Creo que no me he equivocado
Hacía tiempo que no coincidía con Susana, la última vez fue en verano en una de esas pijoromerías veraniegas a base foodtracks y un concierto de una vieja gloría de los 80. Susana es una antigua compañera de clase con la que coincidía en alguna salida nocturna sobre todo en Navidad y verano, que era cuando ella y su marido aprovechaban para salir. En nuestra época del instituto había sido una niña bastante mona, con el paso de los años se convirtió en una mujer atractiva, con esa belleza que solo las mujeres adultas pueden tener. Estas Navidades coincidimos en un garito de la ciudad, era temprano y el local, aunque sin estar a rebosar, estaba bastante lleno, grupos de gente de diferentes generaciones hablaban y bailaban al ritmo de canciones de los 80 y 90.
Mientras hablaba con Susana sobre que había sido de este o de aquel, me entretenía mirando a la gente, mayoritariamente rondaban los 40 y 50 años, el resto eran gente de 30 y algún grupillo de chicas que parecían estar aún en la veintena. Uno de esos grupos de veinteañeras me llamo la atención, eran tres chicas que se movían al ritmo de un tema de Loquillo formando un coro entre ellas y gesticulando con la letra de la canción.
– ¿Ahora te van las jovencitas?
Me dijo Susana, al darse cuenta que no le estaba haciendo caso, y que mi atención se centraba en aquellas veinteañeras.
– ¿Eh?, no, no, que va.
– Pues no les quitas el ojo.
– Jajaja, al verlas estaba pensando que hacen las mismas tonterías que hacíais vosotras en aquella época con esta canción. Fíjate, os poníais en círculo, hacíais un playback chunguísimo como un coro de groupies histéricas.
– Jajaja, tienes razón, y algunas aún lo siguen haciendo. Mira aquel grupo de cuarentonas.
– En lo único que no evoluciona la humanidad es en la forma de hacer el gilipollas.
– Por cierto, ¿sabes quién es una de las tres?
– ¿De cuáles?
– De las jovencitas. La morena es la hija de Julia
– ¿Qué Julia?
– Julia Sola, del colegio. Es su hija mayor, también se llama Julia, mi hijo estaba loquito por ella hace unos años. Menos mal que se le pasó, tener a la imbécil de la madre como consuegra no me molaba nada.
Recordaba a Julia como una chica altiva y bastante prepotente. Era muy guapa, la típica más desarrollada que el resto de las chicas del colegio, tanto que tenía un novio que estudiaba en la universidad, los chicos del colegio éramos unos pobres críos que trataba con indiferencia y a sus “amigas” como lacayas. A la vez que Susana, me ponía al día delas aventuras de su madre, mi mirada se cruzó con la de su hija un par de segundos no mucho más.
Sus amigas eran las típicas chicas de clase media alta vestidas con ropa de marca, Julia en cambio, iba vestida de forma más informal, pero era de ese tipo de mujer que, aun vistiendo prendas informales, transmitía una elegancia natural.
Otro tema de los 80 empezó a sonar y Julia se giró dirigiendo su mirada hacia nosotros, con tan mala suerte para mí, que justo en ese momento estaba mirando para su trasero enfundado en unos jeans rotos. Inclinándose le dijo algo su amiga al oído y emprendió camino hacia la barra, casualmente donde estábamos nosotros. Cuando llego a nuestra altura, saludo con cara de sorpresa fingida a Susana.
– Hola Susana
– Ay, hola Julia. Cuánto tiempo, ¿Qué es de tu vida?
Respondió Susana, con la misma sorpresa e interés fingido. Una de las cosas que más me sorprende en estas situaciones, es la capacidad que tienen algunas de mujeres de mantener una conversación con quien no tienen ganas de hablar.
Julia era una chica de aproximadamente 1,70, morena con unos ojos marrón verdoso, melena negra a la altura de los hombros y con unos pechos redondos que se marcaban en su camisa blanca. Tenía cierto aire a pija rebelde, en contraste con sus amigas y su madre que eran las clásicas chicas de clase media orgullosas de serlo y exhibirse.
– Por cierto, Julia, te presento a Luis. También es un antiguo compañero de clase de tu madre.
– Encantado Julia, hace años que no la veo dale recuerdos.
– Mis padres ya no salen, ya me gustaría que fuesen más como Susana y Arturo. A ver si así me dejan en paz… jajaja.
– Ves que bien hiciste en no casarte ni tener hijos. Al final lo único que quieren es que les des dinero y los dejes en paz.
La conversación duro hasta que el camarero le puso su gintonic, tras lo cual se despidió Susana de mí con un “encantada de haberte conocido, Luis”
Vi cómo se alejaba, a la vez empezó a sonar “Cuando Brille el Sol” de La Guardia, de nuevo la coreografía a base de saltitos y movimientos de cabeza la hizo perderse entre su grupo de amigas, aunque nuestras miradas se cruzaron en más de una ocasión aquella noche.
Una hora después, los primeros bostezos me recordaban que ya no pintaba nada allí, así que me despedí de Susana y de mis amigos, que tenían la típica conversación donde los casados les decían a los solteros que en su situación ya estarían follando; yo ya me encontraba demasiado cansado para ese debate.
Me dirigí a la salida del local, no sin echar una última mirada a Julia que por sus gestos parecía que estaba enviando algún whatsapp. Al verla, pensé que algo sí había cambiado, antes para ligar, solo necesitabas que dejaran de prestar atención a sus amigas, hoy en día, además tenías que conseguir que dejaran de prestársela al móvil.
El caso es que la noche acabo como me esperaba, cogiendo un taxi y volviendo a casa recordando otros tiempos, en que las 3 de la mañana eran casi el comienzo de la noche, definitivamente ya no tenía ni el aguante ni las ganas de antes.
