Apenas podían levantar los pies del suelo.
Llevaban estrellas de David cosidas a las camisas, en las que se inscribía la desdicha como si de una tarea se tratara. «No olvide su desdicha.» En algunos casos, los arrollaba como una enredadera.
Los soldados desfilaban a su lado, ordenándoles que se apresuraran y dejaran de lamentarse. Algunos no eran más que niños, pero el Führer se reflejaba en su mirada.
Contemplándolos, Liesel estaba segura de que eran las almas vivientes más desgraciadas que había visto. Así los describió por escrito. El tormento constreñía sus rostros descarnados. El hambre los devoraba al caminar. Algunos miraban al suelo para evitar la mirada de la gente en las aceras. Otros observaban suplicantes a los que habían ido a contemplar su humillación, el preludio de sus muertes. Otros rogaban que alguien, quien fuera, diera un paso al frente y los cogiera en brazos.
Nadie lo hizo.
La ladrona de libros me ha dejado muchas escenas grabadas a fuego en la memoria; algunas hablan de peticiones de besos, otras de guerras de bolas de nieve en un sótano o de estrellas que queman los ojos. Algunas me arrancan sonrisas, otras intento leerlas muy por encima porque aún hacen que escueza el corazón. Hoy quiero dejaros una de ellas, para que sirva de preludio a la reseña, que llegará un día de esta semana. Espero que os guste. ♥