Foto: Charo Guijarro
Estrenamos la sección AfroPsicología con ilusión y esperando que os guste el enfoque y los temas seleccionados.
Para comenzar, quiero tratar una cuestión con la que la mayoría de personas con el pelo afro y/o las madres y padres de niños con afro os sentiréis identificados.
Esta cuestión es la relacionada con la siguiente situación: niño con afro que va tranquilamente por la calle (o entra a una tienda, al pediatra, en un restaurante… en cualquier lugar público) y adulto desconocido/a que se abalanza a tocarle el pelo al son de “¡¡¡qué pelo más bonito!!!!”. ¿Os suena? Seguro que sí.
Pues bien, esta cotidiana situación que en muchos casos se repite casi a diario o varias veces al día es aparentemente inofensiva. Sin embargo, tiene más importancia de la que a priori puede parecer. La importancia reside no tanto en la interacción del desconocido, sino en la gestión de la madre o el padre de dicha interacción, pues con ella estamos transmitiendo una valiosísima información a nuestros hijos (en una u otra dirección).
Está claro que el adulto desconocido es bienintencionado en su impulsivo comportamiento. Es más, lo hace apelando a la belleza del cabello del niño. Sin embargo, no está respetando en absoluto el espacio personal y emocional del niño. Nada en absoluto.
Si nos ponemos en el lugar del niño, una persona desconocida, cuyas intenciones y expectativas nos son ajenas, de un tamaño mucho mayor del nuestro, establece contacto verbal y físico con nosotros súbitamente, sin una presentación previa, un contacto menos estrecho para empezar, la posibilidad de anticipar las reacciones de dicha persona u obtener la información necesaria para poder crearnos una idea sobre la persona en cuestión. ¿Cómo nos sentiríamos? Asustados, como mínimo ¿verdad?
Pues eso es lo que sienten muchos niños cuando algún adulto desconocido se lanza a tocarle el pelo: temor, inseguridad, malestar, rechazo a la situación… Es por esto que a la mayoría de los niños no les gusta que les toquen el pelo los desconocidos.
Sin embargo, si nos ponemos en el lugar del adulto desconocido y entendemos su buena intención, su ternura hacia el niño y su afro, su ilusión por tocar ese llamativo pelo… puede olvidársenos la percepción del niño y, no nos engañemos, somos adultos y muchas veces nos es más fácil ponernos en el lugar de otro adulto que en el de un niño.
El quid de la cuestión: la manera en que intervenimos ante esta situación y por qué es tan importante
Pues bien, como comentaba antes, la manera en que los padres intervenimos ante esta situación es muy importante para el desarrollo de habilidades personales fundamentales para la vida de nuestros hijos.
Tenemos, a grandes rasgos, dos pociones:
Opción 1: Identificarnos con el adulto y animar a nuestro hijo a que acepte de buen grado la impulsiva interacción.
Opción 2: Empatizar con el niño, comprender su malestar e intervenir en pro del respeto a su espacio personal y emocional, explicando (amablemente) al adulto en cuestión que al niño no le gusta o no quiere que le toquen el pelo.
Evidentemente, la opción más recomendable para contribuir a un adecuado desarrollo personal de nuestro hijo es la segunda.
La opción 1 transmite un mensaje potencialmente peligroso al niño: “debes aceptar interacciones que te incomodan para complacer al otro, aunque éste sea un desconocido”.
Si extrapolamos este mensaje a situaciones en las que existe un peligro real, vemos cómo el niño quedaría desprovisto de estrategias protectoras frente a interacciones abusivas o que entrañan un riesgo real.
Por el contrario, la opción 2 es protectora y fomenta habilidades personales importantes, pues se el transmite al niño que debe velar por el respeto a sí mismo, a su bienestar físico y emocional por encima de las expectativas o deseos de otras personas.
Asimismo, se le ofrece un modelo asertivo de respuesta, haciendo respetar su espacio personal de una manera no agresiva.
Por otra parte, contribuye al desarrollo de una buena autoestima, pues se están respetando sus gustos y preferencias.
Además, se refuerza la confianza en sí mismo y en su entorno, ya que se está sintiendo protegido y valorado por sus padres.
Por todo ello, os recomiendo que, en estas situaciones empat icéis con vuestros hijos e intervengáis de manera asertiva. A veces es complicado, pues puede resultarnos incómodo intervenir contra las expectativas de otro adulto, pero si lo hacemos con una sonrisa resultará más fácil.
Espero que mis consejos os sirvan de ayuda para la gestión de este tipo de situaciones y estaré encantada de leer vuestras aportaciones en los comentarios.