Les pediré que se imaginen cómo podría ser una ciudad construida hace cien años, esto es, con los materiales, las herramientas y las técnicas existentes por aquel entonces. Parece de sentido común pensar que, aunque seguramente no fuera una ciudad plenamente confortable a día de hoy y con toda probabilidad estaría obsoleta en algunas cuestiones, sus habitantes podrían vivir en ella aceptablemente bien y sin mayor problema. Lo que quiero decirles es que, a pesar de la obsolescencia que el paso del tiempo provoca en las construcciones, eso no genera que las cosas se vengan abajo o queden inservibles. Para que esto sucediera, tendría que acontecer algún dramático suceso que pusiera a prueba los cimientos de los edificios, como podría ser un terremoto de una magnitud hasta ahora nunca vista.
E imaginemos que tal terremoto acontece; muchas de las edificaciones se vendrían abajo y sólo aguantarían en pie aquellas mejor construidas, aquellas levantadas sobre los pilares más sólidos.
Para quien no se haya dado cuenta, les diré que estoy tratando de hacer una analogía con la situación económica actual, que a mí me recuerda a un terremoto de esos que ocurren de vez en cuando y que sirven para verificar la resistencia y la solidez con la que se levanta un país (constructivamente hablando). En este caso, esta crisis está poniendo a prueba la solidez de una sociedad como la actual y está evidenciando que muchos de los pilares sobre los que estaba construida estaban totalmente podridos. En algunos países como España, todavía hoy estamos padeciendo constantes réplicas que nos tienen desconcertados y paralizados.
Cuando una ciudad se tambalea y se viene abajo, lo siguiente que toca hacer es reconstruirla. Y aquí es adonde quiero llegar hoy: ¿con qué materiales se reconstruye lo derruido? ¿con los escombros o con materiales nuevos? Piensen en esto porque es de suma importancia para entender cómo será el futuro que nos espera.
Esta crisis tuvo un efecto dramático sobre nuestra sociedad en particular: muchas personas que hace tan solo cinco o seis años creían tener su futuro resuelto y veían el porvenir con tranquilidad, hoy descubren que están "fuera de mercado" y con escasas posibilidades de recuperar el status perdido: son los edificios caídos. Permítanme la dureza del término: son los escombros que nos deja este terremoto. Eso sí, algunos de ellos podrán ser reciclados e incorporados a las nuevas edificaciones, pero otros muchos ya no tendrán utilidad ninguna para la reconstrucción. Exactamente igual que sucede cuando toca reconstruir una ciudad venida abajo.
El día que acaben las réplicas y todo se normalice, será el momento de volver a poner en pie la sociedad caída. Y el sentido común nos dice que no lo haremos con los escombros que hayan quedado, sino que emplearemos materiales y técnicas del momento, más actuales y adecuadas para los tiempos que corren. No quiero decir con esto que no tendrán cabida ciertos restos, sino que no basaremos la reconstrucción en aprovechar los escombros sino en incorporar lo más moderno que tengamos.
Creo que esta crisis marcará un antes y un después en nuestra sociedad, y que nos espera un importante salto cualitativo en nuestra calidad de vida como fruto de la salida de los "materiales obsoletos" y su sustitución por otros más actuales y modernos. Una sacudida de este tipo provocará una revisión completa de los valores y principios sobre los que habíamos construido nuestro modo de vida. Aquellas empresas que basaban su quehacer diario en métodos poco acordes con los tiempos de ahora ya recibieron la consabida factura, quedando muchos de sus directivos fuera de mercado. Y tengan la seguridad de saber que, el día que toque volver a cubrir las vacantes dejadas, en la mayoría de los casos se hará con sabia nueva y no con los escombros que recuperemos del suelo, personas que traerán consigo un nuevo modo de hacer las cosas y unos principios diferentes que, esperemos, resulten más eficaces que los que funcionaban antaño.
Para finalizar dirigiré un mensaje a todas estas personas que, por ignorancia o por comodidad, siguen pensando que llegará un día en el que el mercado les volverá a dar cabida: ¡¡no sean tan confiados!! Del mismo modo que las edificaciones no se reconstruyen con los escombros, las sociedades tampoco integran con facilidad a personas que son expulsadas drásticamente y no aprovechan el tiempo para reciclarse. Trabajen arduamente para evolucionar e incorporar los nuevos requerimientos que se pedirán, porque deben ser consciente que las empresas darán prioridad a aquellas personas formadas en principios y valores más acordes con el momento que toca vivir. Es la cara negativa de estos traumáticos procesos, aunque como toda moneda, también tiene su otro lado: la sociedad modernizará sus métodos y se producirá un salto cualitativo en el modo de hacer las cosas.
¡¡Qué lo veamos!!