Desde tiempos inmemoriales que en la noche del 31 de octubre (previa a la festividad de Todos los Santos), los catalanes recordamos a nuestros muertos mientras nos hartamos de castañas, panellets y vino dulce. Además, aprovechamos la ocasión para explicarnos cuentos de miedo o ver películas de terror.Si intentamos remontarnos a los orígenes de esta celebración en memoria de los difuntos descubriremos que se encuentran en una antigua fiesta pagana celebrada por los celtas, que luego fue adaptada por los romanos y que el cristianismo hizo suya. En la cultura católica, la existencia del día de Todos los Santos se debe al Papa Urbano IV, que se preocupó de que todos los santos tuvieran la correspondiente festividad que los recordara. Todo viene del hecho que, antiguamente, se celebraba el aniversario de la muerte de cada mártir que, en época de Diocleciano, eran cantidad. Tantos, que se tuvo que escoger una fecha concreta para venerarlos todos a la vez, cosa que realizó el Papa Gregorio IV. Antes de eso, allá por el año 609, al Papa Bonifacio IV ya se le había ocurrido darle al Panteón romano una nueva utilidad. De modo que, en lugar de derribarlo, lo consagró a la Virgen María y a los mártires del cristianismo y así, hábilmente, conseguía darle la vuelta al asunto.
Representación de Todos los Santos por Fra Angelico
Posteriormente, ya en siglo X, se añadió la celebración del día de los difuntos justo al día siguiente del de Todos los Santos, que no fue institucionalizado formalmente hasta cien años después, con la creación del Día de los Fieles difuntos, por parte de la Orden de Cluny.Pero volviendo al tema de los celtas, les diré que eran gente que creía en la existencia de una línea divisoria que separaba el mundo de los vivos del de los muertos. Esa línea se estrechaba cuando llegaba el Samhain (la festividad que marcaba el fin del verano y, por tanto, la finalización de la temporada de cosechas), permitiendo que todos los espíritus pasaran, esa misma noche, al mundo de los vivos.Por otra parte, lo de comer castañas y panellets dicen que viene de lejos y que es tradición desde que el encargado de tocar las campanas de la iglesia se pasaba la noche en vela dando campanazos para avisar a la población de que no se olvidara de rezar a sus difuntos. Como podrán imaginar, era una tarea agotadora que dejaba exhausto al pobre campanero, motivo por el cual engullía castañas y vino dulce.Castañera frenta a la iglesia de Belén (Frederic Ballell, 1917) .- AFB
Lo de los panellets ya es otra cosa y hay quien dice que es una evolución de las antiguas comidas familiares que se celebraban tras un funeral, mientras otros consideran más adecuado relacionarlo con un ritual de bendición del pan que los parientes depositaban en los sepulcros de sus difuntos por si el hambre les apretaba en la otra vida.