Alfredo Landa, enfermo desde hace años como quedó de manifiesto con el lapso que sufrió durante su discurso de aceptación del Goya de Honor en 2007, nos ha dejado hoy a los 80 años en Madrid tras una larga temporada retirado de la vida pública. Convertido durante la última década más en personaje que en el heredero del gran actor que fue y a pesar de su carácter tosco y poco dado a las sutilezas, a la hora de la verdad era realmente complicado no encontrar una mirada entrañable en el rostro de este navarro que llegó a conquistar todas las metas profesionales que se propuso, tanto en comedia como en drama, y que puso cara a toda un generación que veía como las barreras impuestas por el franquismo se levantaban hacía un futuro tan incierto como esperanzador.
Nuestra despedida completa a Alfredo Landa, tras el salto.
Hijo de un Guardia Civil de Pamplona, desde el marco de su nacimiento Landa ya apuntaba maneras para convertirse en el fiel reflejo del español de una era y en todo un fenómeno sociológico. Aunque no sería hasta que cumplió los 27, una vez hubo desistido de su empeño por convertirse en abogado, que el el joven Alfredo se inició en la escena teatral, a la que no tardaría en seguirle un éxito cinematográfico tan brutal como para que podamos encontrar años en los que estrenó 7, 8 y hasta 9 películas distintas.
Landa no tardó en reivindicarse como algo más que un Pajares o Esteso iluminado cuando decidió dar un arriesgadísimo giro dramático en su carrera en 1976. El Puente, de Juan Antonio Bardem, fue un éxito que nos descubrió a un intérprete al que incluso el Festival de Cannes no tardaría en tomar en serio concediéndole el premio al mejor actor -ex aequo con Paco Rabal- por Los Santos Inocentes (Mario Camus, 1984). La Vaquilla, Tata Mía o sus repetidas colaboraciones con Garci, junto al que se despidió de su profesión en la irregular Luz de Domingo en 2007, confimaron la evolución tragicómica de Landa hasta consagrar al navarro como un intérprete total, merecedor del Goya al mejor actor principal en dos ocasiones: 1987 y 1992, por El Bosque Animado y La Marrana respectivamente.
A pesar de esa última época discreta, retrasada eso sí mucho más de lo que fueron capaces otras estrellas que se consagraron en torno a la transición, Landa fue mucho más; de hecho, fue prácticamente de todo, pero principalmente el mejor representante de una sociedad cohibida y taimada que ansiaba conquistar nuevos horizontes sin miedo al cambio y sin renunciar nunca a su identidad. Una que a partir de hoy le echará de menos no sólo en la pantalla grande.