La realidad de la discapacidad, no se trata como un tema cotidiano, natural. Puede ser porque todos buscamos de una manera u otra la normalidad y vemos que en las personas que sufren algún que otro tipo de discapacidad “no lo son”. ¿Pero buscamos la normalidad o quizás la perfección? Si buscamos la normalidad, ¿qué es lo normal? Y si buscamos la perfección, a parte que estaríamos buscando en vano, ¿qué sería lo perfecto?
La gente que es normal es aquella que, en general, se parece a nosotros, y bajo esta esta visión, predomina un egocentrismo bastante acentuado. Para hablar de normalidad, debemos especificar y ampararnos en cuatro variables: estadística, psicológica, social o jurídica. Por otro lado, también hemos podido oír, en determinadas ocasiones, a los propios niños calificarse a sí mismos y definiéndose con rasgos que en su entorno no son bien recibidos o son poco corrientes estadísticamente hablando. Llevar aparato, llevar gafas, ser hijo único, tener pecas…
¿Qué está sucediendo en las sociedades occidentales? ¿Estamos llevando este asunto de ser normal o perfecto tan lejos que hasta nuestros más pequeños se pregunten o cuestionen sobre su aspecto cuando tendrían que estar jugando, leyendo tebeos, ojeando libros o cuentos, viendo películas infantiles con un bigote blanco de leche? Muy graves tiene que ser nuestros miedos y concepciones de discapacidades o de aspectos no normales para que llegue a las mentes de los niños. A lo mejor aparentamos la cara de “naturalidad” frente a la discapacidad pero resulta que sólo es eso, fachada.
Las barreras arquitectónicas resultan ser otro problema o asunto que empezara a modificar en las sociedades. Éstas impiden la vida cotidiana o no permiten la facilidad para vivir de una persona con alguna discapacidad, pues, al igual que para los zurdos, el mundo está hecho para los diestros. Además, la sociedad responde ante esto de fachada: empatiza poco. Si una persona con problemas de movilidad articular tiene problemas para abrir unos grifos que se han hecho pensando en personas con movilidad, se focaliza el problema en aquélla y se considera que no sabe y que debe aprender a adaptarse a lo que es común de todos y no al revés. Además, la sociedad adopta una postura bastante paterno-filial con respecto a personas con alguna discapacidad. Con nuestros actos caritativos originados por la lástima, la tristeza o la pena, damos sin pensar que el crecimiento y la maduración y el sentimiento de capacidad para hacer algo residen en todas las personas, tanto en las que tienen un ojo como en las que tienen dos. Se crea una masa dependiente que no beneficia en absoluto pues, de esta manera, es cuando realmente ayuda a cultivarse una invalidez y una pasividad notable.
“Todos somos normales”
Cuando nos relacionamos con nuestro entorno, con nuestros amigos, con nuestros padres, nuestra pareja, nuestros hijos o nuestros compañeros de trabajo, a menudo esperamos de ellos unas actitudes determinadas y nos formamos unas expectativas claras que esperamos que cumplan. Y así se lo transmitimos. Les comunicamos en situaciones cotidianas las esperanzas que depositamos y tenemos sobre ellos que, muy probablemente, se conviertan en realidad. Y con el ámbito de la discapacidad, ocurre lo mismo. En una persona con ceguera se ponen unas expectativas, en una persona con disfuncionalidad cognitiva se ponen otras, en la persona con inmovilidad motriz de caderas hacia abajo ponemos otras.
Además, la etiqueta social, guarda un mensaje claro en una persona son discapacidad: “No tengo, solamente soy”. Es decir, no tengo ceguera, soy ciego. En estos momentos, rebajamos toda la complejidad de un sujeto a una situación; esto es, convertimos a toda una persona en una parte que la caracteriza, una pequeña característica pasa a ser la persona entera. Estas expectativas no hacen su recorrido en el día a día en solitario, siempre van acompañadas de sentimientos y sensaciones que, posteriormente, guiarán la conducta humana.
Sabiendo que la cómoda tendencia natural del humano es sentir y luego guiar su comportamiento, una persona que sienta lástima o repulsión ante una situación de discapacidad, probablemente, se comporte acorde a sus sentimientos. Este es el nido donde se cultivan los prejuicios y estereotipos nocivos, a raíz de conductas guiadas por sentimientos negativos. Ya, la etiqueta, no es un simple nombre inocente para denominar una situación; la etiqueta es ahora un nombre acompañado de sensaciones o sentimientos perniciosos que guiarán las actitudes de aquellos que lo sienten, y actuarán en consecuencia, transmitiendo a la persona con ceguera su disgusto o su lástima.
Este comportamiento manifiesta una actitud negativa, de reproche, de insatisfacción, de desmotivación, e incluso de ataque. El emisor transmite que no está a gusto con el otro, que algo de su situación personal le molesta, que puede llegar a irritarle, que le sanciona o le juzga. Y el receptor, ante esto, reacciona de diversas formas. Pero todas ellas negativas. Se puede sentir dolido, triste, desmotivado, atacado, herido, injustamente tratado e irrespetado. El receptor corre el peligro de acabar creyéndose lo que el emisor le transmite, sobre todo, si este último representa una figura digna de admiración y respeto. Por tanto, es preciso mantenernos alerta y tener cuidado en nuestras ideas y nuestras relaciones sociales pues, sin quererlo, podemos estar dañando una de las zonas más delicadas y vitales del ámbito afectivo y del campo emocional del ser humano: la dignidad.
Parece que las personas no somos conscientes de que la situación de discapacidad es una realidad accidental e inevitable frente a la que todos somos vulnerables. La naturaleza se manifiesta de diversas formas biológicas, y la fragilidad física del cuerpo humano, ante una circunstancia, puede derivar en un cambio fisiológico o anatómico al que nos tengamos que adaptar. De esta manera, al igual que en otros círculos vitales, se producen cambios fisiológicos en nuestras vidas con los que debemos ir avanzando. La naturaleza nos puede dotar sin globos oculares, pero como buena madre que es, nos otorga a cambio un gran sentido del olfato o del tacto. El ser humano, percibe situaciones de discapacidad como acontecimientos catastróficos y caóticos a los que sólo podemos dar respuesta con lástima o con repulsión, llegando a darse situaciones de exclusión social. No vemos este tema como un aspecto natural que sucede de manera innata desde el nacimiento o de manera accidental debido a la fragilidad de la composición física y química del cuerpo. La mayoría los percibimos como una faena, una situación lamentable en la que nunca desearíamos estar envueltos.
“Ellos viven lo que otros temen afrontar”