«Letra inscrita en la sombra», Parque del Retiro, Madrid.
y entre el runrún del torque coercitivo
—eso que algunos llaman «el cautivo
modo de ser más libre»—, voy de lado a lado del poema, y a él le imploro,
rota la rima previsible, un hueco
por el que deslizar, junto al muñeco
del ventrílocuo loco, un polvo de oro. El juego de las voces es a veces,
entre tanta tantálica armonía,
una apuesta perdida de antemano. Hay que apurar el cáliz. Y en las heces,
con sus taninos óxidos y su melancolía,
es preciso escrutar lo que a trasmano del poema-corsé quedan diciendo los ecos que al oírse se van yendo.
(En Madrid, a 20 de marzo y martes, primer día, dicen, de la primavera de 2018)