No creo que exagere si digo que Europa se está jugando su futuro como espacio de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos de manera cobarde, más tentada a eludir el envite que se le presenta que a aceptarlo y superarlo. En lugar de la idea que ha dado sentido al llamado proyecto europeo, con sus avances, sus estancamientos y sus retrocesos, lo que se está imponiendo es justamente lo contrario: la exclusión, la xenofobia, el racismo y el populismo. Los partidos tradicionales se baten en retirada mientras ocupan el escenario fuerzas políticas que parecen salidas del túnel de los tiempos por sus proclamas excluyentes y segregadoras. Son partidos como los que ya gobiernan en Italia, Hungría o Austria y que tienen posibilidades de hacerlo también en Francia, Alemania u Holanda. Sus idearios y sus políticas son lo más antitético que se pueda imaginar uno con respecto a la idea de una Europa unida e integradora.
Foto: El Español
Uno quisiera creer que en Bruselas y en otras capitales europeas son conscientes de la gravedad de la situación y de lo que está en juego. Me temo, sin embargo, que no es así y que se confía aún en que esta crisis es pasajera o que la deben resolver en todo caso los gobiernos de los países afectados por su cuenta y riesgo. El caso del Aquarius debería haber hecho saltar todas las alarmas en la UE y no parece que haya sido así: la cumbre europea de finales de mes ya tenía previsto abordar la cuestión, pero dudo de que se hubiera incluido en el orden del día después del plantón de Italia y Malta como no fuera para hacer alguna declaración vaga y borrosa. El generoso gesto español acogiendo a los inmigrantes del Aquarius ha generado una ola de expectación - tal vez excesiva y un tanto circense - y de solidaridad que corre el peligro de morir en la playa como le ha ocurrido a tantas personas que soñaban con ganar el paraíso en la tierra.Será así si la UE, en tanto organización supranacional y no mera agregación de estados, no asume sus obligaciones morales y políticas. Entre ellas figura en lugar prioritario la actuación sobre las causas que originan el problema para abrir cauces legales de emigración y la gestión en destino de estos potentes flujos humanos. El gran reto es hacer compatible el respeto a los derechos humanos con la seguridad en las fronteras comunes evitando el efecto llamada que no beneficia ni a los receptores ni a quienes buscan un futuro mejor. Se trata al mismo tiempo de perseguir y anular a las mafias que se lucran con la desesperación humana y de evitar caer en la tentación de pagar a regímenes tan poco recomendables como el turco o el libio para que nos libren del problema. Es eso, sin embargo, prácticamente lo único que se ha hecho hasta la fecha y a la vista está el inapelable fracaso y el dramático resultado de pensar más en inmigrantes irregulares que en seres humanos, dignos del mismo respeto y atención que exigiríamos para nosotros en las mismas circunstancias.