Nos Quitamos Las Etiquetas?

Publicado el 06 abril 2018 por Carlosgu82

Hace como un par de años, estuve en una conferencia sobre la autoestima de nuestros hijos, y en ella hablaban sobre las etiquetas que nos van colgando a lo largo de nuestra vida.

Como etiqueta me refiero a las distintas definiciones positivas o negativas, que hacemos de las personas, cuando observamos su comportamiento, confundiendo lo que hace o cómo actúa, con lo que la persona es en realidad.

La psicóloga que impartía la charla lo hacía de forma muy amena y divertida, pero mediante las anécdotas que iba dando con gran maestría, (ya que hacía que todos estuviésemos atentos y divertidos) nos iba diciendo grandes verdades que nos hacían estremecer.

Recuerdo que en la charla nos preguntó cuáles eran nuestras etiquetas. Hubo muchas personas que alzaron la mano y se atrevieron a decir la que tenían colgada en su pecho. Fue curioso descubrir entre todos aquellos testimonios, el gran impacto emocional que a todos ellos, les causaba su etiqueta. Muchos comentaban con gran angustia, todos los problemas que les había acarreado, el hecho de que todos les consideraran, como la etiqueta que tenían colgada.

Hasta ese momento, no me había dado cuenta, de toda la vorágine de emociones que se crean en una persona, con la relación que tiene con su “letra escarlata”, porque realmente, eso es lo que es una etiqueta, una letra escarlata que se queda grabada en nuestro pecho de por vida, a no ser, que decidamos cambiarla.

Nos encanta comparar

Cuantas veces hemos escuchado eso de… es igualito que su padre (o su madre, tío, primo o el parentesco que más te guste), y no me refiero en este momento al parecido físico, sino a alguna cualidad con la que se suelen relacionar a las personas comparadas.

Es muy frecuente que exista por ejemplo, la comparación entre hermanos, fomentada por los familiares. Es típico decir eso de… ya podías ser como tu hermano, más listo, o más simpático, o más responsable, o todos los calificativos que se nos puedan ocurrir, para alzar a uno a un pedestal y hundir al otro en el fango. Esas comparaciones hacen mucho daño a ambas personas. A la que sube al pedestal, porque tiene la presión de comportarse siempre, de la mejor manera posible para estar a la altura de lo que le achacan, y a la que queda por debajo, porque siempre van a valorar mejor a la persona con la que la comparan, haga lo que haga, por lo que, nunca será suficiente cualquier esfuerzo que pueda hacer.

Como se forman las etiquetas

Ya hemos visto que solo con comparar, podemos crear etiquetas a dos personas distintas de la forma más sencilla. Y es que, las etiquetas se van creando casi sin que nos demos cuenta. Todos lo hacemos inconscientemente, expresando sin filtro alguno lo que vemos del otro. Solo hace falta ver, como esa persona repite un comportamiento en más de una ocasión, para que se lo reforcemos como si ocurriese de forma habitual. Puede ser tanto un hecho que consideremos positivo, como uno que consideremos negativo. Esto hará que poco a poco, vayamos reforzando ese vínculo de la persona con su nueva etiqueta, hasta que llegue el momento, en el que crea firmemente en el comportamiento que le achacan, y empiece a actuar acorde con su etiqueta.

Cuando ya exista esa fusión, entre la forma de actuar, y la letra escarlata imaginaria, será entonces cuando aparezca una gran dificultad para romper ese vínculo creado.