Acostarse relativamente temprano tiene su parte positiva, me levanto y desayuno en la cafetería que hay debajo de casa leyendo a la prensa y cotilleando en mis redes sociales. Y así empezó aquel sábado víspera de Nochevieja, con un café acompañado de pan tostado con aceite y jamón hasta que una notificación me avisa de que Juliaysuscosas me acaba de seguir en Instagram, algo me dijo que era ella. Ese fue el inicio de un continuo cruce de mensajes sobre la música y la cultura de los 80.
Julia era una chica inteligente, sabía captar mi atención con preguntas y opiniones sobre temas que me interesaban. Así fue cómo me deje llevar por ella y la falsa creencia de que solo eran conversaciones inocentes en una red social, pero solo tres días después, nos citamos en el casco viejo, una zona de pequeños locales donde el vino y las tapas son el principal atractivo.
Llegué con 15 minutos de retraso debido al intenso tráfico de las fiestas navideñas, al llegar recorrí la plaza con la vista hasta que la vi. Allí estaba Julia, vestida con chaqueta vaquera celeste desgastada, una camisa de seda blanca y una minifalda de gasa negra. Me acerqué a ella, al verme, sonrió y guardó el móvil en su bolso.
– ¿Eres así de puntual con todas tus citas?
– ¿Esto es una cita?, pensé que era una especie de entrevista para tu blog. Lo siento, el tráfico esta insufrible, y el parking completo, tuve que esperar a que quedase alguna plaza vacía.
– Jajaja, eso se lo dirás a todas tus entrevistadoras. Ven, vamos a un sitio que conozco, allí podremos hablar con tranquilad.
Sin esperar mi aprobación, me cogió por el brazo y me fue guiando por las empedradas y estrechas calles del barrio. Me empezaba a encontrar un poco extraño en aquella situación, no tenía claro de qué hablar con una chica de esa edad. Así que opte por seguirla y dejarla hablar a ella. Durante el trayecto Julia me fue hablando de sus proyectos, de ella, de sus padres y de su particular universo.
– Aquí es, vamos entremos.
Abrí la puerta y la deje pasar, era un local muy pequeño, una estufa en un rincón, lo mantenía a una temperatura agradable. Las mesas eran unos barriles, salvo dos planchas de madera que a modo de mesas salían de la pared, una de estas fue la que escogió. Julia se sentó en uno de los taburetes y yo en el otro, quedando uno enfrente del otro, de tal forma que cada vez que cruzaba mis piernas sus rodillas rozaban mis muslos. En aquel momento supe que estaba jodido.
Mi mirada empezó a desviarse con demasiada frecuencia en dirección a sus piernas, cubiertas por unas medias negras trasparentes y unos calcetines negros hasta las rodillas. Cada vez que su rodilla entraba en contacto con mi muslo tardaba más en separarse, hasta que llegó un momento que ya no se separaron. Ahí comprendí que había llegado ese instante en que dos personas notan que se están tocando, el contacto se prolonga hasta que se hace permanente, y ambas esperan a ver quién es el primero en separarse, ese gesto delatará que ha prolongado el roce más allá de lo casual. Sin separar su pierna de la mía, Julia decidió romper aquel silencio cómplice.
– Tengo una colección de discos de la época que te gustaría. Cuando estudiaba en Madrid, los fui comprando en pequeñas tiendas de segunda mano. Nada que ver con esas horribles recopilaciones actuales. Me gustaría que los vieras, podemos ir ahora, vivo aquí al lado.
– ¿Sabes que si vamos a tu casa podemos acabar follando?
Por su gesto deduje que no se esperaba aquella respuesta, pero no tardó en reaccionar.
– Sí, ya lo sé.
– ¿Es eso lo que quieres?
– No lo descarto.
Nuestras piernas seguían rozándose, ese punto de fricción era imprescindible para mantener esa conversación con esa sinceridad.
– No eres una niña, pero te doblo en edad
– Mira, no me voy a enamorar de ti, no me estoy vengando de mi madre, no soy ninguna pija caprichosa con complejo de Electra. Créeme, no suelo levantarme la falda con esta facilidad.
Se quedó mirándome en silencio, y siguió:
– No puedo negar que la situación me da morbo, un hombre de 50 años además excompañero de clase de mi madre. Aquella noche al acostarme me acaricie pensando en esta situación, después ya fue todo seguido, instagram, whatsapp… hasta hoy.
El trayecto fue corto, en silencio, una fina lluvia hizo que se pegase a mí lo que hacía que sintiese el calor de su cuerpo mientras caminábamos. Llegamos a la puerta de su apartamento, estaba en el mismo casco viejo en unos edificios reformados, y nada más entrar se dio la vuelta y me beso. Al cabo de unos segundos se separó y me dijo.
– Creo que no me he equivocado, allí está el salón ponte cómodo, yo iré por una botella de vino.
El salón estaba decorado con buen gusto, pocas cosas, pero escogidas, un sofá chaise longue frente a una mesa baja y una pantalla leed eran los principales muebles de aquel salón.
– ¿Te gusta?
Pregunto Julia, entrando en el salón vestida únicamente con la camisa blanca bajo la cual asomaban unas braguitas rosas estilo culotte que vi acercarse hasta que las tuve a un palmo de mi cara.
– Mucho.
Dije, mientras mis manos recorrieron sus muslos hasta llegar a su cintura moldeando las curvas de su cuerpo, lentamente fui bajando sus braguitas hasta sus rodillas, su sexo apareció ante mi desnudo, mis dedos acariciaron los escasos pelos que adornaban su pubis, era suave y desprendía ese aroma que muchos perfumes intentan imitar, pero no ningún maestro perfumista ha logrado todavía.
