La intención de esta puesta en escena no es otra (absolutamente loable y necesaria en estos tiempos) que la de pasar un rato de divertimento, "Una sesión de risoterapia para fortalecer las mentes y los abdominales", como ellos mismos anuncian. Y apelando al enredo, a las situaciones disparatadas o al equívoco verbal, terminan lográndolo. Quizá, como si fuera una especie de mal intrínseco a la génesis de este tipo de obras, la previsibilidad de las acciones sea un punto en contra para la valoración del conjunto. Pero, en esta ocasión, los actores y actrices de Espantanublos logran superar este handicap imprimiendo un ritmo que no decae en ningún momento, forzando la actuación con ademanes, gestos y entonaciones alejados de la naturalidad, pero que responden al contexto escénico y al disparate puesto en escena. Sabemos lo que va a pasar, pero no cómo. Y ese, creo, es su acierto.
Especialmente destacables son los papeles femeninos, auténtico soporte del desarrollo argumental. María José Gómez, Jaqueline, utiliza con gran acierto su magnífica presencia haciéndola contrastar con una aguda voz que maneja perfectamente para inyectar, al mismo tiempo, ironía y control de la situación. ¿Candidata al premio de mejor actriz? Yo apostaría... Y destacable es, también, otro lo de los personajes "femeninos", el de Susi, que recae en Juan Cercós. Histriónico y exagerado, su papel acumula una buena parte de los momentos más divertidos. Una acción que, por otro lado, transcurre en una escenario sencillo -como se espera de compañías en las que el recurso económico es limitado-, pero creíble.
Enhorabuena a Espantanublos. Reír se hace cada día más necesario, hacer un paréntesis en la aplastante cotidianidad reconforta. Eso intentan, eso consiguen.
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