Ayer se ha celebrado un acto de homenaje a las víctimas del franquismo en el cementerio del Este, en Madrid. Un acto que viene repitiéndose cada año, desde hace cuatro.
Os aseguro que es seguramente el acto más auténtico que se dedica a la memoria de nuestra gente. Lejos de alharacas, de flashes y del follón mediático, unos familiares organizan este homenaje de una forma sencilla, sin ruidos. No seríamos muchos los que allí estábamos, pero la emoción ha corrido a raudales. Mirar a los ojos de cualquiera de los presentes era ver lágrimas de reconocimiento y emoción.
Nada de odio o de rencor, como quieren ver aquellos que esconden nuestras víctimas con el manto del olvido. Sólo dignidad, cariño, recuerdo para los que defendieron nuestra República.
Allí han estado, Fernando Olmeda, Amparo Climent, Álvaro de Luna, José María Alfaya, Pilar Bardem, José Antonio Martín-Pallín, la entrañable Paquita y más… Gente que ha colaborado de forma altruista por una causa, por una verdadera causa justa. Al margen de gobiernos y políticos sin voluntad, ayer se ha devuelto, como cada año, con cariño y emoción la dignidad de esa gente, muchos de los cuales, hoy todavía siguen sin enterrar en cunetas desconocidas.
Entre canciones de Alfaya y poemas recitados y cantados de García Lorca y Miguel Hernández, escritos de Clara Campoamor y de Manuel Azaña, se acabó con un canto único, todos juntos: La Internacional.
De entre todo lo leído, quiero destacar esta carta de despedida, que Eugenio Mesón, líder de la Juventud Socialista Unificada, escribió el día anterior a su muerte, estando en capilla, a su mujer amada, Juana Doña, otra víctima que sufrió dieciocho años de cárcel. Y dice así:
¡Ánimo Juani querida! Estoy en capilla, aquí en la misma celda, Guillermo y Mingo. No llores, Aprieta el corazón como lo aprietan diariamente millares de muchachas soviéticas que pierden la ilusión personal de su vida en los territorios de la frontera soviética. Sé que eres valerosa, y sobre todo comunista.
Muero con la tranquilidad de haber sido feliz contigo y haber permanecido siempre fiel a tu cariño.
en la amistad, en el cariño de los amigos y en Kuki, encontrarás un bálsamo para curar la herida que hoy queda abierta tan profundamente en tu joven corazón. Ten la seguridad de que muero concentrado en un solo recuerdo, tu figura, la de nuestro querido hijito y la bandera del Partido, que se ofrece victoriosa en tiempos próximos.
Ayer nos decías que si queríamos flores enviadas por ti. Sí, llévalas allí, a la fosa común, donde caigan nuestros cuerpos, que es lo único que de nosotros pueden fusilar. Si llegas a tiempo, aunque esté frío dame un beso, ¿quieres? Yo ya me llevo la esperanza y ¡estoy más contentito!
A madre, Valia, Pepito, Cheli, Antoñín, Kuki, cúbreles de besos. No quiero lágrimas, ¡Acción, acción y acción!
Eso es lo que necesita la juventud y la clase obrera.
Para ti mis postreros besos, muñeca mía. ¡Que seas feliz!
Te quiere, Eugenio.
Cuando se terminó de leer la carta, la emoción contenida, saltó y los ojos acuosos abrieron sus compuertas. Eugenio Mesón fue compañero y amigo de mi madre Carmen Almazán, y siempre me habló de él como ejemplo de hombre honesto y comprometido. Le asesinaron esa madrugada, el tres de julio de 1941 con la complicidad de la noche oscura y en silencio, a los veinticinco años.
Y hoy como siempre, podrán cortar una, dos, tres, trece rosas y más, pero no podrán detener la primavera.
Salud y República