El valor de la discrepancia. En muchas organizaciones, en muchos grupos humanos y también en muchas relaciones la discrepancia no sólo no es bienvenida, sino que es temida. Se vive como un factor de potencial desestabilización del grupo o de la relación, y se evita siempre que se puede. Sin embargo, la discrepancia en un grupo de trabajo o en una relación no sólo no es peligrosa o dañina sino que es de gran ayuda y debería ser siempre deseable. Sólo a través de la discrepancia las personas somos capaces de cuestionarnos las cosas, explorar nuevos caminos y buscar nuevas soluciones a viejos problemas. La discrepancia ayuda a los grupos a que crezcan intelectualmente y desarrollen su inteligencia colectiva, un inteligencia que poco tiene que ver con el coeficiente intelectual individual de los miembros del grupo, y mucho tiene que ver con los intercambios comunicativos entre sus miembros. Ni en el contexto de un grupo, ni en el de ninguna relación deberíamos aspirar al acuerdo permanente, porque ello significaría renunciar automáticamente al crecimiento que nos aportan las distintas opiniones de las cosas y las diferentes maneras de ver un hecho, una decisión o un problema. Y si la discrepancia es positiva, ¿por qué tantas veces la tememos o la evitamos?. Probablemente ello se debe a que demasiadas veces, lo que empezó como una legítima discrepancia, acaba en una violenta discusión sin que sepamos muy bien porqué. Y lo que en realidad tememos no es la discrepancia, es el conflicto.
Discrepancias que derivan en discusiones.Caemos en la discusión no porque estemos en desacuerdo sobre algo, sino porque reaccionamos emocionalmente a lo que el otro ha dicho. La explicación al hecho de convertir una conversación en discusión la encontramos en elcómodecimos las cosas, mas que en elquedecimos.
Buscando la “Pax Romana”Esta afirmación es sin duda cierta, pero no por ello siempre deseable. Porque aunque debemos evitar siempre que podamos el conflicto, no debemos renunciar, por evitarlo, a hablar y confrontar las cosas cuando tenemos discrepancias. Hay organizaciones (como la del caso que he descrito en la introducción), y sobretodo hay relaciones que huyen sistemáticamente de toda discrepancia, instalándose en una ficticia “pax romana” que crea una ilusión de permanente bienestar. Pero las organizaciones (y las relaciones) que optan por este camino, se estancan y acaban muriendo de inanición. En primer lugar, porque renunciando a contrastar opiniones e ideas, se renuncia también al crecimiento. Y en segundo lugar, porque esta “pax romana” no es natural, y la organización (o relación) se acaba asentando en una asfixiante hipocresía que es claramente desmotivante. El debate de ideas es el motor de crecimiento personal y organizacional. Y renunciar a él para evitar los conflictos es firmar la sentencia de muerte de la empresa o la relación. Como afirmó Joseph Joubert, “es mejor debatir una cuestión sin resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla”.Adicionalmente hay que tener en cuenta que la ficticia “pax romana”, cuando se rompe, se rompe de forma agresiva y descontrolada, pues salen a la luz sentimientos escondidos y reprimidos durante largo tiempo. Hay un efecto péndulo, y pasamos en un instante de la paz a la guerra, sin un punto intermedio.
Volver a retomar el caminoEl conflicto en una discusión proviene siempre de una reacción emocional. Así pues, si hemos caído en él, y queremos solucionarlo, debemos resolver las emociones. En lugar de enzarzarnos en interminables defensas de nuestros argumentos, busquemos qué nos ha separado en el terreno emocional, e intentemos superarlo. Lo podremos hacer si somos capaces de dialogar estas emociones.No es un diálogo fácil. Requiere que se lleve a término en serenidad, no en pleno fragor de la batalla. Requiere muchas veces también una preparación previa: avisar al otro que queremos tener este tipo de conversación, para que venga emocionalmente preparado, y no ponga por delante todos sus mecanismos de defensa. Y hemos de saber que no siempre lo podemos lograr. Dos no se entienden si uno no quiere. Pero es bueno tener la iniciativa, y probarlo, porque la mayoría de nosotros sí queremos entendernos con los demás.