Sueño que mis letras pueden cambiar vuestro mundo. Si mi escritura es falsa, o equivocada, siempre puede ser pulida hasta que el baile de ideas llegue a formar algo que os anime a emprender vuestro peregrinaje. Con esta bitácora pretendo dejar retazos de mi vida invisible, esa que el prójimo sólo puede arañar superficialmente, pero con la firme intención de mostrar artefactos que pueden ser entendidos y asimilados en la conciencia de cualquier lector. Así lo deseo, al menos. Debo advertir que mis razones bailan entre dos polos, ya que vivo con un pie en la tierra y el otro en el Cielo. Esto significa que mi saber descansa sobre cimientos en apariencia irreconciliables, una parte de idealismo y la otra de fría razón. La alquímia, como ustedes supongo ya saben, anhela la superación de la dualidad y la integración de los opuestos. A mí me gustaría utilizar las letras como instrumento de la operación alquímica, aunque no soy más que un simple aprendiz. Las letras se organizan en torno a ideas largo tiempo sometidas a la reflexión pero siguiendo el juego de un flujo espontáneo que es lo que hace que ésta bitácora, como cualquier libro que yo pueda escribir, no sea más que literatura para peregrinos y chalados de naturalezas dispares. Siempre fui un loco. En mi entorno de compañeros de estudio - en la etapa del bachillerato - circulaba un rumor que decía que yo era miembro de una secta. Yo era un jovencito de actitudes herméticas, y ello encendía todo tipo de suspicacias y cotilleos sin fundamento. Es verdad que durante un tiempo fui miembro de una Sociedad Secreta de alto copete, y que la gente suele confundir una cosa con la otra al igual que yo puedo confundir el sueño con la realidad. Sea, pues. Ahora vayamos al asunto, espero que breve, que ha motivado la crónica de hoy. Sigo con el cine de Terrence Malick. Su filmografía no se aleja de un mismo eje. Es la utilización del celuloide para hacer de este el instrumento con el que plasmar la conexión entre la especie humana y la naturaleza. Cierto prejuicio antropocéntrico nos hace pensar que somos algo distinto a la naturaleza. Y la verdad es que nuestro baile de átomos es el mismo que el de los árboles y las estrellas, somos la misma materia. Pero a Malick le interesa la construcción de una Conciencia humanizada de ello. The New World, película que todavía no había visto hasta ayer mismo, es exactamente esa construcción pormenorizada. Utiliza el entorno - el Edén de las américas, la arquitectura sagrada y la estética de los jardines en la Europa aún renacentista - para que sea el continente de una historia de aventura y romance (fiel a la tradición del género) cuyo personaje central afirma su condición en el espejo de la naturaleza, ya sea un lago, un riachuelo, la luz del sol, el vuelo de las aves, la arquitectura de la catedral y el encanto de los jardines. La experiencia sensorial de la dulce e inocente ninfa que protagoniza la historia hace que Cultura y Naturaleza sean indistinguibles. El montaje de secuencias crea la Conciencia de ello. Por encima de tópicos y romanticismos sobre el mito del buen salvaje, es un cine sensitivo que el espectador puede utilizar a modo de trampolín hacia territorios arcanos. Y nos conduce hasta la Clave final, la aceptación serena de la muerte no como un fin trágico e indeseable, sino como la reintegración del ser humano en la corriente principal del cosmos de la cual procede, según dejó escrito Don Jesús Mosterín con acierto en su muy recomendable obra divulgativa. "Madre" es la fórmula, el nombre que la joven aborigen utiliza para referirse a su hacedora la madre tierra. En The Tree of Life, la madre protagonista que sufre la muerte trágica de su hijo, "entrega su hijo a Dios", mostrando su conformidad con el orden natural del cosmos. P. Witt, el soñador de The Thin Red Line, afirma que la aceptación consciente y serena de la muerte es la clave de la inmortalidad, pues no es un final, sino una reintegración y nuevo punto de partida. Una verdad que podemos hallarla codificada en muchas tradiciones, por mucho que los teólogos de la institución eclesiástica se hayan empeñado en tergiversar para poder rentabilizar el miedo a la muerte y obtener cierto control sobre las mentes de los súbditos. En la literatura evangélica Jesús el nazareno dirige su oración a la corriente principal del cosmos utilizando la fórmula "Padre" (en afinidad con la sociedad patriarcal del mundo hebreo). La variedad de fórmulas debida a nuestra diversidad antropológica no debe obnubilar nuestra visión. Todos se refieren a lo mismo. Dice el evangelista: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Dice la ninfa aborigen: "Madre, ya sé dónde estás". Y "te entrego a mi hijo". ¡Quién pudiera verificar en su conciencia estos códigos!. Entraría en el Cielo para siempre.
