Camarada,
Toda Alemania canta esta noche la vieja canción de Nochebuena, villancico universal: "Stille Nacht, heilige Nacht..." Ha sonado en las iglesias esta tierna melodía, en los hogares y hasta en las calles, azucaradas por una nieve tímida, gracias al pequeño órgano o al aristón del músico ambulante. Sobre Berlín se abate una dulce quietud, mientras en las casas relumbra el árbol de Navidad con todas sus velas encendidas, con todos sus frutos de papel de oro y plata, con todas sus guirnaldas, con todos sus juguetes. A las cuatro de la tarde se han cerrado los cafés. Lo demás se había cerrado antes. A las cinco, un transeúnte ha podido recorrer medio Berlín sin encontrar otro transeúnte. Los trenes del ferrocarril subterráneo, los tranvías y los autobuses, circulan como fantasmas. Dentro de ellos viajan la soledad en compañía de algún ciudadano retrasado.
Alemania no ha atacado a Inglaterra en la noche sagrada; Inglaterra tampoco ha atacado a sus adversarios. Pero en la paz de la noche, la guerra ha estado presente. Ha penetrado en las fiestas familiares por el prodigioso misterio de la radio. Palabras de Goebbels, jefe del Partido en Berlín, desde una batería antiaérea: "Alemania entera se siente orgullosa de los que defienden a1 país contra las agresiones británicas". Palabras del general Brauchitsch desde un puesto del Canal de la Mancha: "La victoria nos ha escogido a nosotros". Y a la misma hora en que el Führer celebraba la fiesta en el frente, entre sus soldados, Rudolf Hess, lugarteniente del Führer, ha dicho a la nación: "En esta Nochebuena de la guerra estamos más seguros del triunfo que nunca. Llegará el día en que Inglaterra no podrá resistir ni una hora más." La voz de estos hombres ha llegado a través de una tiniebla absoluta al fondo de las casas y la esperanza de la paz próxima y de la paz ganada se ha mezclado con la alegre melancolía de la noche.
Nochebuena en Londres.
Muchas son las cosas de que se ha de privar la gente esta Nochebuena. Por lo pronto, esta noche no hay Misa de Gallo en ninguna iglesia de estas islas, y el que quiera oírla tiene que demorar el almuerzo para cumplir, a la una de la tarde, sus deberes religiosos de la Nativividad. En los restaurantes donde tan jaranera fue la Nochebuena el año pasador, primer año de la guerra, la animación no será tanta porque las autoridades con muy prudento celo, han sido parcas en conceder permisos a los establecimientos públicos con objeto de evitar excesivas aglomeraciones. Las aglomeraciones no se consienten más que en los refugios antiaéreos. Ha sido pues, y a pesar de la ausencia de ataques aéreos, inédito regalo navideño de la Luftwaffe al pueblo británico, una Nochebuena subterránea, sin campanas; la primera Navidad sin campanas conocida en este país.
Anoche sí que hubo bombardeo. Cayeron bombas incendiarias y de las otras, y la alerta duró desde el anochecer hasta la madrugada y estuvo acompañada de incendios y pirotecnias. Sobre las cabezas de los ingleses pende, además, la amenaza de la invasión. La noche del 23, es decir, anoche, era según el rumor que corría de boca en boca y que no tenía más fundamento que la garrulería propia de todos los pueblos en peligro, la fecha fijada para la invasión. Los ingleses la esperaban, puesto que uno acaba por creer todas las fantasías que oye, y no vino. Lo que sí llegaron fueron unas cuantas bombas alemanas que cayeron sobre el Parlamento y produjeron daños en el vestíbulo de Westminster, en el vestíbulo de San Esteban, en el vestíbulo central, que es la sala de espera de los electores que quieren ver a sus diputados, en la escalera que conduce a la tribuna pública, en la antecámara, en el claustro y en otros diversos recovecos de aquella casa. Las ventanas de la Cámara de los Comunes se hicieron añicos y el techo, aunque intacto, está siendo ahora examinado en previsión de posibles accidentes.
Fröliche Weinächten!