En una película de Gonzalo García Pelayo, de las calles interiores que rodean la Plaza del Pelícano en Sevilla, emergía una pintada en la pared que rezaba: "No prohibáis tanto que no me da tiempo a desobedecerlo todo". Toda una genialidad liberal. Esta semana pasada hemos visto con claridad cómo España arruinaba su prestigio exterior y ya veremos qué intereses nacionales cuando saltaban a la luz conductas vergonzosas y traicioneras de su presidente, Pedro Sánchez.
¿Que qué es traición? Shakespeare intentó aclararlo en su Macbeth: "Traidor es el que jura y el que miente". Pero no. Mejor Alonso de Covarrubias. Traidor es quien pone a los suyos en manos del enemigo, y añado yo, mediante la entrega de un arma irresistible o debilitando conscientemente sus defensas.
En una democracia no puede hablarse de traición entre los rivales políticos por defender ideas opuestas sobre un problema, como recuerda el especialista en traiciones españolas, Bruno Padín. Pero lo que ha perpetrado Pedro Sánchez esta semana pasada debe calificarse de traición al reglamento fundamental de la democracia española, de traición a los intereses lejanos y cercanos de la inmensa mayoría de los españoles y de traición a sus propios amigos y a países vecinos.
Rosa Díez subraya con tesón el calificativo de "psicópata de la Moncloa" para iluminar la esencia del comportamiento de Pedro Sánchez. Si alguien creyó que exageraba no tiene más que añadir a su historial de mentiras, desde su currículo a votos falsos en congresos propios, desde el tratamiento a las víctimas de ETA a sus falsas "pesadillas" prelectorales negando su coalición con Podemos y los separatistas, lo recién ocurrido. Me refiero esencialmente al hecho de que un presidente que sólo tiene 120 escaños, un tercio del Congreso, se atreva a imponer una nueva política exterior de España sobre el Sáhara de manera autoritaria y caprichosa. Yo creo que esto es una traición a la democracia, una más que añadir a la consagración de desigualdades no admisibles en la Constitución como ha subrayado Amando de Miguel.
Hemos consentido tantas deslealtades al espíritu constitucional, desde los fueros vasco y navarros a la ley de violencia de género, que ni siquiera sentimos como grave lo que ha ocurrido. No es que Pedro Sánchez haya obrado con mala fe y a espaldas de Argelia, que lo ha hecho. No es que desairara alevosamente a Marruecos, que lo hizo, ordenando una torpe y ridícula entrada en España del presunto criminal Brahim Ghali por "razones humanitarias". No es que haya despojado deslealmente de derechos internacionales a los saharauis, que hablan español y cuya personalidad política se había amparado hasta ahora. Ni siquiera es que haya estafado a sus socios de gobierno, Podemos e IU, sobre todo, que lo ha consumado.
No es que todo eso lo haya hecho con nocturnidad, engaño y malas artes (nos hemos enterado por Marruecos). Lo decisivo es que, sin tener derecho político a decidirlo ni peso político exigible para hacerlo, un presidente socialista se carga en un pispás una posición defendida hace décadas por España en todos los foros internacionales. Esto ha sido una traición a la democracia y a sus modos esenciales de funcionamiento.
Además, este presidente ha puesto en riesgo grave los intereses nacionales, como se demostró en los acontecimientos de Ceuta tras acoger a Ghali, como se ha demostrado con el cierre del gaseoducto marroquí, como se puede esperar si Argelia decide romper sus acuerdos para suministro de gas a España en un momento en el que Rusia está atacando a Ucrania, sin mencionar otras consecuencias posibles para la seguridad nacional.
Lo natural, si España cultivara con esmero una democracia sana, que no es el caso, es que los socios de Pedro Sánchez, horrorizados por el contubernio y la infidelidad, abandonaran el gobierno y forzaran unas elecciones generales inmediatas. Y que el clamor de la oposición en su conjunto lo lograra. Pero ya verán cómo no y nos tragaremos más hechos consumados hasta la desmoralización democrática y nacional.
Tanta monta, que la pregunta es si queda alguien a quien este señor no haya vendido dentro y fuera de su partido. Por ello, no hay otra por ahora, me temo, que cartelear un lema derivado del mencionado más arriba. "Señor Sánchez, no nos traicione tanto que no nos da tiempo a denunciarlo todo". Y esperar a que las urnas acaben con este calvario que ya llega hasta a los supermercados.
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Pedro de Tena
20/3/2022