Tenemos que ir más allá y ver el trasfondo de lo realmente importante, el sentido de nuestra pequeñez, la picaresca que impide que este país avance. La horrenda picardía de los que no pagan IVA, engañan a hacienda, evaden impuestos, e intentan ahorrarse hasta la última peseta destinada al estado (y a sus vecinos) sin pensar que nos están robando a todos.
En definitiva, se roban a sí mismos, y encima se jactan de ello: lo que hacen nuestros banqueros no es más que el reflejo de lo que hacen algunos ciudadanos a otra escala. ¿Molesta lo que digo? Aún recuerdo cómo algunos conocidos presumían de haber pagado la mitad por una radio del coche (seguramente robada) o de sisar en los centros comerciales. Y eso son solo algunos ejemplos, podría seguir y no acabar… Multipliquen esta jactancia, sumándole poder y estulticia, que de eso no nos falta. Eso es lo que tenemos.
A ver si empezamos a darnos cuenta de que el respeto, una moral equilibrada en la que pongamos al que tenemos enfrente en un lugar igual al nuestro (ni por encima, ni por debajo), y un sentido de la justicia igualmente equilibrado, son las primeras armas que debemos blandir.
No me importa si no tengo un móvil de última generación (fabricado en países donde se explota a los trabajadores), si no tengo calzado de última (fabricado por niños explotados en Asia), si no puedo ir de vacaciones (a países donde el sector servicios explota a sus empleados, igualito que aquí). No me importa. Y no pienso llorar.
Porque cuando era pequeña mi padre, muy prosaico, me vio un día llorando por cosas de críos. Se me acercó y me dijo: “En la vida solo hay que llorar cuando se mueran tu padre o tu madre”.