La universidad y los centros de enseñanza son el fuego donde se fraguan todos los movimientos estudiantiles. Estos espacios son un bastión para la libertad y la crítica; incluso en regímenes con un alto grado de control, ofrecen la posibilidad de confrontar diferentes líneas de pensamiento para crear polémica y estimular la razón. La vocación del movimiento estudiantil se centra en alterar las estructuras de la universidad y lograr cambios institucionales. Los estudiantes actúan como catalizador y agentes activos del descontento social, pero un movimiento es únicamente estudiantil si su objetivo es la educación.
Se trata de un movimiento que se renueva constantemente: cada año una generación nueva se incorpora a la universidad y otra más experimentada se va. Su militancia es transitoria, ya que el periodo de tiempo del que disponen para desarrollar conciencia política y organizarse es muy corto.
Los estudiantes evitan los medios institucionales de expresión. Sus formas de lucha se encuadran dentro de la acción directa —que no necesariamente violenta—: llaman a manifestaciones y huelgas, bloquean vías de comunicación y ponen en práctica actos de resistencia pasiva como la ocupación de edificios públicos. Esta explosividad es su fuerza, pero también su debilidad: una vez disipada la euforia, las ilusiones se evaporan y el movimiento decae. Su aporte real no reside en su permanencia y estatismo, sino en su capacidad para provocar cambios y ser el germen de movimientos posteriores.
Madre que alimenta
La universidad evoca tiempos antiguos, columnas dóricas de mármol blanco: el templo del saber erigido sobre el cielo. De forma metafórica, la universidad es llamada alma máter. Esta locución latina significa ‘madre nutricia’ e identifica a la institución como una madre que transforma al individuo proporcionándole alimento intelectual a través de la ciencia y el saber.
Se considera que el origen de la institución universitaria se encuentra en la Europa medieval, cuando las congregaciones de monjes cristianos crearon centros de estudio de Teología, Medicina y Filosofía. La educación era rígida, elitista —solo la aristocracia y el clero tenían acceso— y profundamente religiosa, fiel reflejo de la sociedad de la época.
Durante la colonización, Europa exportó su modelo universitario al resto del mundo. Con el respaldo del papa y la Corona española se fundaron en América las denominadas universidades de Indias. Estas instituciones representaban el poder político, económico y eclesiástico occidental; los hijos de la alta clase europea y de los caciques estudiaban en las universidades y pasaban a conformar el tejido social criollo, que perpetuaba el sistema de dominación.
Tras las encarnizadas guerras de independencia de las colonias, las universidades sufrieron una transformación. Influenciadas por la Revolución francesa, evolucionaron del modelo colonial al napoleónico, una reacción ideológica que afirmaba un orden nuevo frente al viejo. Thomas Jefferson, padre fundador de EE. UU., fue uno de los primeros defensores de la educación pública y laica. A sus ojos, garantizar la libertad del pueblo solo era posible si estaba formado y tenía capacidad crítica hacia sus Gobiernos. Sin embargo, la universidad continuó siendo el refugio de los privilegios de la clase dirigente y el clero, con lo que reproducía los vicios de una sociedad esclavista, gerontocrática, patriarcal y autoritaria.
La Historia de la educación está íntimamente ligada a la lucha de ideologías en el mundo. Las dos grandes corrientes ideológicas opuestas, el socialismo y el liberalismo, defienden posturas enfrentadas también en la educación. El primero sostiene que la educación es un bien público necesario para lograr la igualdad social. El segundo defiende la privatización del sistema de educación siguiendo la lógica de libre mercado: la competencia produce mejoras en los servicios y la libertad de elección del estudiante está asegurada. En un discurso se defienden los conceptos de equidad, participación y acceso, mientras que en la narrativa liberal se habla de libertad, rendimiento y eficiencia.
Para ampliar: “Ideología, educación y políticas educativas”, Jesús Hernández García, 2010
Con el llamado “fin de la Historia” —y de la ideología—, los pesos de la balanza han ido acercándose al centro. La democracia y el Estado del bienestar son los ejes que vertebran ahora las sociedades occidentales, permeadas por la neoliberalización y la economía capitalista que indiscutiblemente rigen las normas del juego. Para llegar al modelo de universidad que conocemos ahora han sido necesarios años de organización y lucha estudiantil.
Despertar con el grito de Córdoba
En 1918 se produjo un hito que marcó profundamente todos los movimientos estudiantiles posteriores, especialmente los latinoamericanos: la reforma de Córdoba. Lo que comenzó como una rebelión estudiantil en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) desembocó en la primera confrontación entre la sociedad y una universidad enquistada en el colonialismo. Con una proclama antiimperialista, anticlerical, antimilitar y en contra de los Gobiernos oligárquicos, los estudiantes desafiaron los arquetipos europeos impuestos y reclamaron reformas universitarias.
Los principales puntos que exigieron fueron la autonomía universitaria y el cogobierno universitario tripartito entre docentes, estudiantes y graduados. Los estudiantes sostenían que, para evitar que los problemas políticos del Gobierno derivasen en cambios arbitrarios en la educación, la universidad debía elegir su propio gobierno y crear sus propios estatutos y programas de estudio. Asimismo, las fuerzas policiales no debían poder entrar en los campus. Reivindicaron también la libertad de cátedra con el fin de evitar la censura y defendieron que la universidad tuviera una función social, que buscara remedio a los problemas de la sociedad.
Para ampliar: “A cien años de la reforma de Córdoba (1918-2018). La época, los acontecimientos, el legado”, Álvaro Acevedo Tarazona, 2010
El movimiento fue duramente reprimido por las autoridades, pero triunfó: consiguió la autonomía en 1919 y sentó un precedente histórico. El resto de universidades públicas latinoamericanas siguieron sus pasos y lucharon para conseguir la autonomía desde los años 30 a los 90. Venezuela fue el último país en establecer la autonomía en 1999, durante el mandato de Hugo Chávez.
