Mis hijos me llenan de orgullo, cada vez que veo que logran algo que les costó casi que se me cae una lágrima de felicidad. Esa meta, ese objetivo, no tiene por qué ser ganar un premio, ser el mejor ni mucho menos. Tiene que ver con haber transitado con alegría un camino y haber aprendido en el proceso.
Como mamá, cada una de nosotras ve a su hijo como el mejor: el más lindo, el más inteligente, el mejor artista y deportista. Queremos que brille, que se destaque, porque ahí también nosotras brillamos y nos destacamos. Pero este camino es peligroso, en especial porque ponemos todas nuestras expectativas, hasta los sueños que no pudimos cumplir, en los hombros de esas pequeñas personitas que están intentado crecer. ¿Y si esos no son sus propios sueños?
Uno de mis hijos vive la escuela sin esfuerzo. Recuerda y entiende rápido y por eso sus notas son muy buenas. Yo quería enseñarle a estudiar más, a trabajar para obtener ese “Felicitado”, pero no había caso porque lo obtenía sin esfuerzo. Cuando creció aparecieron las materias que le gustaban menos y tenía que poner más atención. La verdad es que me gustó que tuviera algo con lo que pudiera frustrarse un poco y tuviera que esforzarse para poder sacarlo adelante.
Ojalá que mis hijos vivan la linda experiencia de aprender, de esforzarse y lograr algo y además de entender que somos todos distintos y que por eso mismo no debemos intentar siempre progresar para ser EL mejor, sino para superarnos.
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