En España se desperdician 7,7 millones de toneladas de alimentos al año, lo que supone una media de 163 kilos por persona. Las cifras empeoran en otros países como Alemania, Holanda y Francia. El 20% de este malgasto se debe a la confusión sobre los datos que aparecen en el etiquetado de los productos.
La recomendación de la OCU es tan sencilla como hacer una lista antes de ir a comprar para no acabar adquiriendo lo que no se necesita. Imagen por Vauvau
En Europa se tira mucha comida. Según un informe del Parlamento Europeo de finales de 2011, los ciudadanos del viejo continente despilfarran anualmente 89 millones de toneladas. Cada año España desperdicia 7,7 millones de toneladas de alimentos, lo que lo convierte en el sexto país europeo más derrochador detrás de Alemania, Holanda, Francia, Polonia e Italia.
La responsabilidad recae en todos los actores implicados en la cadena, desde el productor primario hasta el comensal. Pero, tal y como apunta el texto oficial, la mayor parte de culpa la tienen los consumidores, que malgastan una media de 163 kilos por persona, el 42% de toda la comida que se tira.
En la sesión del pasado mes de enero, la Eurocámara adoptó una resolución que incidía sobre el problema de los residuos alimentarios en toda la red de abastecimiento y consumo. Además, sugirió que 2014 fuera proclamado el “Año Europeo contra el despilfarro de alimentos”.
Llama la atención que el 20% de los alimentos se desecha debido a la confusión sobre los datos que aparecen en la etiqueta de los productos y el desconocimiento de variables como consumo preferente y fecha de caducidad.
El riesgo de los alimentos caducados
Las fechas de consumo preferente y recomendado son la misma. Hasta ese día, el producto mantendrá todas las características que le definen: sabor, aroma, textura, etc. A partir de entonces, aunque se pueda consumir, ya no se garantizan sus propiedades. En principio, ingerir el alimento después no implica ningún riesgo sanitario.
“Lo que pasa es que, a partir de la fecha de consumo preferente, puede que algunas características sensoriales del alimento se vean afectadas, como el aroma, el color, el olor, pero a priori no va a resultar dañina su ingesta”, explica Alfonso V. Carrascosa, jefe del departamento de microbiología del Instituto de Fermentaciones Industriales del CSIC.
Por el contrario, una vez superada la fecha de caducidad, el producto no es adecuado para el consumo y no debe tomarse bajo ninguna circunstancia pues puede suponer un riesgo para la salud. Además, en caso de ser ingerido, no existe responsabilidad legal alguna del fabricante en cuanto al daño que pueda causar.
Según la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), “no es extraño que los consumidores puedan interpretar mal una fecha de caducidad o de consumo preferente, ya que en ocasiones no queda claro si se trata del día y el mes o del mes y el año”. Hasta ahora, la legislación española permite que estas fechas se presenten en varios formatos.
“El consumidor es libre de ingerir cualquier alimento caducado, el problema es que si como consecuencia sufre algún problema de salud, no va a poder reclamar al fabricante”, subraya Carrascosa. “En ese sentido asume un riesgo que depende de la estabilidad del producto”.
¿Y un alimento caducado puede producir la muerte? “Es muy difícil que eso ocurra en un país como España. Aunque la probabilidad aumenta si ha pasado la fecha de caducidad, es remota”, subraya el investigador. De hecho, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en España apenas se producen muertes por intoxicaciones alimentarias bacterianas: dos en 2008; seis en 2009 y cinco en 2010.
Nuevos hábitos culinarios, nuevas basuras
Además de las dificultades para entender las etiquetas, el consumidor puede tener problemas para planificar sus comidas. La recomendación de la OCU es tan sencilla como hacer una lista antes de ir a comprar para no acabar adquiriendo lo que no se necesita.
“¿Es mucho que el 42% de la basura orgánica que se genera proceda de los hogares?”, se pregunta Cecilia Díaz-Méndez, doctora en Sociología y profesora Sociología en la Universidad de Oviedo. “Para valorar si estamos ante un problema hay que entrar en las cocinas”, subraya.
Según la última encuesta de Empleo del Tiempo de 2010 (INE), los españoles dedican a cocinar una media de 40 minutos diarios y son más las mujeres que lo hacen, un 80% frente a un 42% de hombres. “Creo que puede existir una relación directa entre el hogar más sostenible y el que dedica más tiempo a cocinar”, afirma Díaz-Méndez.
“Planear los platos diarios y semanales, las necesidades alimentarias, los gustos de los comensales, y hacer la lista de la compra son tareas que las mujeres han asumido tradicionalmente”, afirma. Pero los hábitos alimentarios, igual que la manera de comer y el ritmo de vida, han cambiado.
La industria ha facilitado la tarea de cocinar con productos que poseen distintos grados de elaboración y reducen el tiempo de preparación. Cada vez es más común usar productos troceados, enlatados, precocinados o listos para comer. Estos alimentos generan pocos desechos orgánicos y muchos inorgánicos.
Lo contrario pasa con los productos frescos. “Seguramente las frutas y verduras generan más basuras pero el ‘desperdicio’ no es el mismo que el de una pizza caducada que se tira sin usar”, señala Díaz-Méndez. No se puede desligar la basura generada en los hogares de los procesos de recogida y reciclado.
Teniendo en cuenta los millones de toneladas de comida que se desperdician en España, no estaría de más cambiar hábitos para evitar el malgasto. Esta vez la receta parece sencilla: información y sentido común.
Foodómica, la nueva ciencia de los alimentos
Lo último para estudiar aspectos de los alimentos que eran inabordables hasta hace pocos años es la foodómica, una disciplina que permitirá mejorar la confianza en los alimentos que consumimos. Para ello emplea modernas técnicas de análisis como la transcriptómica, la proteómica y la metabolómica.
Esta ciencia permite analizar aspectos básicos como la seguridad, calidad y trazabilidad, detectar nuevos contaminantes, determinar modificaciones no esperadas en alimentos transgénicos y nuevos biomarcadores que confirmen sus cualidades.
Quien por primera vez definió dicha disciplina en una publicación científica fue Alejandro Cifuentes, profesor de Investigación del CSIC y Director del Laboratorio de Foodómica en el Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL). Según él, gracias a la foodómica los especialistas en nutrición diseñarán dietas personalizadas.
“En el futuro será posible dar unas pautas a cada individuo sobre la alimentación que le proporcione lo mejor para su salud y disminuya el riesgo de padecer enfermedades –explica–. Sin embargo, esta alimentación personalizada será viable a muy largo plazo”.
Por ahora, mediante una aproximación foodómica se puede estudiar cómo los alimentos repercuten en la prevención o evolución de enfermedades que tienen una elevada incidencia, como el cáncer de colon o el alzhéimer.
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Redistribuir lo que sobra
El despilfarro de comida no se limita a los residuos de la cocina. En España existe la Federación Española de Bancos de Alimentos, que coordina 50 organizaciones sin ánimo de lucro cuyo objetivo es recuperar los excedentes de nuestra sociedad y redistribuirlos entre las personas más necesitadas.
El objetivo de estos bancos es ayudar a los ciudadanos castigados por la pobreza causada por el paro y el trabajo precario. Según sus propios datos, el cuadro de colectivos más atendidos es el de inmigrantes (28%), seguido por personas mayores (21%), toxicómanos (12%), indigentes (10%) y parados de larga duración (9%), entre otros.
Artículo publicado en Servicio de Información y Noticias Científicas (SINC), sus autoras son Verónica Fuentes y Marta Palomo.