No seremos Carrie Bradshaw

Por Stern @nesuispasjuliet
Todos tenemos pequeños y secretos vicios que casi nos avergüenza admitir en voz alta. Yo me considero un poco pecadora con Sexo en Nueva York. Sí, esa serie fantibulosa que nos muestra cómo es la vida de TODA treintañera de la ciudad americana – del mundo, seguramente- llena de infelices vidas sentimentales, pasables vidas sexuales y fabulosas vidas laborales. Es ficción, obvio, pero tal vez esa ficción ha traspasado un poco las pantallas y se nos ha infiltrado poco a poco en la piel, llenándonos de sueños y esperanzas mientras nos asustamos al comprobar los paralelismos extraños y sombríos que existen entre esas mujeres de la pantalla y nosotras mismas.

Seguramente seas mujer, entre los veinte y los treinta, soltera,  con estudios  y con las expectativas de la vida muy altas. Puede que lleves más desgarros amorosos de los que te gustaría admitir y a veces la realidad te ahoga demasiado. Seguramente sueñes con tener la colección de zapatos de Carrie, un apartamento donde seas libre, un trabajo que te permita descubrir restaurantes nuevos cada semana y adornar tus viernes con esos Cosmopolitan rojo brillante sin que te importe que cada uno te valga lo que una comida.
Ser libre, ser joven, estar viva.
Desearás tener ese grupo de amigas, casi hermanas, con las que desayunar mientras habláis del último libro que habéis leído, el bodrío de la película del sábado por la noche – de la que sólo se salvaban los abdominales del protagonista como mejor interpretación- o de la última vez que alguien os practicó de manera satisfactoria sexo oral. Te habrás metido tanto en el papel de soltera moderna que te regalarás bombones por san Valentín mientras te escondes de todas esas parejas que se besan por las esquinas de tu ciudad, te convertirás en una experta en flirteos, miradas escurridizas y polvos esporádicos, serás la consejera del amor a pesar de seguir buscando a quien te quiera, aunque lo vayas negando rotundamente. 
La soltera de oro, la liberal, la envidia de tus amigas.
Internamente, te habrás repetido tanto la historia de la chica del corazón roto que te costará sangre, sudor y lágrimas descubrir que es un músculo, que no se rompe, que tan solo se contrae y se ensancha y que puede que no haya aparecido todavía quién lo ensanche del todo, pero que tal vez deberías empezar a hacerlo tú misma. Tu corazón es tu responsabilidad.
Cierra los ojos Uno Dos Tres Ábrelos y empieza a ver no solo a mirar.
Puede que no haya un fontanero mazizo que te arregle las tuberías y el corazón, ni sexo duro, sucio, fuerte y rápido encima de la encimera de la cocina un lunes por la mañana. Seguramente no podrás permitirte invertir todo tu sueldo en ropa, viajes y cocktails – darás gracias de poder ir al cine los viernes por la noche- ni podrás mantener una conversación seria sobre sexo en un lugar público sin llevarte un par o tres de miradas molestas. Los hijos se interpondrán en la vida con tus amigas, que ya no tendrán tiempo para descubrir todos los restaurantes nuevos ni hablarán de cómo nadie sigue sin practicarles de manera óptima el sexo oral y entre si lees entre finas y sutiles líneas, descubrirás que seguramente siguen sin estar seguras de haber encontrado quién las quiera - tal vez todas acabemos siendo mujeres rotas en esta vida-.

Puede que si llegas a ese punto dejes de leer los mensajes de las galletitas de la suerte y el horóscopo de la cosmo, dejes de lamentarte por todas esas cosas que salieron mal en tu vida y te des cuenta de aquellas que salieron bien, de lo que tienes, de la llamada de tu madre cada semana preocupándose de que comas bien a pesar de llevar años independizada, de esas botas de zara que encontraste en las últimas rebajas a un precio que casi te hizo llorar de alegría, de haber conseguido hacer pescado al horno sin quemar la cocina, de ese chico desgarbado que trabaja en la cafetería que queda demasiado lejos de tu trabajo  pero que tiene una sonrisa que te derrite y merece la pena levantarse antes, de lo guapa que te ves desde que te lo dices cada día frente al espejo.
Seguramente el futuro que nos espera a esta generación perdida no sea seguro ni fácil, no se parecerá en nada a lo que habíamos soñado, lo que nos habían predicho y lo que habíamos mamado de las series, libros y películas que tanto humo rosa, agradable y feliz nos habían vendido. No seremos Carrie Bradshaw, eso seguro, pero con suerte, podremos ser nosotras mismas, mejores, más valiente y más fuertes que una escritora de una columna de Sexo de Nueva York.