Es tradición ganarse el aguinaldo y Sobrinísima y Ciclón habían preparado una función con ese fin. A última hora, incluyeron un pequeño papel para el Principito. No contaban con que el niño les robase el protagonismo, al parecer ha heredado el nulo sentido de la vergüenza de Hermanísima y dio todo en la representación, demostró poseer un talento escénico fuera de serie. Aunque apenas tuvieron tiempo para ensayar, eso no fue óbice para que en el papel de Rudolf, el reno, poco le faltase al animal para soltarse a volar.
La improvisación también es lo suyo y, vestido con su traje de caballero medieval, nos contó cómo había hecho pedazos a un dragón que, milagrosamente, había logrado sobrevivir (debía de tratarse de la hidra de Lerna). Al Catedrático Rey le ofreció la cola como tributo, y explicó como el campo de batalla había quedado sembrado de piezas, entre las que se contaban la cabeza y las alas para evitar que escapara. Aunque él estaba ileso, otro caballero había recibido el fuego del dragón de lleno y yacía en el suelo. Era necesario el beso de una doncella para reanimarlo. Hermanísima se prestó a la labor con tanto entusiasmo que el Principito se vio obligado a poner orden, le dijo que no hacían falta tantos besos, el caballero muerto corría el riesgo de morir de nuevo asfixiado bajo el abrazo.
A medianoche se oyó un ruido en la terraza y, como no todos habíamos sido capaces de percibirlo, el Principito nos lo reprodujo. No, no eran los cascabeles del Trineo sino los renos que, al parecer, rugen. Había que ser muy valiente para asomarse al balcón tras semejante bramido pero el Principito, con su armadura de caballero, ejerció de avanzadilla. No había peligro, las sobrinas podían salir. El Trineo se había marchado y solo quedaban los regalos.