No lo quiero.
Así que tengo dos opciones.
Una, hacer maletas y migrar a otro planeta, donde sus habitantes tengan tres cabezas, cuatro culos y diez piernas.
Dos, ser un ejemplo para ella con mis actos, y no sólo con mis palabras.
Yo quiero que mi hija sea feliz con ella misma, y que quiera superarse a sí misma a nivel personal, pero no para perder o ganar una talla de pantalón, sino para ser buena persona y no necesitar pisar a nadie para cumplir sus sueños o alcanzar sus metas.
En el mundo en que vivimos esto es complicado, porque en la gran mayoría de conversaciones de los adultos, en esas conversaciones en las que ellos no están directamente presentes pero sí escuchan y se quedan con todo, sale a colación el tema del físico femenino. Bien porque se habla de peso, bien gracias a la operación bikini, bien porque hay dietas de por medio, bien porque si no hablamos de nosotras hablamos de quien no está delante, bien porque yo era talla 38 y ahora soy 40 y no me cabe nada.
La cuestión es que si analizamos el tiempo que pasamos preocupados por el continente, el nuestro, nos daremos cuenta de que del interior no estudiamos ni para la recuperación de septiembre.
Mi hija tiene casi 9 años. Y, por suerte, llevo 9 años no hablando de mi cuerpo en su presencia. He estado más delgada, más rellenita, he tenido el pecho más grande, más pequeño, el culo más alto, más bajo, más grande, la barriga más plana, menos plana, con lorza... Lo que viene siendo haber sido madre en dos ocasiones y haber sufrido multitud de cambios en espacio de 9 años, por los embarazos, la retención de líquidos, la menstruación, la lactancia y lo que viene siendo la edad. Básicamente.
Y llevo 9 años aprendiendo a amarme a mí misma así. Con todos esos cambios. Porque este cuerpo es sólo mío, y nadie mejor que yo para quererlo, aceptarlo y, en consecuencia, querer cuidarlo. Pero no por seguir unos patrones, unas modas o una tendencia. Sino porque sólo tengo éste, y quiero que lo que tenga que vivir dentro de él sea sintiéndome fuerte, sana y bien.
Como todas o la mayoría de mujeres, en la adolescencia viví rodeada de complejos, porque también viví rodeada de tontería. La televisión y las revistas nos llenan la vista con tanta superficialidad que, obviamente, en esa edad en la que estamos intentando descubrir quiénes somos y qué hacemos aquí, toda esa información superflua nos llena aún más de inseguridades, y acabamos deseando ser como no somos y quienes no somos.
Queremos otro tipo de cabello, otra altura, otro pecho, otra nariz, otros pies... Y así hasta casi querer cambiarnos por entero.
Sé que mis hijos han de pasar por la adolescencia. Y sé que mi hija entrará en ella con esas inseguridades y dudas que luego harán de ella una gran mujer. Pero si ahora, que va camino, asentamos en ella una base fuerte de confianza en sí misma o, simplemente, de amor por su persona, toda ella, por dentro y por fuera, tengo la esperanza de que llegue a la edad adulta amando su físico, queriendo ser una mujer fuerte y sana, y no una mujer esclava de cánones, tallas y determinado físico.
Yo no quiero que mi hija viva obsesionada con su cuerpo. Y por eso rechazo todas esas situaciones en las que, estando ella delante, se habla de engordar, adelgazar, hacer dieta o deporte por lucir cuerpo como si se nos fuera la vida en ello. Rechazo la obsesión por los extremos. Rechazo el pasar de cuidarse a obsesionarse. Rechazo todo aquello que tenga que ver con valorar la superficie y dejar olvidado lo de dentro, y que necesita mucho más trabajo sin duda.
Cuando mi hija me pregunta que por qué me molesta que me digan que he adelgazado (las más) o engordado (las menos), le contesto que porque no entiendo la manía de la gente de comentar sobre el físico de otra persona sin que ésta haya preguntado. Le razono que cuando haces un comentario así sin más es osado de narices, porque nunca sabes si a quien se lo haces está pasando por un momento delicado, está teniendo problemas de salud o, simplemente, ha decidido estar así, ya sea más grueso o más fino, y punto.
Creo de corazón que nos estamos cargando la esencia de las personas con tanta tontería. Que, cada vez más, estamos perpetuando la esclavitud del culto al cuerpo en la figura femenina. Y que si no lo paramos, lo mejor va a ser que vayamos ahorrando para regalarle a nuestras hijas un billete a la Luna para cuando empiecen a traumatizarse por no entrar en una talla 36.
¿Qué tal si les hablamos de salud y de belleza interior, que tanta falta hace, en vez de hablarles de operaciones bikini y de cuerpazos de escándalo?
¿Qué tal si volvemos a humanizarnos una pizquita?