– Me gusta cómo me acarician tus dedos, sin prisas, sin dudas y certeros
Separe sus piernas con mis manos, lo que hizo que sus braguitas acabasen a la altura de sus tobillos. Situé mis dedos en el inicio de raja deslizándolos para abrir unos labios que empezaban a humedecerse. Lo bese delicadamente, a lo que Julia respondió con un primer y profundo suspiro. Mi lengua recorrió cada pliegue de sus labios, la entrada de su estrecha vagina y su clítoris, seguí así durante unos minutos hasta que con sus manos me obligo a parar.
Me pidió que me levantase, busco la hebilla cinturón para desabrocharla, y siguiendo el mismo ritual que anteriormente había practicado yo con ella, recorrió mi polla con su mano por encima de la tela de mi calzoncillo, después los bajo lentamente hasta que quedó liberada a la altura de su boca, sin ayudarse de sus manos la introdujo en la boca. Sus labios y su lengua fueron humedeciendo cada centímetro de mi miembro. Me miró y me pidió que me tumbase, se reclinó sobre mí sin dejar de mirarme, esta vez, la cogió con su mano y fue deslizando suavemente la piel que cubre mi glande, a la vez que con su otra mano acariciaba lentamente mis testículos.
De fondo sonaba Dreams de The Cranberries, el placer que estaba recibiendo, ayudado por la melodía del tema, hizo que cerrase mis ojos. Volví a sentir la humedad de sus labios en mi sexo, bajando suavemente para después volver a subir, allí su lengua recorrió mi capullo sin sacarla de su boca, cuando notaba que mi excitación había llegado casi a su tope, se relajaba y acariciaba mis testículos mientras me miraba.
Mucha gente piensa que en el sexo oral como algo depravado o humillante, nada más lejos de la realidad. En el sexo oral se produce una mezcla entre sensaciones reales y oníricas, donde quien lo ejecuta tiene el total control sobre el que lo recibe. Julia lo sabía, así que cuando mi respiración se empezaba a relajar, la volvía a meter en su boca succionando, ayudándose con suaves movimientos de su cabeza que me volvían loco.
Sus ojos se clavaban en los míos, sosteniéndome la mirada, mientras su lengua jugaba con los primeros fluidos que salían de mi capullo, para después volver a meterla en la boca y bajar por el tronco venoso de mi polla, oprimiéndola con sus labios para ejercer más presión.
La suavidad de sus labios, lo carnoso de su boca y unas pequeñas mordidas hacían que mi excitación subiera a lo más alto. Sabía que no podía aguantar mucho más, así que intenté que se retirase, pero ella se resistió y aceleró paulatinamente el ritmo, sus labios presionaban el tronco de mi miembro recorriendo cada centímetro, chupándolo cada vez más fuerte. Sentí que ya había perdido el control, que me iba a correr, quise retirar su boca, pero Julia me lo impidió con un movimiento de su cabeza y oprimiendo mi glande con su boca, en ese momento llego mi primer espasmo, seguido de varios más. En ningún momento retiro su boca ni se movió, espero a que mi cuerpo dejase de vibrar, cuando notó que ya estaba relajado recorrió por última vez mi polla con sus labios, la sacó de su boca y se levantó y desapareció del salón.
Al cabo de unos pocos segundos volvió sonriendo, mirándome con cara de “te he vencido” se tumbó a mi lado, su mano recorrió mi pecho y mientras sus dedos se enredaban en los pelos, se acercó a mi oído y me dijo
– Creo que ha sido la mejor mamada de mi vida, por lo menos la que más he disfrutado y sé que tú también la has disfrutado. Te tenía a mi merced, podía mover los hilos de tu placer a mi antojo. Yo decidía cuándo debías estremecerte de placer y cuándo no.
Nos besamos apasionadamente, mientras mis manos se deslizaban sobre su cálida y suave piel. Ella se pegaba a mí, podía notar el roce de sus pezones en mi pecho, sentir su aliento sobre mi hombro y sus manos en mi espalda. Este conjunto de sensaciones hizo que mi miembro volviese a endurecerse y empezase a rozar su barriga.
– Vaya con el señor mayor, parece que ya está usted dispuesto para otra sesión. Pero me apetece tomarme un vino antes. ¿Por qué no vas a la cocina a coger un par de copas?
– Vale, tú descansa que ya has hecho un gran esfuerzo.
Hay muchas cosas excitantes en la vida, y una de ellas, es ver a tu pareja desnuda con una copa vino en la mano, y esa era la situación, yo desnudo y Julia con su copa mientras sus dedos jugaban con los pelos de mi barba.
– Solo tienes canas en la barba, en cambio tu pelo es negro. Eso me atrajo de ti la primera vez que te vi en aquel antro. No sé por qué, pero me puse cachonda cuando te pillé mirándome el culo.
– ¿Me pillaste mirándote el culo?
– Si, tú no te diste cuenta. Cuando te vi hablando con Susana, sentí curiosidad por saber quién era aquel señor mayor con pinta de profesor que me miraba el culo.
Acabó su copa, la puso sobre la mesa, al reclinarse sobre mí para hacerlo, su pezón quedo a la altura de mi boca y lo empecé a besar suavemente, noté como su piel reaccionaba a mis labios.
– Me gustan tus labios carnosos y húmedos. Vamos al dormitorio estaremos más cómodos. No tenemos prisa, ¿no?
