Nociones sobre Management: Fallar es fácil. Acertar cuesta más

Por Carlos Carlos L, Marco Ortega @carlosmarco22

Éxito y error son dos tensiones enfrentadas en nuestro vuelo por la vida. El acierto lo deseamos porque nos eleva; el error lo aborrecemos porque nos hunde. Tal vez por eso el objetivo de muchos humanos sea planear, que es ese apacible discurrir de los días sin entrar en el menor conflicto de corrientes.
Pero todo sueño tiene su despertar.

En cualquier área de la vida, el éxito es la suma de los aciertos después de haber descontado los errores.

Todos sin excepción más de una vez somos perdedores. Alguien o algo superó nuestras ideas, actuaciones, palancas... el conjunto de nuestros recursos... y en ese enfrentamiento de fuerzas, perdimos.
Cuando eso ocurre, nada hay más inteligente ni pragmático que primero asumir y después analizar, pues sólo así un fracaso se convierte en germen de fuerza fresca para la próxima competición.
Asumir la derrota significa transformar nuestro fallo en sedimento, porque la venganza no reposada enturbia y contamina la liquidez de las neuronas.
Analizarla significa detectar, sin adrenalina de revancha, los puntos de nuestra debilidad, porque es allí donde nos doblegaron las rodillas.
En toda competición limpia gana quien, con un mínimo determinante de preparación, sabe entender el hecho y aprovechar las circunstancias. Incluso cuando la causa decisiva la atribuimos a “la suerte”, quien la tiene es porque sabe aprovechar mejor el azar, lo intuye y está más atento y concentrado en llevar al límite sus energías.
No reconocer el propio error es perder dos veces, porque cuando lo hacemos, además de perder estamos facilitando la recaída.
Ejemplos públicos, notorios y lamentablemente repetitivos de no reconocer los propios errores son los cometidos por grandes instituciones políticas, religiosas y sociales. En lugar de asumir los propios fallos, su primera reacción acostumbra a ser echar la culpa a la oposición, a la sociedad o a la modernidad. Desde sus pódiums, son incapaces de asumir que la actual velocidad de evolución de las sociedades libres no se ajusta a sus trasnochados y rígidos patrones de ejercicio del poder y relación con los ciudadanos. El resultado es su desprestigio, el agnosticismo o, lo que es peor, la indiferencia.
Cada vez que ante un fracaso nuestra gran justificación es que hay algo o alguien que lo est. haciendo peor, estamos invadiendo nuestro cerebro de adrenalina ácida y paralizante.
Perdedores siempre los habrá, pero jamás te elevarás bajando a sus pozos. Justificar el propio error aduciendo que siempre hay otro que lo hizo peor es tratar de elevar nuestra vida pisando escaleras de arena.
Por supuesto, a nadie le gusta perder, pero cuando eso ocurre... ¿cómo te recuperas?
¿Cuál ha sido el mayor error de tu vida?
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¿Has analizado qué parte de culpa asumes como propia? (Si como mínimo no aceptas un 1 por ciento, mejor que no sigas.)
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De tu actuación, ¿qué has decidido corregir para que eso no te vuelva a suceder?
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¿Seguimos? .Quieres concretar cuál ha sido tu mayor error en los últimos treinta días?
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¿Qué parte de ese error asumes como propio? (Si como mínimo no aceptas un 1 por ciento, mejor que no sigas.)
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De tu actuación, ¿qué has decidido corregir para que eso no te vuelva a suceder?
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Fuente: Joaquín Lorente. Escritor y editor.
C. Marco