A la idea de ver una película bien tarde le sigue la de añadir otra y ver si se puede echar la noche entera, enredado en películas, esperando que amanezca. Hace años que no cometo ese exceso de suplir el sueño con fotogramas o con lecturas. Vale también el libro: andar toda la noche dentro de una novela, engullirla en una sentada, que decía mi amigo K. en sus tiempos de lector voraz. Ya no lo es, ya no lo somos. Hemos dejado de hacer todo con esa voracidad de antaño. Comemos con la misma inquietud, pero no engullimos. Podemos hacerlo un día, por probar, por ver si se mantiene intacta el hambre y todavía sabemos abrir bien la boca y dar las dentelladas preceptivas. Las hay de una fiereza que compromete la integridad de la dentadura, pero qué felicidad ese perderse en el riesgo, ese ir y no saber si volverá uno indemne o le dolerá la espalda, por el rato empeñado, o la cabeza, al día siguiente, estará embotada, pidiendo las horas de descanso que no le dimos. A la cabeza le damos palizas que no merece. Hoy quise aventurarme yo en aventuras de éstas: así me lo propuse a poco de arrancar el día. Esta noche ves de nuevo Birdman, que no la viste bien, que te dejó un cuerpo raro. Y luego empalmas (qué verbo tan sólido y qué idóneo) con Relatos salvajes, la del Darín, que te la recomendaron ya varias veces. Si queda noche, si sobra ese silencio mullido que conviene para estos menesteres, lees, terminas lo que tienes entre manos (Santuario, William Faulkner, en una edición muy vieja que apareció el otro día sin que yo lo esperase, con el viejo Popeye y ese ritmo perdido de personas que entran y salen de la trama) y te vas a la cama o no. Porque quizá no sea necesario dormir esa hora suelta. Está la victoria que hemos acometido: toda la noche oyendo pasar páginas o escenas en una pantalla o vidas que no son la nuestra y que alguien se preocupó de contarnos. La literatura es una batalla hermosa, las palabras son un instrumento maravilloso. Ahora son la una o poco más y no hay deseo, ni está la valentía rondándome, como supuse, como deseé esta mañana. Es que igual el día ha sido largo - lo ha sido - y uno no está ya fuerte del todo - no lo está en absoluto -. Nos estamos haciendo viejos. No se el porqué de ese plural. Será para no sentirme solo del todo. Buenas noches.
A la idea de ver una película bien tarde le sigue la de añadir otra y ver si se puede echar la noche entera, enredado en películas, esperando que amanezca. Hace años que no cometo ese exceso de suplir el sueño con fotogramas o con lecturas. Vale también el libro: andar toda la noche dentro de una novela, engullirla en una sentada, que decía mi amigo K. en sus tiempos de lector voraz. Ya no lo es, ya no lo somos. Hemos dejado de hacer todo con esa voracidad de antaño. Comemos con la misma inquietud, pero no engullimos. Podemos hacerlo un día, por probar, por ver si se mantiene intacta el hambre y todavía sabemos abrir bien la boca y dar las dentelladas preceptivas. Las hay de una fiereza que compromete la integridad de la dentadura, pero qué felicidad ese perderse en el riesgo, ese ir y no saber si volverá uno indemne o le dolerá la espalda, por el rato empeñado, o la cabeza, al día siguiente, estará embotada, pidiendo las horas de descanso que no le dimos. A la cabeza le damos palizas que no merece. Hoy quise aventurarme yo en aventuras de éstas: así me lo propuse a poco de arrancar el día. Esta noche ves de nuevo Birdman, que no la viste bien, que te dejó un cuerpo raro. Y luego empalmas (qué verbo tan sólido y qué idóneo) con Relatos salvajes, la del Darín, que te la recomendaron ya varias veces. Si queda noche, si sobra ese silencio mullido que conviene para estos menesteres, lees, terminas lo que tienes entre manos (Santuario, William Faulkner, en una edición muy vieja que apareció el otro día sin que yo lo esperase, con el viejo Popeye y ese ritmo perdido de personas que entran y salen de la trama) y te vas a la cama o no. Porque quizá no sea necesario dormir esa hora suelta. Está la victoria que hemos acometido: toda la noche oyendo pasar páginas o escenas en una pantalla o vidas que no son la nuestra y que alguien se preocupó de contarnos. La literatura es una batalla hermosa, las palabras son un instrumento maravilloso. Ahora son la una o poco más y no hay deseo, ni está la valentía rondándome, como supuse, como deseé esta mañana. Es que igual el día ha sido largo - lo ha sido - y uno no está ya fuerte del todo - no lo está en absoluto -. Nos estamos haciendo viejos. No se el porqué de ese plural. Será para no sentirme solo del todo. Buenas noches.