Se levantó, se acercó al equipo de sonido y empezó a seleccionar algunos temas. Yo me dirigí a lo que supuse era el cuarto de baño, necesitaba mojarme la cara, si esto era un sueño, eso me despertaría. Cuando entre en el salón sonaba Black Flowers de Chris Isaak, pero Julia ya no estaba allí, camine hacia el dormitorio, al entrar la vi arrodillada en el suelo con la cabeza hundida en el colchón y moviendo su trasero, pensé que era un juego para volver a excitarme, y vaya si lo consiguió, como aún no se había dado cuenta de mi presencia, me acerqué por detrás y la penetré de una sola embestida. Al hacerlo lanzó un gemido de placer a la vez que se giraba, en ese instante me di cuenta de que con una mano sostenía un teléfono pegado a su oreja. Intenté retirarme, pero ella echándose hacia atrás impidió que me saliese y mi polla se clavó profundamente, así empezó una serie de movimientos por su parte que hicieron que mi polla entrase y saliese de su coño mientras seguía con la conversación telefónica.
– Pues no lo sé, no sé dónde habrán ido.
– No me digas que no es extraño.
La conversación, seguía mientras mis embestidas iban aumentando en intensidad, noté que le costaba silenciar los gemidos, pero en ningún momento me pidió que parase, todo lo contrario, Julia ayudaba a que la penetrase más profundamente pegando su culo a mí en cada embestida. Hasta que no fue capaz y un desgarrador gemido interrumpió al interlocutor al otro lado de teléfono.
–¿Julia, te pasa algo?, ¿Qué ha sido eso?
– Naaada, nada, mamá es que me he dado un golpe.
Cuando oí la palabra “mamá” me quedé petrificado, a lo que ella respondió acelerando el ritmo, al ver su reacción mi morbo se disparó y volví a embestirla, el morbo me empezaba a cegar, mejor dicho, nos empezaba a cegar. A la tercera vez que la penetré Julia soltó y gritó, giró su cabeza y me indicó con un gesto que siguiese, la volví a penetrar, esta vez sin sacarla, acelerando el ritmo a cada embestida, Julia soltó el móvil y clavó su cara en la cama en un vano intento de reprimir sus gritos de placer.
– ¡¡¡Julia!!! ¿Pero qué estás haciendo? ¿Qué son esos gemidos?
– Nada, nada mama… joder me voy a correr no pares, no pares ahhhhhh
Aún con la respiración entrecortada producto de su orgasmo, Julia se separó de mí, se dio la vuelta y se tumbó rendida sobre la cama, a su lado estaba su móvil del que salía una voz lejana que la llamaba a gritos.
– ¿Julia?, ¿Julia estás ahí?, Julia contéstame, ¿Qué ha sido eso? ¿Quién está contigo?
Con los ojos cerrados buscó el teléfono y lo apagó.
La intensidad que te marca la urgencia
Julia pasó la yema de su dedo índice por mi rojo y mojado glande, contemplaba como caían las últimas gotas sobre mi vientre, después las recogía y extendía con su dedo a lo largo del tronco de mi polla, cuando terminaba volvía a empezar el ritual. Le encantaba ese juego, siempre lo hacía después de que me corriese.
– Me gusta cuando crece en la palma de mi mano. ¿Sabes lo que más me excita?, cuando noto sus venas, sobre todo cuando ya está dura y adquiere esta forma curva. Nunca había tocado una así, me encanta sentir su forma dentro.
Lo que me gustaba de Julia, es que disfrutaba tanto de los preliminares como de los momentos posteriores. El calor de su cuerpo, sus dedos enredándose en el pelo de mi pecho, sus besos, sus palabras provocadoras hacían que el deseo volviese, y nuestras sesiones de sexo se prolongasen hasta que caíamos rendidos.
También nos gustaba disfrutar de esos momentos en los que nos excitábamos mutuamente horas antes de vernos. Así había empezado aquella noche, cruzándonos mensajes por Whatsapp que buscaban provocarnos, podríamos llamarlos los preliminares digitales. Aquel sábado, como los anteriores, habíamos salido con nuestros respectivos amigos, pero el plan como siempre desde hacía dos semanas, era encontrarnos más tarde en su casa y pasar la noche juntos.
El frío y esa fina pero persistente lluvia del norte nos obligaba a permanecer dentro de los locales, así que mis amigos inducidos por mí, nos refugiamos en uno de los locales clásicos nocturnos de la ciudad. Estaba tan lleno de gente, que era imposible moverse sin arriesgarte a tirarle la copa al que estuviese a tu lado.
En otra época, habíamos pasado buenas noches en aquel local, aunque últimamente ya no nos trasmitía aquella sensación de antaño, de que cualquier cosa podía pasar entre sus paredes. Supongo que, como todos los locales de copas, acaban aburriendo, pero me seguía gustando, sobre todo por su decoración cargada con miles de pequeños detalles, que, a pesar de las horas pasadas allí, aún encontraba alguno que me había pasado desapercibido. Todo aquello solo era un paripé, ya que mi verdadera intención era perderme en algún momento para encontrarme con Julia.
Nuestras citas eran furtivas, deliciosas e intensas con aquel sabor a prohibido que las condimentaban, y nos hacían olvidar el peligro real que rondaba a cada uno de nuestros encuentros. Durante la semana quedábamos en su casa o en la mía, pero la vida social de los fines de semana de una chica de 27 años era complicada. Siempre había algún compromiso familiar o social, por lo que, para no levantar sospechas, los fines de semana quedábamos con nuestros amigos y después nos encontrábamos alegando cansancio.
Por cuestiones de trabajo hacia 4 días que no nos veíamos, y aquella noche se me estaba haciendo eterna, tenía mono de Julia. Acababa de pedir la copa cuando noté la vibración del teléfono en el bolsillo de mis pantalones, avisándome de la llegada de un mensaje.
– Te estoy viendo.
– ¿Dónde estás?
– Cerca de ti, no te muevas en un par de minutos me verás pasar.
Poco después la vi acercarse. Una chaqueta de cuero marrón desgastada, una camiseta blanca y vaqueros pitillo negros ajustadísimos, la hacían destacar entre el resto. En el trayecto nuestras miradas se cruzaron en varias ocasiones, me gustaba el brillo de su mirada y como su pupila se dilataba ligeramente cuando nos encontrábamos.
