Publicado en ValenciaOberta.es
Muchas de las mayores atrocidades de la Historia han sido legales. Los campos de exterminio nazi lo eran. La esclavitud también. Stalin y Pol Pot. Los cristianos devorados por los leones en el circo romano. Todo legal. Cierto es que no se debe juzgar algo sin darle contexto espacio temporal, pero desde luego que todo lo enumerado ocurrió en condiciones legales, más o menos genuinas. La ley, por tanto, se apoya en una serie de acuerdos, con mayor o menor consenso. De hecho, para hacer leyes hoy en España, se necesita el voto de un porcentaje de diputados cuyo apoyo directo es aproximadamente el del 25% de la población española. Algo parecido ocurre en la Comunitat. Podría extrapolarse a casi cualquier ciudad del país.
Apelar a la Ley como símbolo de Justicia debería estar, como poco, mal visto. El devenir de los tiempos, junto con los avances de la ciencia o la profundización filosófica, dan como resultado un cambio en la noción de Justicia paulatino. La esclavitud es intrínsecamente mala hoy, cuando fue algo común no hace tanto. La Ley, al contrario, siempre va por detrás, perdiendo el culo. Haciendo la goma. Llegando mal y tarde. La Ley es cosa de gobiernos. Y es lo que hacen los gobiernos: llegan mal y tarde.
Hoy entendemos la esclavitud como algo intrínsecamente negativo puesto que defendemos, con un consenso amplio, yo diría que unánime, que cada ser humano puede disfrutar de sí mismo y de su cuerpo, conforme a su propia voluntad, y no hay nadie que pueda venir a usar su cuerpo sin su consentimiento. Para defender esta noción, alguien hace leyes posteriormente. Contra esta noción, sin embargo, los gobiernos desarrollan tributos y los imponen. Y se crean los impuestos. Parece que el 100% es intrínsecamente malo, pero el ¿50%? ¿45%? No lo es tanto. El fruto del uso de nuestros cuerpos parece ser que puede violarse, según más de uno. Sea dinero, sean solares.
La supeditación al bien común de la Propiedad Privada en la Constitución Española es una de esas aberraciones que permiten la no tan pretérita esclavitud. De ahí se pasa a la expropiación y desde hace unos años a la permisividad desde la propia ley del robo. Porque no se engañe nadie, permitir construir a un tercero en un solar ajeno, porque el legítimo propietario no lo hace, es permitir que alguien robe. Es poner la maquinaria del Estado al servicio del ladrón. Cosa por otro lado nada extraña, si tenemos en cuenta las veces que el propio Estado roba para sí mismo. La ley obliga a construir en solares lo que es tan justo como si la ley obligara a pintar todos los coches de verde.
Existe cierta unanimidad en que los hombres son libres y no pueden ser esclavos. Y yo me pregunto, ¿cómo puede ser alguien libre si la consecuencia del uso de su cuerpo no le pertenece también? Las consecuencias para bien y para mal. Si somos hombres libres poseemos nuestro cuerpo, a nosotros mismos, pero ¿de qué sirve la posesión si no puedo ejercitarla? No obtener consecuencias – repito, buenas o malas – por el ejercicio de esta libertar es equivalente a no tener capacidad de decisión y, por lo tanto, no ser libres. Esto defendemos y repetimos los libertarios, porque parece que no está muy claro para algunos. Tener una tele y no poder encenderla y ver imágenes es lo mismo que no tenerla. Lo mismo pasa con el cuerpo y el fruto de su uso.
Espero que las empresas que hagan uso de la maquinaria estatal para sacar tajada no olviden tener en cuenta la tajada que les robará el Estado para satisfacer a otras empresas. Si pides que roben por ti, no te quejes si te roban para otro. Anótalo en tu plan de negocios.
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