que me juntara con otros críos, es porque querían que yo tuviera la libertad de escoger cómo expresarme de la mejor manera y la más cómoda para mí.
La música me ha dado la posibilidad de aprender otras cosas que no tienen nada que ver con la música pero que son importantes para la vida, no son experiencias personales, son útiles y extrapolables a cualquier persona.
No vivo de, ni soy una profesional de la música (hace 15 años que dejé de ir a clases y el último curso de la educación obligatoria con música es 3º de ESO), empecé estudiando biología, seguí con publicidad y marketing, idiomas, nada relacionado en principio pero, sinceramente, no entiendo mi vida sin música.
Señor Ministro, si quiere que estudiemos chino, mire cómo los chinos estudian chino:
¡Oh, qué sorpresa, para estudiar chino mandarín, este chico pone ejemplos musicales!
No me toque los bemoles, que me altera mi armonía.