El apelotonamiento de la gente y su destreza hizo que parase justo detrás de mí. Noté su aliento en mi nuca, y los empujones de la gente intentando avanzar, hacían que sus pechos se clavasen en mi espalda. Con uno de esos empujones se me cayó parte de la copa encima.
– Perdone, es que me han empujado.
Dijo, con una sonrisa inocente, momento que mis amigos aprovecharon para burlarse de mí e intentaban entablar conversación con ella.
– No fue culpa del señor – les dijo con voz inocente-, me han empujado. Ahora estará mojado toda la noche.
Dijo, recalcando maliciosamente “señor” y mirando hacia mí con su cara de pedir disculpas.
– No te preocupes, no es nada, secará en un momento.
– Espere.
Abrió su bolso y un kleenex salió de él, se pegó a mí haciendo el amago de limpiarme mientras me decía.
– Esto no es nada comparado como tengo mis bragas en este momento y, a este paso, seguirán así toda la noche. ¿Cuándo te desharás de estos carcas que no dejan de mirarme las tetas?
– Cuando tú me avises, los aparco en la primera barra.
– Espero poder darles esquinazo a mis amigas en breve.
Dijo separándose.
– Bueno, no ha absorbido toda la humedad, pero no lo notará tanto.
Comentó Julia en alto aparentando normalidad.
La cola ya se mueve, me tengo que ir. Disculpe de nuevo, señor.
– No te preocupes, antes de irte ¿tienes otro kleenex?, parece que también se me ha caído algo en el pantalón.
– Si claro, pero esto ya te lo secas tú.
Dijo, rebuscando en su bolso y mirándome con cara inocente. En ese momento, me pareció sentir su mano en mi entrepierna.
Mientras se alejaba me quedé mirando como sus pendientes largos se movían caprichosamente entre su pelo. Julia no era espectacular, pero su forma de moverse le daba un aire sofisticado y elegante poco común entre las chicas de su edad.
No era demasiado alta, pero sus tacones hacían que sus piernas parecieran más largas, cuando la vi subiendo las escaleras que la llevaban a la planta superior, pude apreciar mejor su figura esbelta, aquellos vaqueros negros marcaban las suaves curvas de su trasero ajustándose a sus nalgas. Así bajo mi atenta mirada, poco a poco, se fue perdiendo entre la gente.
Empezó sonar Vivir mi vida de Marc Anthony y yo apuraba los últimos tragos del resto de mi copa. La salsa comercial no es de mis estilos favoritos, pero, hay que reconocer, que es uno de esos temas que es capaz de subir la adrenalina a todo un local. Así que, ¿Por qué no?, ¿de qué me podía quejar?, me empecé mover al ritmo de aquella canción. Sabía que mi historia con Julia terminaría más pronto que tarde, pero ¡qué carallo!, los dos estábamos disfrutando y sabíamos que aquello era temporal, por eso lo vivíamos con la intensidad que nos marcaba la urgencia.
El zumbido del móvil me abstrajo de mis pensamientos, sabía que era ella. La pantalla del móvil indicaba que habían entrado tres mensajes seguidos. Disimuladamente di la espalda a mis amigos para poder leerlos.
“La tenías dura cuando te la toqué.”
“Como se te baje te pierdes lo siguiente. Me la hice en el cuarto de baño después de estar contigo.”
El tercer mensaje era una foto de sus vaqueros desabrochados y debajo de los que asomaba el inicio de una braguita de raso color rosa. Antes de que me diera tiempo a contestar, me entró un cuarto mensaje.
“Te espero en la esquina de la Colegiata en media hora, no tardes, llevo los pantalones desabrochados como en la foto, y me puede coger el frío.”
Sin dar muchas explicaciones me despedí de ellos, ya en la calle caía una fina lluvia, de esa que te cala hasta los huesos, y por supuesto, no llevaba paraguas, aun así, enfilé la calle y me dirigí hacia nuestro punto de encuentro.
Al cabo de unos quince minutos de caminata pasada por agua, vi su figura al fondo de la calle, ella al verme sin paraguas, se acercó para taparme con el suyo.
– Te me vas a constipar.
– La culpa sería tuya, primero me has puesto caliente con la foto y después me haces salir a la calle con este tiempo.
– Habrá que calentarte de nuevo.
Mientras hablaba, cogió mi mano, y la deslizo bajo sus braguitas, mi mano mojada por la lluvia encontró el centro de su calor, note como un escalofrío recorría su cuerpo provocado por mis fríos dedos, con los ojos cerrados y con un susurro de voz, me recordó lo que ya me había dicho, que me iba esperar con los pantalones desabrochados.
La calle estaba casi vacía, la gente más cercana estaba a más de veinte metros de nosotros, la poca iluminación de la zona y las sombras, nos animó a prolongar aquellas caricias. Julia se había pegado a mí, la cremallera de sus vaqueros cedía a la presión de mi mano deslizándose hacia el interior de sus braguitas, mis dedos encontraron la pequeña franja de suave y sedoso vello púbico cuidadosamente depilada, seguí bajando por su monte de Venus hasta llegar a la comisura superior de los labios mayores.
– Me vas a romper los vaqueros mejor vamos para casa.
Dijo con voz ahogada y acercando sus labios a los míos y fundiéndolos en un beso mezcla de deseo y pasión.
– Sentir tus dedos mojados y fríos tocándome, con la calle en penumbra y lloviendo, me ha calentado todavía más, espero que vengas con fuerzas.
Aceleramos el paso, ambos estábamos excitados, queríamos desprendernos de nuestras ropas, no solo porque estábamos empapados por la lluvia, también por esa urgencia que marcaba nuestros encuentros.
