Madrid se ha hecho con el proyecto de Eurovegas. Y Barcelona se ha sacado de la manga un macroproyecto similar en Tarragona, al que paradójicamente llamarán Barcelona World. La carrera por la pobreza no ha hecho más que empezar. No creo en los arreones como fórmula para salir de la crisis. Los arreones sirven para ganar un partido, no el campeonato. No creo que construir y crecer sin mesura sea la panacea de la supervivencia y fuente de riqueza colectiva, más bien al contrario: agotamos recursos, esquilmamos la tierra, creamos naturaleza muerta.
Tener un complejo lúdico o seis parques temáticos no es el colchón sobre el que descansa la utopía hasta que despierta y se convierte en realidad. Más bien es un camastro viejo de muelles desgastados, que produce mal dormir y pesadillas nocturnas. Creo en el esfuerzo (a riesgo de parecer antigua), en la constancia, el tesón, el trabajo diario de ir construyendo (ahora sí) poco a poco, de forma sostenible y sólo cuando sea necesaria, sin estridencias ni espacios diáfanos muy costosos de calentar en invierno y de enfriar en verano. Y el cambio viene solo, apenas imperceptible. Clic. Un cambio hacia una economía productiva limpia, hacia la investigación, el desarrollo y la innovación, hacia el conocimiento, hacia la bienvenida a inversores (sean de aquí o de fuera) dispuestos a apostar por una economía formada por ciudadanos con ideas y habilidades, educados, y no en un casino. Esa es la apuesta de futuro, la ganadora y no la de especular y esa fiabilidad, señores políticos que se bajan los pantalones ante un puñado de dólares fáciles, es lo que da confianza a los mercados y no jugarse el resto contra la educación, la sanidad y la cultura.