Después de cruzar la Puerta del Sol, se llega a una gran terraza, desde donde se tiende la vista en una extensión inmensa; desde allí se ve la Vega, con manchas de árboles y de prados de labrantíos, que deben sus frescuras al sistema de riego implantado por los moros. El Tajo, atravesado por el Puente de San Martín y de Alcántara, precipita con rapidez sus aguas amarillentas y rodea casi por completo la ciudad. Bajo aquella terraza brillan los tejados claros y espejeantes de las casas; los campanarios de las iglesias y conventos, con azulejos verdes y blancos; por último, se ven a lo lejos los montes y los escarpados que forman el horizonte de Toledo. Esta perspectiva tiene la particularidad de que no parece existir atmósfera en ella, ni esa neblina que en nuestro país envuelve todas las perspectivas lejanas: La atmósfera, diáfana, marca con nitidez las líneas y permite distinguir los menores detalles a gran distancia. Theophile Gautier. Viaje por España (1840)
Después de cruzar la Puerta del Sol, se llega a una gran terraza, desde donde se tiende la vista en una extensión inmensa; desde allí se ve la Vega, con manchas de árboles y de prados de labrantíos, que deben sus frescuras al sistema de riego implantado por los moros. El Tajo, atravesado por el Puente de San Martín y de Alcántara, precipita con rapidez sus aguas amarillentas y rodea casi por completo la ciudad. Bajo aquella terraza brillan los tejados claros y espejeantes de las casas; los campanarios de las iglesias y conventos, con azulejos verdes y blancos; por último, se ven a lo lejos los montes y los escarpados que forman el horizonte de Toledo. Esta perspectiva tiene la particularidad de que no parece existir atmósfera en ella, ni esa neblina que en nuestro país envuelve todas las perspectivas lejanas: La atmósfera, diáfana, marca con nitidez las líneas y permite distinguir los menores detalles a gran distancia. Theophile Gautier. Viaje por España (1840)