Fuente: PERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN - René Guénon
Hablando anteriormente de los diversos géneros de secretos de orden más o menos exterior que pueden existir en ciertas organizaciones, iniciáticas o no, hemos mencionado entre otros el secreto sustentado sobre los nombres de sus miembros; y puede parecer, a primera vista, que éste esté incluido entre las simples medidas de precaución destinadas a protegerse contra peligros provenientes de cualquier enemigo, sin que haya lugar para buscar una razón más profunda.
El "historicismo" de nuestros contemporáneos no se satisface sino al poner nombres propios a todo, es decir, a atribuir todas las cosas a determinadas individualidades humanas, según la concepción más estrecha que pueda hacerse, la que tiene su curso en la vida profana y no tiene en cuenta sino solo la modalidad corporal. No obstante, el hecho de que el origen de las organizaciones iniciáticas no pueda ser jamás relacionado con tales individualidades debería hacer reflexionar a este respecto, y, cuando se trata de aquellas de orden más profundo, sus propios miembros no pueden ser identificados, y no porque disimulen, lo que, por cuidado que pusieran en ello, no podría ser siempre eficaz, sino porque, en rigor, no son "personajes" en el sentido en que quisieran los historiadores, y cualquiera que creyera poder nombrarlos estará, por ello mismo, inevitablemente equivocado[1].
Antes de entrar en más amplias explicaciones, diremos que algo análogo se encuentra, guardando las proporciones, en todos los grados de la escala iniciática, incluso en los más elementales, de manera que, si una organización iniciática es realmente lo que debe ser, la designación de uno cualquiera de sus miembros mediante un nombre profano, incluso si es "materialmente" exacto, será siempre tachado de falsedad, casi como lo sería la confusión entre un actor y el personaje al cual interprete y del cual se obstinaran en aplicar el nombre en todas las circunstancias de su existencia.
Ya hemos insistido sobre la concepción de la iniciación como un "segundo nacimiento"; es precisamente por una lógica consecuencia inmediata de esta concepción que, en numerosas organizaciones, el iniciado recibe un nuevo nombre, diferente a su nombre profano; y esto no es una simple formalidad, pues este nombre debe corresponder a una modalidad igualmente diferente de su ser, aquella cuya realización se torna posible mediante la acción de la influencia espiritual transmitida por la iniciación; puede indicarse por otra parte que, incluso bajo el punto de vista exotérico, la misma práctica existe, por una razón análoga, en ciertas órdenes religiosas.
Tendremos entonces para el mismo ser dos modalidades distintas, manifestándose una en el mundo profano, y la otra en el interior de la organización iniciática[2]; y, normalmente, cada una de ellas debe tener su propio nombre, no conviniendo el de una a la otra, puesto que se sitúan en dos órdenes realmente diferentes. Se puede ir más lejos: a todo grado de iniciación efectiva corresponde una modalidad del ser; éste debería entonces recibir un nuevo nombre para cada uno de estos grados, e, incluso si este nombre no le es dado de hecho, no por ello no existe, puede decirse, como expresión característica de esta modalidad, pues un nombre no es en realidad sino esto.
Se desprende de estas consideraciones que un nombre iniciático no debe ser conocido en el mundo profano, puesto que representa una modalidad del ser que no podría manifestarse en éste, de manera que su conocimiento caería en cierto modo en el vacío, no encontrando realmente nada a lo que pudiera ser aplicado.
Todo lo que hemos dicho hasta aquí de esta multiplicidad de nombres, representando a otras tantas modalidades del ser, se refiere únicamente a extensiones de la individualidad humana, comprendidas en su realización integral, es decir, iniciáticamente, al dominio de los "pequeños misterios", tal como explicaremos a continuación de forma más precisa. Cuando el ser pasa a los "grandes misterios", es decir, a la realización de los estados supra-individuales, pasa por ello más allá del nombre y de la forma, puesto que, como enseña la doctrina hindú, éstas (nâma-rûpa) son las expresiones respectivas de la esencia y de la substancia de la individualidad. Un tal ser, verdaderamente, no tiene entonces nombre, ya que ésta es una limitación de la cual está desde ese momento liberado; podrá, si ha lugar, tomar cualquier nombre para manifestarse en el dominio individual, pero este nombre no le afectará en modo alguno y le será totalmente tan "accidental" como un simple ropaje que puede quitarse o cambiar a voluntad.
