En una primera lectura, no parece que sea malo que se nos cumplan los deseos. Sin embargo comprobamos a diario lo mortífero que es una dosis de hartazgo, de ausencia de anhelos, de falta de apetito, de ganas de no hacer nada. Y lo enfermizo que puede llegar a ser un triunfador, cuando se ve que se conduce directo a morir de éxito, mientras que es saludable fracasar, pese a lo que digan estos psicólogos-entrenadores y comunicadores de directivos, estos vendedores de optimismo y de autoayuda.
De un fracaso es posible reponerse, los éxitos no son tan rápidamente olvidables.
La verdad es que San Juan de la Cruz se lo había advertido a la monja carmelita: ¡que no le falte la falta!, otra excelente manera de enfocar el asunto, es decir, nada de proclamar eso de ¡hay que estar llenos!, ¡la plenitud!, ¡lo completo! Una buena parte del narcisismo contemporáneo nos presenta demasiados sujetos henchidos de éxito, satisfacción y poderío, que no presentan falta alguna en su historial, ni pregunta posible, ni sensibilidad social alguna.
Creer que se puede vivir sin deseos, o satisfacerlos de inmediato y sin demora, conlleva muchos problemas, entre otros aporta un panorama social donde dos fenómenos emergen: uno, la ansiedad, y dos la imposibilidad de espera. El primero tiene visos de epidemia, pues el sujeto ansioso de nuestro tiempo, quiere satisfacer todos y cada uno de sus deseos, y además lo quiere ya, y entonces se adelanta constantemente, y además no acepta no controlarlo todo, no soporta la inseguridad ni el riesgo, ni la fragilidad de la vida. El segundo, implica que dar tiempo al tiempo, aguardar, ser paciente, parece una antigualla, cuando por ejemplo los asuntos amorosos de antaño iban despacio, y las cartas de amor tardaban semanas en llegar, mientras que hoy vivimos desesperados tras el WhatsApp que no llega.
En fin.
Marc Fumaroli en su Diplomacia del ingenio, recuerda a Psique cuando su raptor, el Amor, se obstina en no mostrarse: “Algo falta para nuestra satisfacción”. Efectivamente, y afortunadamente. Que no-todo gane la batalla a todo. Aunque el verdadero objetivo de la maldición sea aprovecharse del poder de la sugestión, podemos darla la vuelta y verificar que es un magnífico deseo, el deseo de no cumplir todos los deseos.
De la sección del autor en "Curiosón": "Vecinos ilustrados" @Aduriz2015