Tenemos una creencia errada de que ser buenos padres es ser una fuente infinita de paciencia y nunca molestarnos con nuestros hijos. Pero no debes olvidar que eres un ser humano con defectos y virtudes, y es de pocos sabios y gurúes el don de la paciencia infinita. Por supuesto que tenemos derecho a sentir rabia, a tener ganas de dejar la crianza con respeto a un lado por un momento, a poner en duda si lo estamos haciendo bien o mal, a pensar si una nalgada no acabaría con la situación de conflicto que nuestro hijo(a) tiene montada. Tenemos derecho a sentir todo esto, tenemos derecho a dudar, tenemos derecho a ser imperfectos; pero si te detienes un rato a reflexionar sobre esto, ¿No le aguantamos peores cosas a nuestros jefes y/o clientes? ¿Y a nuestras parejas? ¿Le damos un puñetazo a cada persona que nos saca de nuestras casillas en la calle? ¿No son nuestros hijos lo más importante que tenemos?
Una bofetada o una nalgada no resuelve nada, eso es mentira. Puede ser que el niño haya dejado de patalear, o de gritar por respeto, por miedo o por dolor, pero el conflicto queda allí, aún peor pues está mezclado con resentimiento. Tu hijo puede quererte mucho, puede adorarte, admirarte, pero cada golpe que le das lo hace odiarte, muy en el fondo de su alma te odia por cada acción maltratadora aplicada en su contra. Por eso hay tantos ancianos abandonados, por eso muchos hijos se alejan después de adultos lo más que pueden, por eso hay tantos vacíos de amor entre las familias, por eso tantos adultos visitan a sus padres por obligación y no porque les nace.
Nadie es perfecto, tú no debes ser perfecto. Lo que sí debes es amar a tus hijos incondicionalmente, enseñarles con respeto y con ejemplo, y nunca, nunca maltratarlos. No para que te visiten o para que no te lleven a un asilo en tu ancianidad, sino para que sean felices, con sus defectos e imperfecciones pero felices. ¿O acaso no es eso lo que todo padre desea para sus hijos?
Por Elvis Canino