Julia abrió la puerta de su apartamento, no le di tiempo a encender la luz, mi boca buscó sus labios rojos iniciando un beso frenético a la vez que cálido, un beso con ambición de piel que nos trasportó sin darnos cuenta a su habitación.
Allí Julia tomo las riendas, me desnudó dejándome únicamente con los calzoncillos y me tiró sobre la cama, después empezó a desnudarse en frente de mí. La escasa luz de la luna y el reflejo de las luces de la calle, era lo único que me permitía ver su silueta mientras se desnudaba. Una vez desnuda se colocó entre mis piernas, recorrió con sus manos mis muslos, hasta llegar a mis calzoncillos, tiró de ellos dejando mi polla al aire, que aún no estaba dura del todo. Julia acercó su boca, y sin ayuda de sus manos, comenzó a besar y lamer mi polla desde los testículos hasta el glande.
Podía notar su aliento caliente sobre mi piel, su lengua recorriendo el tronco de mi polla, aplastándola contra mi vientre, empezaba en la raíz hasta llegar al glande, una vez allí se lo metía en la boca ensalivando, repitió estos movimientos dos o tres veces, después se tumbó a mi lado mientras con el dedo pulgar recorría mi capullo ensalivado.
– ¿Te gusta?
– Como sigas haciendo eso vas a hacer que me corra.
Puse una mano en la cintura de Julia y la otra mano la bajé hasta su clítoris. Estaba húmeda, comencé a darle un suave masaje, a lo que Julia respondió con gemidos y más gemidos. Notaba el calor de su piel sobre la mía, sus pezones duros rozaban mi pecho, mientras ella pasaba su pulgar por mi excitado glande, los dos nos acariciábamos mutuamente, yo sentía su aliento en mí hombro, y por momentos, un leve reflejo de luz del exterior, me permitía ver su cara de placer.
De nuevo la urgencia nos atrapaba, queríamos corrernos juntos, por lo que Julia se sentó sobre mí dejando una pierna a cada lado de mi cuerpo, ayudándose con la mano se introdujo mi polla y un fuerte gemido salió de su garganta.
Mis manos la atraparon por su cintura, ayudándola a cabalgar sobre mí, podía sentir como mi polla se abría paso dentro en su vagina, pero ella peleaba por tomar la iniciativa, cuando notó que había entrado hasta el fondo subía sus caderas, las subía hasta casi sacarla para inmediatamente volver a introducirla.
Yo me rendí a sus deseos, contemplaba su figura subiendo y bajando entre la penumbra, recorría su cuerpo con mis manos desde la cintura hasta el pecho moldeándolos y mordiendo sus duros pezones.
A medida que Juila aceleraba el ritmo, nuestra respiración se iban acompasando, me empujó sobre la almohada y sujetándose en mis piernas arqueó su cuerpo, mientras que con los movimientos de su pelvis sacaba y metía mi polla, que casi estaba a punto de estallar.
Entre jadeos me susurró que estaba a punto de correrse, a la que aceleró sus movimientos, apreté los dientes, cuando sentí como sus músculos vaginales se contraían alrededor de mi polla. El placer iba en aumento, oí gritar a Julia y noté como se convulsionaba todo su cuerpo cuando alcanzó el orgasmo. Fue la sensual mezcla de placer y dolor de sus uñas clavándose en mi espalda, lo que provocó que yo también llegase al primer orgasmo de aquella noche…
Una fuerza demasiado poderosa como para resistirse
– ¿Te apetece tomar algo?, estoy al lado de tu oficina
– Dame 15 minutos y bajo.
– Avísame cuando estés cerca
– ok
Eran las 7 de la tarde y aún tenía trabajo encima de la mesa, pero por suerte no era demasiado urgente. Observe como mi instinto desplazaba el puntero del ratón por la pantalla guardando los cambios del documento, y de forma traicionera, sin que pudiese impedirlo, fue cerrando los programas uno a uno hasta que Windows se despidió de mí.
Reclinado en mi sillón, mientras la pantalla de mi ordenador se fundía a negro, me quede absorto mirando a aquella pantalla, por un momento me pareció ver en ella, escenas de los dos últimos meses. En esos meses, Julia había trastocado una parte de mi rutina diaria. Desde aquella primera cita, en la que follamos mientras conversaba por teléfono con su madre, hasta hoy, mis tardes noches de trabajo se convirtieron en tardes noches de sexo corporal, emocional y desgarrador.
No sabía que me esperaba, pero seguro que sería mejor que el informe comercial que acababa de cerrar. Miré el reloj, ya habían pasado 10 minutos por lo que me dispuse a salir. Ya en la calle, el gélido aire de enero me azotó la cara, por lo que me resguardé lo mejor que pude bajo el abrigo y la bufanda. El frío me forzó a apurar el paso y, conforme cruzaba aquellas calles, la noche iba cayendo sobre ellas. Odiaba aquellas tardes de invierno en las que anochecía tan temprano, pero a pesar de eso, y de que el tiempo no era demasiado agradable, se empezaban a ver grupos de gente por la calle y en los bares del centro.
Habíamos quedado en uno de los clásicos cafés de la ciudad, el Van Gogh, un local tranquilo con aires bohemios prefabricados, pero era agradable para tomar un café en esas frías tardes de invierno. Cuando me encontraba a escasos metros del local, le envié un whatsapp tal como me había pedido.
– Estoy llegando, en 3 minutos aproximadamente estaré ahí.
– Vale, estoy con mi madre. Siéntate en la mesa de enfrente, date prisa que por ahora está vacía.
Su respuesta me descolocó completamente, la escena de ambos follando mientras oía la voz de su madre, mi antigua compañera de colegio, retornó a mente.
