Hasta ahora tenía a Millás por el gamberro supremo de la literatura española contemporánea: un tío capaz de rozar lo sublime (el demasiado breve primer capítulo es brillante) y pasarse directamente al esperpento sin tramos intermedios (la excusión de una panda de zapatos al cementerio del segundo es para nota).
Lo que sucede es que, al final se le acaba tomando un cierto gusto la visión de la realidad que nos aporta: hecha a medias de las neurosis de cada uno y de los pensamientos y aventuras de los objetos del relato, que deberían de ser inertes y no lo son. Una mirada diferente a las personas comunes en historias comunes, o no tanto.
Una nota poco tranquilizadora de que -además de la nuestra- hay otras visiones cercanas de nuestra propia vida.
Millás. Lo tomas o lo dejas.