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Cuidado con nuestros pequeños

Las etiquetas suelen formarse ya desde la infancia, por eso es bueno ser cautos con lo que decimos a nuestros hijos, o a los pequeños que tengamos a nuestro alrededor. Hemos de pensar, que nosotros somos su guía como adultos, y que lo que les decimos, tiene un peso incuestionable para ellos. Creerán fielmente lo que reciben, no solo de nuestros labios, sino también de cómo nos comportemos con ellos.
Crecerán convencidos de que es cierto lo que dicen de su persona, y ésto hará que se definan a ellos mismos con aquello que se han creído, actuando de esta forma, no solo en la niñez, sino en el resto de su vida como adultos.
Las “coletillas” de las etiquetas son aún más perjudiciales. Por ejemplo, añadir “el más”, como “es el más listo, el más torpe, el más despistado, el más responsable, el más tonto…” produce un efecto mucho mayor,puede generar mucha presión y malestar en el niño. Si decimos que es “el más listo de la clase”, puede ocurrir que el niño se exija demasiado a si mismo de forma constante, ya que tiene que permanecer en ese rango para ser fiel a su etiqueta, por lo que, cualquier fallo será para él una frustración y una decepción para los que le etiquetan. Si es “el más torpe”, no se atreverá a hacer nada por miedo a que se rían de sus torpezas, y cuando haga cualquier cosa, el miedo le paralizará tanto, que hará que cometa la torpeza que todos esperan de él, reforzando así su etiqueta, y su presión a la hora de comportarse.

Así podríamos continuar con cada etiqueta marcada, ya que ésta, definirá el comportamiento reiterado de la persona que la lleva.

Las etiquetas nos definen y nos limitan

Cuando describimos a alguien mediante sus cualidades o defectos, lo hacemos muchas veces, enfocando más la importancia en las etiquetas que se les definen, que en sus valores como humanos. Nuestras etiquetas son como, nuestra huella dactilar. Se integran en nosotros y basamos nuestra identidad en ellas, comportándonos exactamente como nuestras etiquetas nos marcan. Eso hace que estemos limitados en gran medida, porque pensamos que “somos” así y creemos que no podemos cambiarlo.

Consideramos a esa huella impostora como parte de nuestra personalidad, como algo con lo que hemos nacido, y no como un comportamiento que hemos aprendido de nuestras experiencias y que podemos modificar.
 Pensamos que si los demás dicen que somos de una determinada manera, será cierto, así que, no cuestionamos. Nos aferramos a esa creencia y actuamos como tal, porque “para que cambiar, si van a seguir pensando que soy así”

Podemos dar la vuelta a nuestras etiquetas

Es el momento de ponernos a pensar qué etiquetas llevamos grabadas a fuego en nuestro interior.

  • ¿Qué experiencias nos marcaron ese comportamiento y nos hizo identificarnos con él?
  • ¿Quién o quienes nos hicieron creer que somos de una manera determinada?
  • ¿Qué es lo que nos hizo pensar que no podemos cambiar lo que consideran que somos?
  • ¿Hasta qué punto nos limitan nuestras etiquetas y nos perjudican?
  • ¿Qué podemos hacer para modificar ese comportamiento que tanto nos ha dañado?

Con estas u otras preguntas podemos desarmar nuestras etiquetas, Se trata de explorar nuestro interior y empezar a conocernos mejor, para poder modificar aquello que creíamos inquebrantable.

Estamos en una sociedad en la que constantemente ponemos calificativos a los demás, y nos sale instantáneo y automático en muchos casos. Es difícil actuar de otra manera, porque lo hemos aprendido desde que teníamos uso de razón, pero si empezamos a ser conscientes de lo que crean las etiquetas, y de que éstas no son ni mucho menos, algo que deba permanecer inmóvil en nuestra vida, podremos empezar a creer, que nuestros comportamientos no son los que nos definen, sino que se deben a nuestras experiencias y se pueden cambiar.

Si somos conscientes del dolor que han causado nuestras letras escarlatas en nosotros mismos, será más fácil que cuidemos los mensajes que damos a los demás, ya que, bajo ningún concepto queremos dañar a nuestros seres queridos, y menos con lo que a nosotros nos daña.

Si a nuestros pequeños, les damos constantemente el mensaje de que pueden mejorar cuando tengan un comportamiento reiterado, en lugar de crearles una etiqueta irrompible de dicho comportamiento, crearemos adultos más seguros, más felices, más capaces y más libres de cargas innecesarias.

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