– ¿Tu madre?
– Si, no te preocupes. Hazme caso
Me quede parado frente a la puerta del café, no sabía si darme la vuelta o entrar. Los juegos de Julia me gustaban, me excitaban y me llevaban al límite, pero aquella situación me desconcertaba. No recordaba cuantos años habían pasado desde la última vez que me encontré con su madre, creo que fue en la cena conmemorativa de los 20 de nuestra promoción del colegio, y nuestro cruce de palabras se había limitado a las típicas frases de cortesía sobre el paso de los años.
Tras el cristal de la puerta pude ver a Julia hija y Julia madre, conversando animadamente, y frente a ellas la mesa que debía ocupar, que como me había dicho seguía vacía, esperándome. Una mezcla de excitación y prudencia se apodero de mí, si me sentaba en aquella mesa tendría que pasar delante de ellas, y no me queda otra, que acercarme a saludar a Julia madre. Por otro lado, ¿debería saludar a Julia hija?, ¿ella me saludaría a mí? Lo único que tenía claro es debía tomar una decisión, entrar o irme.
Empujé con decisión la puerta y entré. Dentro sentí el cambio de temperatura, no sé si por la calefacción o la tensión de la situación. El trayecto se hizo eterno, con la mirada clavada en el suelo me fui acercando a mi destino, pero mi curiosidad me traicionó y levanté ligeramente la mirada, en el preciso momento en que Julia madre levantó la suya, nuestros ojos se cruzaron. El dilema de dos personas que se conocen, pero no tienen nada que decirse planeo sobre nosotros, dilema que íbamos a resolver con un cortés saludo en la distancia, hasta que una voz echó al traste esa posibilidad.
– ¡Hola Luis!
Era la voz de Julia hija, saludándome efusivamente. Me quedé mirando para ella con cara de cagarme en todos sus muertos, mientras ella me recibía con una deslumbrante sonrisa. La cara de sorpresa de su madre fue antológica.
– ¿Os conocéis?, hola, Luis cuánto tiempo, vaya no sabía que conocías a mi hija
– Bueno, nos presentó Ana estas navidades en el Sinatra
– ¿Qué tal Julia?
Bien, contestaron ambas al unísono, Julia madre echo una mirada de recriminación a su hija, a lo Julia hija respondió con un perdona, mama. No me atreví a verle la cara, pero supe que lo estaba disfrutando.
– Me dijo Ana, que Luis y tú estudiasteis junto en el “cole”
– Si, nos conocemos de aquella época. ¿Qué tal está Ana?
Preguntó Julia madre dirigiéndose a mí, en un intentando desviar la conversación a algún punto en común y sacar a su hija de la conversación.
– Bien, coincidimos a veces de copas y nos echamos unas parrafadas.
– Siempre tuvisteis bastante relación, hubieseis sido una buena pareja.
– ¿Pareja?, no para nada, solo nos caímos bien
– Tú sigues soltero, ¿no?
– Si, nunca me he casado
– Ten cuidado, hay mucha jovencita en busca de fortunas por ahí…
– Pues a mal lado irían, jajaja
– ¡Mamá!, pero qué cosas dices
– Si fuiste tú, la que me hablaste de una amiga que está liada con un hombre de 50 años
– Eso es distinto, lo de ellos es puro sexo
Dijo Julia hija mirando para mí.
– Bueno, seguro que Luis tiene prisa. ¿Ves?, como son las jóvenes de hoy en día. En fin, encantada de verte.
– Lo mismo digo, me voy a tomar un café o una tila.
Dije mirando para Julia y despidiéndome de ambas. Mientras me dirigía a mi mesa, la tensión se había convertido en excitación. Cuando me senté comprendí porque Julia me había sugerido aquella mesa, desde mi posición podía ver sus piernas que cubrían una falda corta de cuero negro con un corte a modo de pareo que dejaba sus muslos al descubierto. La visión de sus piernas, hizo empezase a imaginar como mi mano se abría paso por ese provocador corte de su falda, en mí ensoñación ya estaba llegando a su destino cuando un mensaje me devolvió a este mundo.
– ¿Te gusta lo que ves?
– ¿Las piernas de tu madre?, si están muy bien.
– ¿Te pones gallito?, a ver si te vas a ir para casa calentito a pesar del frío que hace en la calle. (caritas sonrientes)
Julia dejo el móvil en la mesa, cogió su bebida y le dio un sorbo, después con un movimiento se inclinó hacia su madre, con cara de interesarle lo que le estaba contando. Movimiento que aprovecho para descruzar sus piernas con lentitud y acariciarse suavemente los muslos. Lentamente volvió a inclinarse sobre el respaldo de su silla, separando sus piernas aún más mostrándome la cara interna de sus muslos cubiertas con unas medias sujetas con ligas de encaje.
Aquella visión era insoportablemente excitante y empezaba a sacar de mi interior mi instinto primario más feroz, imaginando mis manos sobre la parte superior de sus piernas y levantando los pliegues de su falda, para luego separar sus muslos suaves, tocándola, acariciándola, lamiendo su piel brillante. Casi podía sentirla rodeándome, jadeando y gimoteando en mi oído.
El éxito de los 70 “If You Could Read My Mind” de Gordon Lightfoot que empezó a sonar me saco de mi abstracción y me sacó una sonrisa, si su madre pudiese leer mi mente en estos momentos posiblemente sería hombre muerto. Mi móvil se volvió a iluminar, avisándome de la entrada de un mensaje corto y preciso, que no me hizo falta ni abrir ya que se leía completo en el aviso.
– Te espero en mi casa en media hora.
Madre e hija se levantaron de mesa, momento en que Julia aprovecho para ofrecerme una última visión fugaz de sus braguitas blancas de encaje, y se dirigió hacia la puerta con su madre después despedirse de mí.
