También la técnica fue un problema que persiguió a Leonie Rysanek durante su carrera, pero no tanto por falta de la misma como por renuncias intermitentes que solían coincidir las puntas de un temperamento desbordado. Su Elsa es cualquier cosa menos el personaje aburrido y monjil que a veces se ha criticado. Al contrario se trata de una mujer altiva y pasional a la que han doblegado - casi - circunstancias fuera de su control. Cuando Kónya establece la prohibición y Rysanek responde "Mein Schirm! Mein Engel", uno está tentado de pensar "mucha Elsa para tan poco Lohengrin". En el apartado vocal, la pureza con que talla "Einsam in trüben Tagen" en un hilo de cristal se escucha raras veces. Durante la estrofa "In lichter Waffen" aparecen pequeñas irregularidades (gola) de la emisión al cambiar de registro en plena voz - siempre su talón de Aquiles - así como los acostumbrados golpes de glotis al atacar agudos en forte ("Der Ritters will ich waren"). Reaparece la cantante capaz de mayor pureza de legato en un "Euch, Lüften die mein Klagen" de serenidad olímpica. Esta escena del segundo Acto se beneficia del contraste con la aspereza sonora de Varnay, mientras sigue siendo una mujer firme, para nada una criatura crédula. Una presa nada fácil, como se confirma en la escena ante la Catedral. Durante el dúo del tercer Acto su hilo de voz recorre "Fühl' ich zu dir" con una finura extrema. El crecimiento de las dudas se refleja el progresivo nerviosismo de su fraseo ("War'das Geheimnis") hasta estallar con violencia en la apasionada "Durch mich sei Schweigens Kraft bewährt". A partir de este punto se puede hablar de falta de mesura que juega en contra de la nobleza del canto: ataques sucios, agudos lanzados, cierto descontrol expresivo. Además, tal intensidad habría requerido un Logengrin más severo como contrapeso.
Tampoco le falta intensidad al matrimonio Telramund, si bien no estuvo igualmente administrada en cada uno. El Friedrich de Ernest Blanc no es el típico rufián que se retrata nada más abrir la boca. Al contrario, su voz es noble, el acento áulico, la dicción mordiente. El agudo suena desahogado siempre y además durante el segundo Acto el tono doliente de su lamento le da una dimensión sicológica relevante. Se trata de un hombre manipulable, pero inteligente y con sentido de su nobleza. Su aparición ante Lohengrin en la última escena es apabullante. Por su parte, Astrid Varnay asume completamente el papel de encarnación del Mal sin ambigüedades: la aspereza del timbre, el tono ominoso que cubre la emisión, el agresivo recitado, a veces recurriendo a una dicción un tanto exagerada. En la escena del juramento, que Cluytens abre magníficamente, se puede apreciar que la fonación ya era más que problemática - abierta, desenfocada, no siempre afinada - al lado de un Blanc preciso y vibrante. No obstante en el dúo con Elsa se muestra contenida e inteligente al moverse entre la cortesía y el sarcasmo. La intensidad de su "Entweihte Götter" hace su efecto pese a la dureza del agudo. Menos fortuna tuvo esta entrega apocalíptica en su última imprecación, con un fraseo inconexo, en permanentes dificultades para atacar las notas, basando todo el sonido en la fuerza bruta sin que logre así despegarse de la gola y con una frase final que más que emitida, parece desembuchada.
Kieth Engen es un Rey Enrique un tanto baritonal y por tanto sus agudos suenan libres (aunque nasales) mientras la zona grave de "Mein Herr und Gott" parece un poco justa. Se pierde la distinción tímbrica con el Heraldo de Eberhard Wächter, cuya voz fuerte y franca y su mayestática acentuación hacen de cada intervención suya un modelo en este papel.
En cuanto a la dirección de André Cluytens carece quizá de un criterio unificador para todo el reparto, en el que nada menos que el protagonista parece aislado en su lirismo y bajo perfil dramático. La toma permite apreciar su elegante trabajo con la orquesta, empezando por un Preludio con un marcado sentido del crecimiento y la progresiva complejidad del tapiz polifónico. Es posible que la intervención de metales y percusión en el clímax sea un poco invasiva. El comienzo del segundo Acto muestra una clara sensibilidad romántica para captar las atmósferas nocturnas. También es directo al presentar a Ortrud como modelo de maldad. El gran momento de catarsis final no alcanza la suficiente intensidad tras el huracán que desencadena Varnay. El coro resulta impresionante sobre todo en los pasajes épicos (juramento sobre la espada) pero tambiñen disfrutable en las escenas de masas más prolijas de la ópera.
Festival de Bayreuth, 23 de julio de 1958.
Sandor Konya (Lohengrin), Leonie Rysanek (Elsa), Kieth Engen (King Henry), Ernest Blanc (Telramund), Astrid Varnay (Ortrud), Eberhard Wächter (Herald), Gerhard Stolze, Heinz-Günter Zimmermann, Gotthard Kronstein, Egmont Koch (Nobles). Bayreuth Festival Chorus & Orchestra, conductor: André Cluytens.
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Que la disfrutéis.
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