Dicen que tu y yo, dentro de algún tiempo, esperemos que mucho, nos veremos en el Cerro Garabitas. Eso dicen. Las leyendas, ya sabes. Esas que se reúnen de vez en cuando y nos cuentan historias, unas más bellas que otras, sobre lugares, personas, fantasmas, aventuras o pasiones. Pues esas mismas leyendas, sección Madrid, cuentan que todos aquellos que vivimos y pululamos por Madrid, al morir, nos vamos para arriba desde el Cerro Garabitas.
El Cerro Garabitas se encuentra en la Casa de Campo, ese parque de Madrid que de grande que es, parece como que no lo vemos. Claro que no fue siempre nuestro, propiamente dicho. Primero fue de los Vargas, una avispada familia que fue de las primeras en ver las posibilidades del entorno para colocar allí en esos terrenos lo que a la postre fue a darles nombre: Una Casa de Campo. Pasado un tiempo, Felipe II, que como buen rey era un poco “culoveoculoquiero”, se encapricho de los terrenitos, que le venían muy bien tan cerquita de casa y con tantos animales dispuestos a caer bajo sus reales armas, así que se encargo de que pasaran a la corona. Y allí siguieron, dando los sucesivos monarcas sus toques aquí y allá, pero todos disfrutando de ese “jardincito” que les pillaba tan a mano. Hasta que llegó la República (la segunda) y nos hizo el regalazo de hacerlo público, en 1931. Ni más ni menos que 300.000 madrileños entraron el primer día que abrió sus puertas, un 1 de mayo de 1931. Y hasta ahora, entre Zoos, Bicicletas. Barcas, Putas, Meriendas, Osos Pandas, Atracciones y demás.
Parece ser que la fama del Cerro Garabitas, o de la Casa de Campo como lugar apropiado para encontrarse una timba de espíritus mientras das un paseito viene ya de cuando los Vargas eran los dueños del terreno. Imagino que el hecho de ser un lugar boscoso y relativamente apartado ayudo a que la leyenda fuera pasando de boca en boca. Aunque lo que quizás terminó por darle más impulso fuera el hecho de que el Cerro en cuestión fuera objeto de cruentos combates durante la Guerra Civil. Desde allí los nacionales batían Madrid con artillería pesada, y de allí quería echarles el ejercito republicano para que dejaran de hacerlo. Vida, lucha, muerte, odio, sangre y pólvora. No es de extrañar que se hubieran quedado unos cuantos fantasmas por allí.
En todo caso, voto a bríos que no es mal sitio para dejarse ir. Madrid a la vista y el cielo más cerca, un último vistazo a las calles que albergaron besos, pisadas, derrotas y tantas cosas. Un adios desde dentro que parecería desde fuera, un poco siempre y un poco nunca, aunque no estaría mal que me dejasen ser fantasma en la Gran Vía, sin asustar demasiado, tan sólo lo justito para no perder el carnet del sindicato. Pero sea como fuere, desde Garabitas o desde donde quiera que pase, por favor, de Madrid al cielo, pero que no falte el agujerito para verlo.