Noches blancas - Fiódor Dostoievski

Publicado el 02 agosto 2017 por Rusta @RustaDevoradora

Leído en la edición en catalán de Angle, 2015 (trad. Miquel Cabal Guarro).

Y te preguntas: "¿Dónde están mis sueños?", y mueves la cabeza y dices: "¡Los años pasan volando!". Y vuelves a preguntarte: "¿Qué he hecho con los años? ¿Dónde he enterrado mis mejores días? ¿He vivido o no?". Y te dices: "Mira, el mundo se vuelve más frío. Pasarán los años y con ellos llegará una soledad sombría, la vejez temblorosa vendrá con bastón y llevará detrás la melancolía y el desánimo. Tu mundo de fantasía empalidece, tus sueños se morirán, se marchitarán y caerán, como las hojas amarillentas de un árbol...". ¡Oh, Nastenka! Será muy triste quedarse solo, solo y abandonado, sin nada que lamentar, sin nada de nada... Porque todo lo que he perdido no era nada, era nulidad total y estúpida, ¡solo eran sueños!

"¡Un minuto entero de felicidad! ¿Acaso es poco para toda una vida humana...?". Tal vez estas palabras condensen mejor que una reseña el espíritu melancólico y lúgubre de Noches blancas (1848), una de las primeras obras de Fiódor Dostoievski (Moscú, 1821 - San Petersburgo, 1881), anterior a sus grandes novelas más conocidas, como Crimen y castigo (1866), El idiota (1868-69) o Los hermanos Karamázov (1879-80). En este libro de juventud, el autor, que siempre se mostró comprometido con las injusticias sociales, ya lleva a cabo ese retrato del alma torturada, acompañado de una meditación de tintes existenciales, que caracterizó tanto su vida como su producción literaria. Se trata, por lo tanto, de una nouvelle triste, nostálgica y pesimista; y al mismo tiempo constituye una pieza de una gran fuerza evocadora y una delicadeza singular, como pocas en la literatura.

Dostoievski narra una relación amorosa entre dos muchachos solos y desamparados, que se desarrolla durante las llamadas "noches blancas", un fenómeno de las regiones del norte por el que, cuando se acerca el verano, la luz del día se alarga tanto que no llega a oscurecer. Es un ambiente único, mágico, insólito, que acrecienta la naturaleza ilusoria y etérea de los encuentros entre estos dos desdichados. Por un lado, el narrador, un joven solitario, soñador empedernido, que se aferra a los recuerdos de lo que nunca vivió para seguir adelante; sus (espléndidas) reflexiones son la máxima expresión del desaliento, del personaje afligido en su día a día que intenta realizarse a través de la fantasía, de la imaginación. Ella, Nastenka, es una chica huérfana, criada por una abuela atenta pero controladora, que no la deja volar. Nastenka intenta liberarse del yugo familiar a través de la experiencia del amor; por eso espera el regreso de su amado, un hombre que, de cumplir su promesa y volver, rompería el encantamiento entre los dos jóvenes.

Aunque se trate de una obra posterior, al pensar en el rol de cada personaje del triángulo resulta inevitable recordar el célebre pasaje de Carson McCullers en La balada del café triste (1943), que reza: "Hay el amante y hay el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante". Dostoievski, a su manera, expresó algo parecido y dio voz al eterno solitario, aquel que se pregunta si un instante de dicha compensa una existencia entera a oscuras. El narrador, en efecto, está lleno de amor por dar ("¡Nunca he conocido a nadie! Pero todos los días sueño que acabo encontrando a alguien. Ay, si supiera cuántas veces me he enamorado de esta manera [...] De nadie, de un ideal, de la mujer que sueño", pp. 21-22), si bien su desolación, su tono desgarrado, hace de él un hombre gris, condenado al infortunio. Nastenka, por su parte, es amante y amada a la vez... un papel que terminará, como mínimo, con un personaje insatisfecho.

El retrato de Nastenka, a propósito, permite analizar la opresión de las mujeres de su época, en particular de las más humildes (aunque se trate de una novela eminentemente intimista, la mirada social de Dostoievski está siempre presente). Está sometida a una abuela dominante; en estas circunstancias, solo el amor, la posibilidad de marcharse con un hombre, es una oportunidad para ella, que carece de otros recursos. Con su espera del amado, una espera incierta porque no sabe si él volverá, remite a Penélope y otras tantas mujeres que esperaron el regreso de su héroe; mujeres abnegadas, perseverantes y con tesón, que anularon sus deseos por una promesa incierta. Para Nastenka, los encuentros con el narrador constituyen un paréntesis en la monótona espera, un paréntesis tan especial y efímero como las noches blancas, lo que aumenta la intensidad de las emociones.

, sin embargo, va mucho más allá de la trama y los personajes. Es, ante todo, el despliegue de Noches blancas una voz narrativa extraordinaria: todo está en el punto de vista, en la introspección del narrador, sus digresiones, su excelente manejo de los tiempos, las elisiones, las pausas. Lo que propone Dostoievski es un viaje por la subjetividad de este joven, este joven infeliz, a ratos exaltado, a ratos hundido, siempre brillante; una novela breve, vivaz y apasionada como los amores de juventud, por mucho que este tenga un carácter más contemplativo que carnal. Tampoco se puede desdeñar la cuidada estructura, que sigue los pasos de cada encuentro, engarzados a la perfección, manteniendo la tensión e incorporando nuevas incógnitas. Profundamente bello, profundamente nostálgico, este pequeño libro, tan fino (en todos los sentidos), permanece en la memoria durante mucho tiempo. Sin miedo a la cursilería, merece el calificativo "precioso".

Cita inicial en cursiva de la página 51.

Fotografías de la adaptación al cine de 1957, dirigida por Luchino Visconti.