Noches

Publicado el 25 febrero 2019 por Carlosgu82

Hacía varios meses (más de un año) que habías dejado una relación de tres años y medio. Habrás estado un mes negando el engaño –de su parte- encerrada en las cuatro paredes de tu habitación. Otro mes tardaste en recapacitar lo sucedido y preguntarle el porque de la metida de cuernos a tu mamá, tu hermano, tus amigas, la psicóloga y la almohada. Y antes de que llegue julio y el invierno, después de cumplir los veinticuatro, te mudaste a un departamentito de la zona, no muy lejos de la casa de tus viejos, para olvidarte de todo y comenzar una vida de cero.

Como ya eras una sofisticada licenciada gastronómica y ganabas tus pesos enseñando inglés a chicos desde los doce a los dieciocho años, querías volver a tus viernes de boliche, tus sábados reunida en casa con amistades, pizza y cerveza de por medio y, los domingos, de pura resaca, te quedabas dentro de la cama mirando algún peliculón. Querías volver a tener tus noches de lujuria.

-¿Vos no estarás haciendo todo esto para olvidarte de Marcos, no?

-No, porque hace rato que me olvide de él –cierto. Le pasaste un mate con naranja. Tu mejor amiga te visitaba esa tarde de miércoles- ¿te acordás las veces que salimos con las chicas y la rompíamos en los boliches?

-¿Y nos chapábamos a cualquiera? Sí, me acuerdo –y se mataron de la risa. Vale aclarar que todo eso pasaba mientras estabas soltera y nadie te ataba a, absolutamente, nada.

-Bueno, quiero volver a aquellos tiempos –te devolvió el mate y te cebaste uno para vos- aparte… vos también estás soltera ¿o andas con alguien y no me enteré?

-Capas que alguna cae en la cama, pero nada más –la rubia no dejaba nunca la piratería.

-Entonces, éste viernes… ¡joda! –lo gritaron juntas y chocaron cinco.

A ver, expliquémoslo mejor así la gente entiende. Tus amigas te pasaban a buscar por el departamento, hacían dedo para conseguir un taxi –y una cola de vehículos negros y amarillos aparecían de la nada- y llegar al boliche. Pedían algo en la barra, se alcoholizaban, meneaban al compás de la música hasta que fichaban a algún loquito que no les sacaba los ojos de encima. Primero lo seducían a la lejanía, después lo arrinconaban contra alguna pared y los dejaban sin respiración y, por último, finalizaban la noche en la cama. Así todos los viernes. Lo más gracioso era que, el noventa y nueve por ciento de las veces, no conocían los nombres de las víctimas.

Siempre hacías el mismo jueguito y todos los tontos entraban en él (y en tu cuerpo también). Te reías cuando alguna de tus amigas te guiñaban el ojo dando indicio a que esa noche era suya y la terminarían en alguna casa, un hotel o el mismísimo baño del lugar. Muchos pensarán que ustedes eran típicas bailarinas o conejitas play boy de un cabaret. Pero no, ustedes solo iban a ‘divertirse’ dentro del boliche.

Pero cuando todas las cosas iban ‘bien’, un factor desencadenante rompió con cualquiera de tus esquemas.

Era el décimo viernes que visitabas el cheboli por la noche y, mientas tomabas algo con tu segunda mejor amiga (la primera estaba chamuyandose al barman) te encontraste con un par de ojos desnudándote con una sola mirada. Y te hirvió la pava, decilo. Por eso hiciste lo mismo de siempre: bailar junto a él, partirle la boca de un beso y caer en tu departamento. Esa noche había sido en tu casa. Supiste que se fue alrededor de las ocho y media de la mañana abriendo la puerta con el manojo de llaves que dejaste sobre el sillón, por la notita que había en la mesa ratona, junto a un cuadro de una foto tuya con tu hermano mayor.

Pero la noche del viernes siguiente, él te volvió a encontrar y fue el que se encargó de la seducción susurrándote algo al oído. Repetías la misma acción pero, ésta vez, en su casita (porque era un dos ambiente, para un estudiante que recién comenzaba a independizarse). Después de tanto estremecimiento, y a las nueve menos cuarto de la mañana, desapareciste de allí de la misma manera que lo había hecho él siete días atrás. Una notita la dejaste en su mesita de luz con una posdata la cual decía Gracias. Te había cuidado como ninguno.

