Nocturno a Rosario (Tragedia romántica)

Publicado el 19 marzo 2014 por Victor Salcido @Mislibrosgenial

Indudablemente uno de los poemas que más me ha impactado, pero no por lo que dice, sino por todo lo que representa y lo que hubo a su alrededor.

El Autor de esta gran poesía fue el estudiante de medicina  Manuel Acuña, un joven escritor enamorado que vivió en la época del romanticismo mexicano. Nació el 27 de agosto de 1849 y murió  el 6 de diciembre en 1873 a los 24 años de edad siendo este poema lo último que escribiría.

En 1871 probo la gloria por primera vez por su drama “El Pasado”. La crítica lo reconocía como un destacado poeta. Sin embargo su amor apasionado por Rosario de la Peña lo acabaría. El atractivo de esta mujer casada era tal que también estaban enamorados de ella los poetas Flores, Ramírez y Martí. Todos escribían por ella y para ella. Manuel acuña se suicido por amor, un concepto que hoy en dia dificilmente entenderiamos (¿Suicidarse por una mujer? hoy en día solo nos suicidamos por deudas y otros tipos de estrés). La historia cuenta que cuando encontraron su cadáver aun le estaban brotando lagrimas como él lo anticipo en esta estrofa:” Como deben llorar en la ultima hora, los inmovibles parpados de un muerto”
Nocturno a Rosario

I
¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.


   II
Yo quiero que tu sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.


   III
De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.


   IV
Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.


   V
A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión
mas si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿Qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida?
¿Qué quieres tu que yo haga
con este corazón?


   VI
Y luego que ya estaba
concluído tu santuario,
tu lámpara encendida,
tu velo en el altar;
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta alla a lo lejos
la puerta del hogar...


   VII
¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!


   VIII
¡Figúrate qué hermosas
las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida;
y al delirar en ello
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por tí, no mas por ti.


   IX
¡Bien sabe Dios que ese era
mi mas hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer!


   X
Esa era mi esperanza...
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la vez última,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!

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