La instantánea que ilustra la entrada de hoy, recoge el estado en el que quedó el autocar en el que viajaban 44 niños, que resultaron, afortunadamente, solo heridos leves en el siniestro, dando postivo el control por cocaína que se hizo al conductor. Según los indicios, el vuelco del vehículo fue debido a un exceso de velocidad.
La noticia no tendría relevancia, más allá del susto, si no fuera por las declaraciones que hizo la progenitora del chófer, afirmando que había consumido el viernes (el accidente tuvo lugar un lunes) como todo el mundo, o que todos los padres de familia que dejaron a sus hijos en el transporte escolar, hubiesen dado positivos por cocaína.
Es alarmante que en nuestro país cualquier ciudadano de a pie entienda que resulta normal y extendido el consumo de una sustancia psicoactiva ilegal; igualmente de peligroso resulta este último extremo, a nadie debería extrañar que no se respete la ley cuando la cocaína es una droga perseguida y prohibida, tanto su tráfico como su consumo y la ciudadanía hace caso omiso de las normas. No nos ha de extrañar la corrupción transversal que reina en todos los partidos políticos, cuando los ciudadanos se saltan a la torera las normas más elementales de salud pública.
La cocaína es una droga dura, que altera seriamente el carácter y la personalidad de quien la consume, es responsable de peleas, agresiones, asesinatos y accidentes de tráfico; resulta altamente adictiva con un gran síndrome de abstinencia psicológico, no físico, y complica aún más la vida de quien se engancha a ella por los aditivos tóxicos que incorporal los sucesivos “cortes” que se producen en su tráfico ilegal. No podemos entender como “normal” el consumo, que debería ser perseguido con más inisitencia por parte de la autoridad competente, considerando el peligro que representa para el propio adicto y para los demás.