Este blog se resiste al uso de la imagen pero, de vez en cuando y aunque solo sea como simple ejercicio de contradicción, recurre a ella. En esta ocasión se trata de la reproducción de un cuadro que lleva la firma de uno de los últimos humanistas españoles que además de reconocido antropólogo fue historiador, escritor, dibujante y pintor.
El cuadro, pintado en 1961, bien pudiera ser observado como imagen simbólica la sociedad actual. Puro desconcierto, mucha parafernalia insustancial y demasiados saltimbanquis. En el barco se muestran personajes de variado pelaje y condición. Entre ellos bien podrían figurar quienes aseguran saber tripular la nave, aunque esta parezca navegar sin rumbo entre la impericia de sus tripulantes y la pasividad de unos pasajeros que juegan, conversan y transitan con aparente normalidad. Sujetos que atienden a los cantos de sirenas antes que al rescate de personas en peligro.
"Pintar el mundo como una nave de los locos es una idea romántica y poética. El loco, al fin y al cabo, es algo en el mundo. Ahora figúrese usted lo que sería la nave de los tontos...", dijo el autor del cuadro. Observando lo que pasa en este país, lo que sucede en Europa -¿dónde está la Europa de los derechos humanos? - o en el conjunto del planeta -¿de qué hablamos cuando 62 personas acumulan la misma riqueza que la mitad de la población mundial?-, ¿no tienen la sensación de viajar a bordo de una nave desorientada y tripulada por necios? Dicen que este no es un tiempo para revoluciones, pero siempre debe ser tiempo para la reflexión y contestación social.
Sabemos que cuando las cosas no terminan de funcionar surge la necesidad de poner el foco en alguien para que pague por todos. Para que actúe como el pararrayos que, atrayendo la electricidad, evita que los rayos caigan allí donde puedan hacer más daño. Se trata de una especie de conjuro colectivo, por el que alguien, lo sea o no, tiene que figurar como responsable. Todos conocemos el funcionamiento de este simulacro. Durante el franquismo quien no era adicto al régimen era un rojo y, en cualquier caso, un peligro social. Con la llegada de la democracia y la aparición del terrorismo etarra, los vascos fueron utilizados por la caverna como chivos expiatorios de los males de España. Aplacada la furia contra los vascos -como si no hubieran sido las primeras víctimas de la sin razón terrorista-, ponen ahora el foco sobre los catalanes por sus aspiraciones independentistas, sobre la gente de Podemos -porque la chusma piojosa y separatista no debe ocupar espacios de poder- y sobre ese sector del PSOE que se niega a facilitar que gobierne un PP inhabilitado por la corrupción y los recortes.
Hasta la fecha ésta es una democracia más de partidos que de ciudadanos. Aunque exista poco respeto por las diferencias, es cierto que puede votarse a distintas opciones, elegir entre dos males el menor y entre distintas opciones la posible, la más sensata o la más arriesgada. Es cuestión de criterio, necedad, convicción o necesidad. Dicho esto: democracia sin la participación de los ciudadanos, no es democracia. Es cierto también que tenemos la posibilidad de emitir opiniones y comentarios, vomitar descalificaciones, hacer chistes malos y soltar cualquier disparate en cualquier blog, por ejemplo. ¿Nos conformamos con eso?
No seamos como esos avinagraos para quienes cualquier tiempo pasado fue mejor. Hay que proyectar la esperanza sobre el futuro por mucho que el presente nos parezca ridículo y aciago. Para conseguirlo es necesaria la implicación, el compromiso y la crítica. Por cierto, en la Antigua Grecia el idiotes era aquel que se desentendía de los asuntos públicos, el que se interesaba sólo por sus asuntos particulares. El término evolucionó a idiota. Pues eso; no seamos idiotas.
Es lunes, escucho a Scott Hamilton & Jeff Hamilton Trio:
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