De un plumazo, conforme a su estilo visceral, ha destrozado todos los esfuerzos, años de negociaciones y resoluciones vinculadas a la legalidad internacional que se habían desarrollado para alcanzar una compleja solución pactada que hiciera posible la coexistencia pacífica de dos Estados en aquel territorio: Israel y Palestina. No ha sido posible pero, a partir de ahora, todavía menos. La insensata decisión de Trump suma en su haber, de entrada, más de cuatro muertos a consecuencia de las revueltas que ha generado entre la población árabe y musulmana. ¿Y qué ha conseguido con ello el presidente norteamericano? Simplemente, dar espaldarazo a las ambiciones del Estado sionista de apropiarse de la mayor parte posible del territorio de la antigua Palestina y extenderse más allá de las fronteras establecidas por Naciones Unidas, lo que incluye a Jerusalén, sede de los Santos Lugares para las tres grandes religiones monoteístas (judía, cristiana y musulmana), ciudad que ocupó durante la Guerrade los Seis Días, hace cincuenta años, declarándola capital “eterna, unida y permanente de Israel”. ¿Era necesario agitar este avispero? Por supuesto que no.
Lo más grave es que Donald Trump parece comportarse como un pirómano cada vez que se siente acorralado por las pesquisas secretas que está realizando en su entorno más cercano el fiscal especial Robert Mueller acerca de la trama rusa. Unas pesquisas que ya han llevado a la Justicia a cobrarse piezas de considerable calibre, como el exconsejero de seguridad Michael Flynn, el exjefe de campaña Paul Manafort y el exasesor electoral George Papadopoulos. Para colmo, declaraciones como las del exdirector del FBI destituido por Trump, James Comey, sobre los impedimentos que ponía el presidente para que la agencia investigara esa trama, y las de su lugarteniente, Peter Strzok, sobre la injerencia del Kremlin en la campaña electoral, han instalado el miedo en Donald Trump, quien no sabe ya cómo librarse de los indicios que lo señalan. Siente el aliento de los investigadores, que rastrean ya las cuentas financieras y fiscales del propio presidente, las de su hijo mayor Júnior y las de su yerno, Jared Kushner, quien precisamente fue designado para encabezar una delegación presidencial especial para Oriente Medio en busca de un acuerdo de paz entre Israel y Palestina. Trump, que ahora ha dinamitado ese acuerdo, parece que halla en el escenario internacional la tranquilidad que no consigue en el ámbito interno, aunque sea destrozando acuerdos y relaciones enjundiosamenteelaborados. Toma decisiones incomprensibles y hace anuncios de intenciones, como prometer regresar a la Luna sin concretar ningún plan ni posibilitar soporte financiero, con tal de desviar la atención pública de las sospechas que le persiguen y conseguir un efecto ansiolítico que calme su intranquilidad.
También el machismo y la misoginia resultan patentes en actitudes, comentarios y declaraciones que Donald Trump no puede reprimir, como aquella confidencia suya en la que se vanaglorió de que, si eres una celebridad, puedes “agarrar por el coño” a cualquier mujer y no pasa nada. O cuando manifestó su apoyo al candidato republicano a senador por Alabama, acusado de abusos sexuales a menores. Afortunadamente, ello no ha favorecido al candidato cuestionado, pues salió elegido un senador demócrata, poniendo en peligro la mayoría republicana de la cámara.