Aquella sanción pública de la C.E. culminaba un período de aceleración política que había arrancado con la muerte, en su cama, del dictador de El Pardo, en 1975. Fueron años difíciles, llenos de peligros (la ultraderecha cometía asesinatos y ETA ponía sus bombas y tiros en la nuca a mansalva), pero estaban impregnados de una ilusión desbordante por equipararnos a las democracias de los países de nuestro entorno que era imposible de contener. Algunos, entre los que me hallaba, querían ir más deprisa y romper radicalmente con el pasado reciente. Otros, tal vez por la experiencia que da la edad o la formación de la que yo carecía, postulaban reformas calculadas a partir de lo existente; es decir, unas cortes franquistas y un rey designado por el dictador que confluyeran sin violencia en esa democracia que todos anhelábamos. Por eso, por mi edad y mi rebeldía, yo no voté la Ley de Reforma Política que posibilitó, justo un año más tarde, la aprobación de la C.E. Yo optaba entonces por la ruptura y no por la reforma del régimen heredado de un dictador que se había apoderado del poder gracias a la Guerra Civil que había promovido con su sublevación militar. Afortunadamente, aquella decisión mía no fue compartida por la mayoría de la población que prefirió la moderación y la sensatez.
Aquella sanción pública de la C.E. culminaba un período de aceleración política que había arrancado con la muerte, en su cama, del dictador de El Pardo, en 1975. Fueron años difíciles, llenos de peligros (la ultraderecha cometía asesinatos y ETA ponía sus bombas y tiros en la nuca a mansalva), pero estaban impregnados de una ilusión desbordante por equipararnos a las democracias de los países de nuestro entorno que era imposible de contener. Algunos, entre los que me hallaba, querían ir más deprisa y romper radicalmente con el pasado reciente. Otros, tal vez por la experiencia que da la edad o la formación de la que yo carecía, postulaban reformas calculadas a partir de lo existente; es decir, unas cortes franquistas y un rey designado por el dictador que confluyeran sin violencia en esa democracia que todos anhelábamos. Por eso, por mi edad y mi rebeldía, yo no voté la Ley de Reforma Política que posibilitó, justo un año más tarde, la aprobación de la C.E. Yo optaba entonces por la ruptura y no por la reforma del régimen heredado de un dictador que se había apoderado del poder gracias a la Guerra Civil que había promovido con su sublevación militar. Afortunadamente, aquella decisión mía no fue compartida por la mayoría de la población que prefirió la moderación y la sensatez.