¿Cuánto tiempo más habrán estado así, reencontrándose en el boliche? Creo que fue un viernes más el que, después de los hechos, abandonaban al otro ser, pero sin antes que obtuvieran sus nombres y números de celulares. La primera vez que te pasaba entre tantas noches de satisfacción. Y ya, para la siguiente semana, él no se escapaba de tu departamento ni vos de su dos ambientes. Quedaban horas, debajo de las sábanas, hablando de la vida misma, conociéndose mucho más personalmente que físicamente.

-Entonces tenes tres hermanos más –asintió y te pasó el mate. También tomabas mates después de tus noches- que bajón para tu vieja –y se rieron.

-Puede ser, pero cuando nació el más chico se resignó –te había contado que, a último momento, quería una nena, pero terminó por llegar Santino y cerró fábrica de por vida- ya hable mucho de mí, me gustaría escucharte un poco –succionaste lo que quedaba del agua caliente para cebar otro.

-Ya hable demasiado… te conté de mi familia, mis amigos –se lo pasaste- mis estudios, mi pequeña changuita –rieron apenas.

-¿Novios?

-¿Crees que si tuviera novio me hubiese acostado con vos?

-Pero no me digas que nunca tuviste porque no te creo –no querías llegas a aquel punto.

-Sí, tuve uno… -te tildaste y él esperó a que continuaras- me engañó –pero no acotó nada, sus ojos hablaban por sí solos- no quiero hablar del tema, igual

-¿Lo seguís queriendo?

-No, no –creo que ni lo dejaste formula, completamente, la pregunta- pero no quiero gastar saliva en él… ¿te puedo preguntar algo? –asintió luego de usar el mate como micrófono- ¿hace mucho que me seguís en el boliche?

-Desde el primer día –wow- digamos que fui partícipe de cada pibe con el que desapareciste –y sentiste una vergüenza imponente- es más, el primer chico con que te fuiste es amigo mío

-Jodeme –el mundo es como un pañuelo.

-Sí –y se cagó de risa de tu cara- tuve que soportarlo toda una semana halagándote con un no sabes lo que es esa enana –tu metro cincuenta nunca ayudó mucho. Te pusiste colorada de un segundo al otro- por suerte lo probé en carne propia –te convertiste en tomate.

-Igual yo no soy así, eh –urgente.

-No, no nos dimos cuenta –y le golpeaste un brazo luego de que se le haya escapado la risita.

-Enserio, tonto… no es que busco sexo, solo… no sé, capas que alguna noche me encuentro con alguien que me quiera por lo que soy

-No creo que trayéndolas a tu departamento sea una buena opción –cuando tiene razón, tiene razón- los vecinos de abajo chochos de la vida –te obligó a reír.

-¿Y porqué vos seguiste mi juego? –buena pregunta.

-¿Y porqué vos seguiste el mío? –esa también es buena.

-Porque tenías algo que me atrapaba, no sé… aparte, cuando estábamos en la cama, me tratabas bien… me cuidabas como si me fuera a romper… no sé, es raro de explicar –y bajaste la vista al mate, la pava y unas galletitas de cereal.

-Yo seguí el tuyo porque, como bien dijiste antes, quería conocerte y me parece que lo logré –te quedaste callada porque ya no sabías que agregar- ¿vos querés a alguien que te haga valer por lo que sos, no?

-Sí –casi en susurros.

-Yo estoy acá por eso –y te agarró las manos por sobre la mesa.

-¿Acaso sos un ángel guardián? –reprimiste una risa y él también.

-No, pero puedo ser alguien que te quiera de verdad –y no dijiste nada más.

-No hagas esto de compromiso

-No lo hago de compromiso, pero en éstos últimos cuatro viernes me encontré con alguien que, capas, necesita de mí… ¿me vas a recibir con los brazos abiertos?

-Sí –y no tardaste mucho en responder. Tomo una cercanía más privilegiada para que se golpeen las frentes- quereme bien –y creo que lo enamoraste con esto último.

Vos le prometiste abrirle tu corazón. Él prometió quererte más por el resto de las noches.