Hace unos años comprendí la química sexual era una fuerza demasiado poderosa como para resistirse a ella. La química sexual, a veces confundida con el amor, es la que puede llevar a dos personas por los senderos del sexo más corporal, emocional y desgarrador. Quien la ha probado una vez queda enganchado a ella de por vida. Fue esa química, la que me hizo llegar a la puerta de su casa, sin apenas darme cuenta que una fina y constante lluvia, me había calado hasta los huesos.
La puerta se abrió, y tras de ella estaba Julia. Solo iba vestida con una camiseta negra en la que se veían los dos revólveres y las rosas sangrientas de los Guns´n´Roses, y que apenas cubrían las braguitas de encaje blanco que había visto hacia unos minutos. La puerta se cerró a mi espalda, mientras nos besábamos y mi abrigo cayó al suelo, fue un beso lento y suave, como un mar en calma previo a la tormenta. El calor de sus labios y el roce de mis dedos por la fina piel de sus nalgas, hizo que la bragueta de mis pantalones entrase en contacto con su cuerpo. Julia lo notó, se separó ligeramente y una sonrisa se dibujó en sus labios mientras me decía.
– Espero que ese bulto que noto sea por mí, y no por mi madre.
– Menuda encerrona, eres divinamente despiadada, y me gusta
– ¿Te gustan mis travesuras? Ven vamos a hacer travesuras
Julia me agarró por el cinturón y me arrastró por el pequeño pasillo del apartamento hasta llegar al salón. Con los acordes del Missing de Everything but the girl comenzó a desnudarme, sus dedos liberaron primero la hebilla de mi pantalón, siguió por los botones de mi camisa todo ello sin dejar de mirarme. Cuando solo quedaban mis calzoncillos, recorrió con dos de sus dedos el contorno de mi miembro hinchado. Quise acercarla hacia mí, pero retiró mi mano de su cintura, mientras sus dedos seguían con su juego.
– Me gusta acariciarla así, moldear su forma y sentir como se endurece. Ummm, creo que quiere salir ya.
Julia bajo la cinta elástica de mis calzoncillos y salió como un resorte. Sin dejar de mirarme la cogió con su mano.
– Está ardiendo
Dijo mientras subía y bajaba delicadamente su mano por ella. Julia seguía con su camiseta, pero podía ver sus pezones endurecidos a través del fino tejido de su camiseta. Ella se dio cuenta y sonrió. Sabía que me volvían loco sus pechos, pero había decidido que aún no era el momento.
– Siéntate
Me quitó definitivamente los calzoncillos, me sentó a una de las sillas del salón y en menos de lo que pude percatarme, se subió a horcajadas sobre mí. Con una mano separó sus braguitas, y sin dejar de mirarme con sus ojos negros y profundos, ella misma guio mi polla a la entrada de su coño y dejó caer todo su peso metiéndosela totalmente.
Nuestras caras quedaron casi a la misma altura, y su lengua empezó a buscar la mía como si quisiera comerme, a la vez que movía sus caderas rozándose contra mí. Cogió mi cabeza con fuerza pegando su frente a la mía, sentía su aliento en la cara y sus primeros cuando comenzó a sacar mi polla lentamente para volver meterla de nuevo iniciando un rítmico y lento sube y baja con su cuerpo.
– En esto estaba pensando cuando estaba con mi madre
– Estábamos pensando en lo mismo
– ¿No te da vergüenza?, estaba mi madre delante. Por cierto, me dijo que eras un pringadillo en el cole.
– Bueno, no era de los más populares
– Ummmmmmm
Nuestra conversación se entrecortaba con jadeos, Julia seguía metiéndola y sacándola lentamente, disfrutando el momento. Nuestras frentes seguían pegadas y su respiración y sus palabras en mi oído me derretían.
– También me dijo que los años te habían hecho más atractivo que esta barba canosa te quedaba muy bien.
– Bueno, si algún día te llama tu padre preguntando por ella, ya sabes dónde está.
– ¿Si?, no me digas. Primero a la hija y después te quieres follar a la madre. A ver si te lo estás empezando a creer.
Mientras decía esto, sentía como los músculos de su vagina aprisionaban mi polla entre sus paredes, comenzando un juego en que aflojaba y presionaba a su antojo. La despoje de su camiseta subiéndola con mis manos desde sus caderas. Mis labios atraparon los rosados pezones de sus pechos desnudos, y mi lengua recorrió cada milímetro de su rugosa piel, estaban duros y firmes lo que facilitaba mis pequeños mordiscos que hacían que Julia se estremeciese.
Un gemido salió de su garganta, después aferrándose con sus manos en la silla, se arqueo hacia atrás, moviéndose, haciendo que mi polla saliera casi fuera de su vagina y para, a continuación, volver a meterla. Yo la sosteniéndola sujetándola con mis manos en sus caderas, veía como mi miembro entraba y salía en su coño al compás que ella marcaba.
A cada embestida los gemidos de Julia se hacían más sonoros, la atraje hacia mí coloqué mis manos entre sus nalgas, entrelazó sus piernas con las mías y la silla, me incorporé un poco y mirándole a los ojos le di varias embestidas, a cada una de mis embestida veía como el placer se reflejaba en su mirada, frené en seco, ella me besó jadeando, y volví a embestirla, ella se frotaba frenéticamente contra mi pelvis aprovechando cada centímetro de polla, hasta que inevitablemente llegó el orgasmo, que se prolongó durante un minuto hasta que se derrumbó sobre mí, quedando sentada sobre mis piernas mientras oía como su respiración se acompasaba y me decía.
– Mi madre jamás haría lo que yo te voy a hacer ahora…
Continuará…
Otras historias de Julia
El Personaje
- Julia