Regocijada estaba la Emperatriz de Europa —Roma segunda y corazón de España—, de que en competencia del cielo, cuyas benévolas influencias goza, una noche serena y apacible, guardajoyas de sus diez recámaras, hubiese sacado a vistas, más ostentativa que otras, el lucido aparador de sus estrellas, cuya claridad participada hacía las veces del sol; pues, como virreinas suyas, sustituyen en su ausencia. No las echara menos Toledo, aunque otras veces se atreviera la oscuridad (sumiller de sus cortinas) a echar las ordinarias de sus nubes; pues, en su emulación, esta noche había coronado sus altas torres, elevados capiteles, antiguos muros, ventanas y claraboyas, con lo más lucido del cuarto elemento que, cebado en el blanco artificio de las abejas, por verse tan alto señorear de la sagrada Vega, creyó estar en su natural centro
Tirso de Molina Cigarrales de Toledo 1621