—NO me quieras— lo previene —. El amor es falaz, mordaz e impenitente. ¡Ya era tarde! Una gota de resina metida entre los dedos, una mirada tensa en el profundo hueco y el aroma precoz de ese tiempo dormido.
Noches Blancas (Nastenka)
A Fiódor DostoyevskiUNA mujer oscila en la cumbre del puente;
en una noche clara, de una ciudad cualquiera.
La soledad abrupta le arrebató el deseo
de respirar siquiera, entre tanta inmundicia.
Un hombre sin horizontes, con mirada en otro tiempo,
inocencia singular y el canto en la garganta,
la detiene. No entiende la necesidad augusta.
—No me quieras— lo previene —. El amor es falaz
mordaz e impenitente.
¡Ya era tarde!
Una gota de resina metida entre los dedos,
una mirada tensa en el profundo hueco
y el aroma precoz de ese tiempo dormido.
Ya cautivo por siempre en aquel nombre:
“Nastenka”,
tan puro e inolvidable
y ya tiznando por siempre su memoria.
La vida está cautiva en fugaces momentos,
lo que sucede pasa como el agua del río
y va tejiendo puentes que arriman las orillas.
Nastenka lo ha descubierto, —No quiero verlo
ni gustar las migajas de recuerdos ajenos.
El hombre, desdibujado en su afán libertario,
no entiende de explicaciones. Se zambulle en la fuente
y adormece soñando con tiernas posteridades.
Si tirarse del puente le ahorrara la agonía
de un pasado impenetrable, atropellando esas heridas
que el tiempo no curaba ni volvía invisibles,
¿quién era él para impedirle aquel vuelo,
tan último y necesario?
Nastenka, se dormía rompiendo en su cabeza los enlaces del tiempo.
Nastenka, se moría en lupanares frágiles.
Y él la estaba amando.
Una mujer respira en la cumbre del puente,
no sabe si acercarse, prendado para siempre de su eternidad.
(Anexo para una mejor comprensión del texto: "Noches Blancas" de Fiódor Dostoyevski)