Maria Callas es un personaje que me ha fascinado siempre. Escucho sus discos constantemente y leo todo lo que encuentro sobre ella. Por eso disfruté especialmente aquella velada; por eso y porque sobre el escenario estaba una de las más grandes actrices a las que yo he podido ver. Curiosamente, un par de días después se otorgaban en Buenos Aires unos premios teatrales; Elio Marchi, uno de los colaboradores de Lino Patalano (manager de la actriz, y también de Julio Bocca), me invitó a acompañarlos, y allí estuve, sentado junto a Norma, convencido de que ganaria el premio. No lo hizo, pero mantuvo su señorío en toda la gala.
Más de quince años después, Norma Aleandro ha recuperado a Maria Callas, y ha traído «Master Class» a España, primero a Madrid (Teatros del Canal) y luego a varias ciudades (La Coruña, Bilbao, Barcelona y Zaragoza). Su interpretación en esta obra es también una clase magistral. Pocas actrices he visto con su elegancia, con su jerarquía, con su dicción matizada e impoluta, con su peso específico y su personalidad. Su Maria Callas es una mujer soberbia, segura, insolente y altiva, pero también una mujer frágil y derrotada. Así era la cantante griega, que vivía en aquellos años los efectos de un terrible desengaño amoroso: Aristoteles Onassis, uno de los mayores millonarios del mundo, la había abandonado.
En «Master Class», McNally enfrenta a la Callas con Maria. Por un lado, está la cantante legendaria, a quien todos temen y admiran, capaz de destrozar las ilusiones de una joven soprabno con un comentario apenas pensado o de emocionarse ante la lágrima al escuchar la apasionada interpretación de otro joven tenor. Como contraste, también se nos presenta a la mujer que, lejos de los oropeles, las adulaciones y las galas de los escenarios, se encuentra sola... Profundamente sola. Una mujer que por amor -por un amor ciego, que nunca supo estar a la altura- lo ha perdido todo; ha perdido la voz e, incluso, a un hijo que esperaba. Así fue Maria Callas, que vivió sus últimos años aferrada al recuerdo de Onassis, a pesar del continuo desprecio que él tuvo hacia ella y hacia lo que significaba. «Mi canario», la llamaba cómicamente.
Y Norma Aleandro vive sobre el escenario esa dualidad: la artista incontestable y la mujer desamparada. La actriz transita por las dos caras de la moneda con clase y naturalidad, llenando especialmente de emoción sus dos conmovedores monólogos en los que Maria Callas, a través de su cuerpo y de su voz, desnuda su alma y pide compasión y cariño a un público inexistente.