¿No puedes apagar la luna para dormir
un poco sobre tus rodillas, para que la palabra se despierte
y alabe a una ola del trigo que crece entre las venas del mármol?
Huyes de mí, gacela temerosa, y danzas en torno a mí,
y no puedo alcanzar al corazón que muerde tus manos y grita: quédate
para que sepa de qué viento sopla sobre mí la nube de las palomas.
¿No puedes apagar la luna para que vea
la seducción de la gacela asiria traspasando a su cazador con la luna?
Te busco, pero no encuentro el camino,
¿Dónde está Sumer en mí?
¿Dónde está Damasco?
Recuerdo que te olvidé. Danza, pues, en las cimas de la palabra.
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