La poesía es una ampliación abreviada de los sentimientos del alma -eso me han dicho-. Pero no somos poetas si nuestros sentimientos no tocan fondo en el lodo de la mísera hipocresía social que nos envuelve cada día. Si no bajamos a los infiernos de las emociones. Si dejamos que salgan las palabras sin el más leve atisbo de esa sinceridad egoísta que encierra nuestro subconsciente, al que no queremos prestar atención, por el miedo al riesgo de caer en el letargo de la depresión y salir vivo de la experiencia. Entonces, nuestra poesía sólo será un acúmulo de palabras vacías, por mucha estima y consideración que aprecien algunos u otros en ellas. No somos poetas. Sólo quedan unos pocos como quedaron unos pocos en los siglos pasados, a pesar de haber una supuesta gran pléyades de poetas pululando por los todos los tiempos de nuestra frondosa existencia literaria. Rebélense contra mi apreciación si quieren. Es sobre algo que me han dicho. Pero la poesía no tiene definición, aunque pretendamos que representen a nuestra alma y nuestros sentimientos las palabras en rima o sin ella que la forman. Seremos tan buen poeta como profundos y sinceros sean nuestros sentimientos, pues. No somos poetas si dejamos que la fragilidad de nuestros estúpidos egos mermen esa pasión necesaria para serlo. Podremos juntar palabras poéticamente bajo la pretensión de sentirnos realizados y expresar a la sociedad que sentimos, pero no somos poetas por ello. Podremos publicar y difundir definiciones de poesía que nos venga bien a nuestros propósitos intelectuales, pero nunca seremos poetas por ello; porque... ...la poesía no tiene definición.