Sueño que mis letras pueden cambiar vuestro mundo. Si mi escritura es falsa, o equivocada, siempre puede ser pulida hasta que el baile de ideas llegue a formar algo que os anime a emprender vuestro peregrinaje. Con esta bitácora pretendo dejar retazos de mi vida invisible, esa que el prójimo sólo puede arañar superficialmente, pero con la firme intención de mostrar artefactos que pueden ser entendidos y asimilados en la conciencia de cualquier lector. Así lo deseo, al menos. Debo advertir que mis razones bailan entre dos polos, ya que vivo con un pie en la tierra y el otro en el Cielo. Esto significa que mi saber descansa sobre cimientos en apariencia irreconciliables, una parte de idealismo y la otra de fría razón. La alquímia, como ustedes supongo ya saben, anhela la superación de la dualidad y la integración de los opuestos. A mí me gustaría utilizar las letras como instrumento de la operación alquímica, aunque no soy más que un simple aprendiz. Las letras se organizan en torno a ideas largo tiempo sometidas a la reflexión pero siguiendo el juego de un flujo espontáneo que es lo que hace que ésta bitácora, como cualquier libro que yo pueda escribir, no sea más que literatura para peregrinos y chalados de naturalezas dispares. Siempre fui un loco. En mi entorno de compañeros de estudio - en la etapa del bachillerato - circulaba un rumor que decía que yo era miembro de una secta. Yo era un jovencito de actitudes herméticas, y ello encendía todo tipo de suspicacias y cotilleos sin fundamento. Es verdad que durante un tiempo fui miembro de una Sociedad Secreta de alto copete, y que la gente suele confundir una cosa con la otra al igual que yo puedo confundir el sueño con la realidad. Sea, pues. Ahora vayamos al asunto, espero que breve, que ha motivado la crónica de hoy. Sigo con el cine de Terrence Malick. Su filmografía no se aleja de un mismo eje. Es la utilización del celuloide para hacer de este el instrumento con el que plasmar la conexión entre la especie humana y la naturaleza. Cierto prejuicio antropocéntrico nos hace pensar que somos algo distinto a la naturaleza. Y la verdad es que nuestro baile de átomos es el mismo que el de los árboles y las estrellas, somos la misma materia. Pero a Malick le interesa la construcción de una Conciencia humanizada de ello. The New World, película que todavía no había visto hasta ayer mismo, es exactamente esa construcción pormenorizada. Utiliza el entorno - el Edén de las américas, la arquitectura sagrada y la estética de los jardines en la Europa aún renacentista - para que sea el continente de una historia de aventura y romance (fiel a la tradición del género) cuyo personaje central afirma su condición en el espejo de la naturaleza, ya sea un lago, un riachuelo, la luz del sol, el vuelo de las aves, la arquitectura de la catedral y el encanto de los jardines. La experiencia sensorial de la dulce e inocente ninfa que protagoniza la historia hace que Cultura y Naturaleza sean indistinguibles. El montaje de secuencias crea la Conciencia de ello. Por encima de tópicos y romanticismos sobre el mito del buen salvaje, es un cine sensitivo que el espectador puede utilizar a modo de trampolín hacia territorios arcanos. Y nos conduce hasta la Clave final, la aceptación serena de la muerte no como un fin trágico e indeseable, sino como la reintegración del ser humano en la corriente principal del cosmos de la cual procede, según dejó escrito Don Jesús Mosterín con acierto en su muy recomendable obra divulgativa. "Madre" es la fórmula, el nombre que la joven aborigen utiliza para referirse a su hacedora la madre tierra. En The Tree of Life, la madre protagonista que sufre la muerte trágica de su hijo, "entrega su hijo a Dios", mostrando su conformidad con el orden natural del cosmos. P. Witt, el soñador de The Thin Red Line, afirma que la aceptación consciente y serena de la muerte es la clave de la inmortalidad, pues no es un final, sino una reintegración y nuevo punto de partida. Una verdad que podemos hallarla codificada en muchas tradiciones, por mucho que los teólogos de la institución eclesiástica se hayan empeñado en tergiversar para poder rentabilizar el miedo a la muerte y obtener cierto control sobre las mentes de los súbditos. En la literatura evangélica Jesús el nazareno dirige su oración a la corriente principal del cosmos utilizando la fórmula "Padre" (en afinidad con la sociedad patriarcal del mundo hebreo). La variedad de fórmulas debida a nuestra diversidad antropológica no debe obnubilar nuestra visión. Todos se refieren a lo mismo. Dice el evangelista: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Dice la ninfa aborigen: "Madre, ya sé dónde estás". Y "te entrego a mi hijo". ¡Quién pudiera verificar en su conciencia estos códigos!. Entraría en el Cielo para siempre.