Esta es la explicación de lo que dijimos anteriormente: cuando se trata de organizaciones de este orden, sus miembros no poseen nombre, y por otra parte tampoco lo tendrán más; en estas condiciones, ¿qué hay todavía que pueda dar motivo a la curiosidad profana? Si incluso ésta llega a descubrir algunos nombres, no tendrán sino un valor convencional; y esto puede producirse, muy a menudo, en organizaciones de orden inferior a aquel, en las cuales serán por ejemplo empleadas "firmas colectivas", representando, sea a estas organizaciones en su conjunto, sea funciones consideradas independientemente de las individualidades que las desempeñan. Todo ello, lo repetimos, deriva de la naturaleza misma de las cosas de orden iniciático, donde las consideraciones individuales no cuentan para nada, y no tienen como fin el desviar ciertas investigaciones, aunque ésta sea una consecuencia de hecho; pero, ¿cómo podrían los profanos suponer otras intenciones de las que ellos mismos pueden tener?
De ahí proviene también, en muchos casos, la dificultad o incluso la imposibilidad de identificar a los autores de obras que tengan un cierto carácter iniciático[3]: o son por completo anónimas o, lo que viene a ser lo mismo, no tienen como firma sino una marca simbólica o un nombre convencional; no hay por otra parte ninguna razón para que sus autores hayan tenido en el mundo profano un papel aparente cualquiera.
Por lo demás, incluso en el orden profano, uno puede extrañarse de la importancia atribuida en nuestros días a la individualidad de un autor y a todo lo que le concierne de cerca o de lejos; el valor de la obra, ¿depende en forma alguna de estas cosas?. Por otra parte, es fácil constatar que la preocupación por vincular el propio nombre a una obra se encuentra tanto menos en una civilización que esté más estrechamente unida a los principios tradicionales, de la cual, en efecto, el "individualismo" bajo todas sus formas es verdaderamente su propia negación. Se puede comprender sin dificultad que todo ello se produzca, y no queremos insistir más, puesto que son cosas sobre las cuales nos hemos explicado a menudo; pero no era inútil indicar aún, en esta ocasión, el papel del espíritu antitradicional, característico de la época moderna, como causa principal de la incomprensión de las realidades iniciáticas y de la tendencia a reducirlas a los puntos de vista profanos.
Es este espíritu lo que, bajo nombres tales como "humanismo" y " racionalismo ", se esfuerza constantemente, desde hace siglos, en reducirlo todo a las proporciones de la individualidad humana vulgar, es decir, de la porción restringida que conocen los profanos, y en negar todo lo que sobrepasa este dominio, angostamente limitado, luego en particular todo lo que depende de la iniciación,, al grado que sea. Apenas hay necesidad de indicar que las consideraciones que acabamos de exponer aquí se basan esencialmente en la doctrina metafísica de los estados múltiples del ser, de la cual son una aplicación directa[5]; ¿cómo podría esta doctrina ser comprendida por quienes pretenden hacer del hombre individual, e incluso sólo de su modalidad corporal, un todo completo y cerrado, un ser que se basta a sí mismo, en lugar de no ver sino lo que en realidad es, la manifestación contingente y transitoria de un ser en un dominio muy particular entre una multitud indefinida de éstos, cuyo conjunto constituye la Existencia universal, y a los cuales corresponden, para este mismo ser, otras tantas modalidades de estados diferentes, de los cuales será posible tomar conciencia precisamente siguiendo la vía que le es abierta mediante la iniciación?
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[1] Este caso es concretamente, en occidente, el de los verdaderos Rosa-Cruz.
[2] Por lo demás, la primera debe considerarse como no teniendo más que una existencia ilusoria en relación a la segunda, no sólo en razón de la diferencia de los grados de realidad a los que se refieren respectivamente, sino también porque, como lo hemos explicado un poco más atrás, el "segundo nacimiento" implica necesariamente la "muerte" de la individualidad profana, que así no puede subsistir más que a título de simple apariencia exterior.
[3] Por lo demás, esto es susceptible de una aplicación muy general en todas las civilizaciones tradicionales, por el hecho de que el carácter iniciático está vinculado en ellas a los oficios mismos, de suerte que toda obra de arte (o lo que los modernos llamarían así), de cualquier género que sea, participa de él necesariamente en una cierta medida. Sobre esta cuestión, que es la del sentido superior y tradicional del "anonimato", ver El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, capítulo IX.
[4] Por ejemplo, parece que la cosa haya sido así, al menos en parte, para las novelas del Santo Grial; es también a una cuestión de este género a la que se remiten, en el fondo, todas las discusiones a las que ha dado lugar la "personalidad" de Shakespeare, aunque, de hecho, aquellos que se han librado a ellas no hayan sabido llevar nunca esta cuestión a su verdadero terreno, de suerte que apenas han hecho más que embrollarla de una manera casi inextricable.
[5] Para la exposición completa de lo que se trata, ver nuestro estudio sobre Los Estados múltiples del ser.