La primera vez que escuché la palabra “igualdad” no me costó mucho comprenderla, porque al quitarle la última sílaba queda la palabra “igual”, y para cuando uno empieza a enterarse de cómo funciona esto del español es una palabra útil, sobre todo si tienes hermanos y hay que mantener el orgullo vivo, aunque la gramática no sea perfecta a la imperfecta edad de unos cinco o seis años. Quiero un abrigo igual como el de la tata, quiero un muñeco igual como el de la tata. Quiero un vaso con Cola Cao igual como el de la tata. La imperfección de lo igual que usaba de pequeño quizá sea la misma que me lleva a estar hoy aún sin ser capaz de comprender el verdadero significado de esa palabra.Igualdad hoy en España es el concepto de equiparar derechos, es un concepto antiguo pero que se ha ido modernizando tanto como los abrigos, los muñecos o los vasos de Cola Cao que envidiaba tener de pequeño en igual cantidad que los de mi hermana. Superado el sacrilegio de pensar que hay quien tiene más derecho a unos derechos que otros, el concepto de igualdad ha evolucionado en el contexto social actual, desde hace unos años, desde la igualdad de género a una lucha histórica entre el heteropatriarcado y el feminismo, en una especie de guerra dialectal, conceptual y social donde debe haber vencedores, vencidos, y no se lucha con fusiles, sino con tuits, titulares de prensa, discriminación y tetas al aire. A uno, que intenta ver las cosas desde una perspectiva lo más neutral posible, le asombra sobre todo que se quiera hacer de un drama social el mérito y el sentido de una lucha, y sobre todo, que la izquierda, incapaz de aceptar la realidad de que no puede estar toda la puñetera vida creyendo que tiene el monopolio de los problemas sociales, quiera sacar rentabilidad de un problema que más allá de los conceptos, las tetas al aire, los tacones y los pañuelos morados, afecta a toda la sociedad en su conjunto, no desde el prisma clásico de intentar adivinar a la víctima y al verdugo, sino con el deber de que tanto uno como otro no tenga que repartirse los papeles en esta obra tan macabra.Cuando aprendí la palabra igualdad supe lo que quería decir. No sé si hoy, en determinados contextos, sigue significando lo mismo. Por eso ésta extraña lucha que hasta hace poco era o creía que era en pos de la igualdad me da que está muy preñada de interés y de márketing político. No sé si queremos ir todos hacia una sociedad justa donde hombres y mujeres aparquen su viceversa, el hombre solo sea más fuerte que la mujer para abrir determinados botes de legumbres, la mujer más sensible cuando ve dramas de Antena 3, o realmente todo esto es una especie de guerra de guerrillas donde parece que hemos de tener la obligación de tirarnos los trastos a la cabeza, de sacar titulares sobre la esposa o el marido que muere, el marido o la mujer que asesina, mujer muere, mujer es asesinada, violencia de género, asesinato… No sé si esto de verdad quiere ir más allá de las cifras, si de verdad quiere imponerse al bochornoso medalleo que hay a costa de las muertes.Al final la lucha no pasa del concepto, de la palabra, del gesto, del márketing. De la teta al aire, del aborto sagrado, del pañuelo color puñetazo en el ojo. Y estoy hasta las narices. Yo quiero sumar aunque no tenga tetas que enseñar y aunque haya quienes se crean con el derecho a que decirme que no, que la ley es para las víctimas, no para quien quiera solidarizarse con ellas ni quien reconozca que es un problema común, que va más allá del género y de la forma en que cada persona afronta su relación de pareja, matrimonial, su sexualidad a fin de cuentas. Que va más allá del gay, el bisexual y la lesbiana, la raza y el apego, y que el feminismo o el machismo son conceptos, palabras que surgen un día para definir un comportamiento pero no una razón de ser.No tengo culpa de que la sociedad de este país haya querido evolucionar tan rápido que haya olvidado algo tan esencial como que hombres y mujeres son tan diferentes en la forma como iguales en sus defectos. No tengo culpa de las mujeres muertas, asesinadas, por serlo o no, por la imposición de su marido o pareja, por una discusión que se convirtió en un cuchillazo, por la herencia del tan cacareado heteropatriarcado. No tengo culpa del piropo que queréis convertir, también, en el eslabón de una cadena de acontecimientos que tiene factores más incidentes que éste. No tengo culpa del móvil que roba el uno y la otra para ver las conversaciones ajenas y comprometidas. No tengo culpa de los asesinos, de los machos alfa, de los anclados en los años cuarenta. Quiero estar y estoy con vosotras, y creo que nos debéis dejar estarlo. No somos asesinos, ni patriarcas ni machos. Pero no tenga culpa de ser un hombre, y no vais a conseguir que me sienta culpable por ello.