La reforma de Córdoba tiene un significado muy especial para los estudiantes jóvenes, que por primera vez despiertan y reclaman para sí una parte del ejercicio del poder. Hasta entonces, la juventud había sido totalmente tutelada y excluida de los procesos de decisión; tras el grito, los estudiantes son conscientes de su papel activo en la sociedad y no dudan en luchar y crear espacios en los que se escuche la voz de la juventud.
“¡Corre, camarada, el 68 te persigue!”
En 1968 el mundo convulsionaba, presa de una agitación febril. La tensión entre los dos titanes durante la Guerra Fría se extendía por todos sus rincones. El movimiento hippie, la emancipación de la mujer y la revolución sexual irrumpían con fuerza y rompían con el modelo social tradicional. El rechazo a la guerra y al imperialismo, la exigencia del desarme nuclear y los ideales revolucionarios fueron enarbolados por estudiantes que ansiaban un cambio en el orden existente.
Vietnam se desangraba en una guerra cruel y el resto del mundo despertaba con salpicaduras de sangre. En EE. UU. las protestas estudiantiles antibelicistas tomaron un giro violento en Chicago y Columbia después de que se descubriera la participación de la universidad en una investigación sobre armas para la guerra en Vietnam junto con el Instituto de Análisis de la Defensa. Los estudiantes estadounidenses luchaban también contra la segregación; el Movimiento por los Derechos Civiles dividió a los estudiantes y los enfrentó entre sí. Los asesinatos de Martin Luther King y Kennedy ese año polarizaron aún más la sociedad estadounidense.
Para ampliar: “Los movimientos sociales de los años sesenta en Estados Unidos: un legado contradictorio”, Patricia de Ríos, 1998
Los adoquines volaban en las calles de París, Berlín y Madrid. En mayo del 68 los estudiantes parisinos dinamitaron la tranquilidad en el país. Inspirados por el triunfo de la revolución cubana y la Revolución Cultural de Mao Zedong, los estudiantes se movilizaron y pidieron ayuda a los partidos de izquierda y los sindicatos. El grave deterioro de la situación económica y el desgaste de la figura del general De Gaulle hicieron estallar el conflicto en Sorbona. Los estudiantes exigían reformas en la educación y buscaban subvertir las estructuras económicas y sociales.
Los estudiantes en Alemania, organizados bajo la Federación Socialista Alemana de Estudiantes, buscaban una reforma universitaria radical. El afincamiento de exnazis en altos cargos universitarios y la aprobación de reformas legales antidemocráticas hicieron que los estudiantes abanderaran la lucha contra las sombras del fascismo. De forma más clandestina se organizaban los estudiantes en Madrid. El control y la represión del Gobierno franquista impedían movimientos sospechosos, así que la primera rebelión estudiantil constituyó una sorpresa. Los hijos de franquistas, vencedores de la guerra civil, habían accedido a la universidad sin sufrir el trauma de la guerra; para el resto, el franquismo no era el régimen salvador de la patria, sino un aparato represor que les impedía desarrollarse. Para ellos era evidente: la democracia en España era imposible sin la democracia en la universidad.
Para ampliar: “El movimiento estudiantil español durante el franquismo (1965-1975)”, Miguel Gómez Oliver, 2008
Otro campo de batalla para la protesta estudiantil emergió en Japón. Zengakuren, la Federación Japonesa de Asociaciones Estudiantiles, nació en 1948 como una federación nacional de corte comunista. Con un alto poder organizativo y de acción, los estudiantes defendieron con ferocidad la autonomía universitaria y lucharon en contra de la subida de tasas de la matrícula y la privatización; además, se adjudicaron la tarea de luchar contra la injerencia imperialista estadounidense tras la derrota nipona en la Segunda Guerra Mundial.
Para ampliar: “Student protest in the 1960s”, Patricia G. Steinhoff, 1999
En Latinoamérica las calles también gritaban. El ascenso de los movimientos de izquierdas y la resistencia a dictaduras militares habían provocado un cóctel revolucionario incendiario. El 2 de octubre del 68 el cielo se oscurecía sobre la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco (México): unos 400 estudiantes eran asesinados por el Ejército durante una protesta contra el Gobierno.
Los movimientos estudiantiles latinos permanecieron en resistencia durante los años 70 contra las dictaduras militares, defendiendo con uñas y dientes los logros universitarios conseguidos. El caso de Argentina es paradigmático: tras haber sido pionera en conseguir la autonomía universitaria y el cogobierno tripartito, la Revolución Argentina —dictadura militar impuesta tras un golpe de Estado— suprimió todos los derechos conseguidos y persiguió brutalmente a los estudiantes, con sucesos tan trágicos como la Noche de los Bastones Largos o la Noche de los Lápices.
Para ampliar: “Generación del 68: más allá del mayo francés”, Javier Esteban El Orden Mundial, 2018
El otoño de las naciones
En 1989 el fin de la doctrina Breznev dejó desprotegidos a los regímenes comunistas de todo el mundo. Alemania Oriental, Hungría, Polonia, Rumanía, Checoslovaquia y Cuba se vieron desamparados al terminar la solidaridad internacional socialista que prodigaba la URSS. Las corrientes aperturistas y liberalizadoras impulsadas por Gorbachov en el seno de la Unión Soviética generaron grandes tensiones en los países de ortodoxia marxista. Los pueblos alzan la voz y reclaman cambios a sus Gobiernos.
Los estudiantes tuvieron un papel relevante en las revueltas, pero lo que los diferenció de los anteriores movimientos de los 80 fue la adhesión de las demás clases sociales a la lucha. Por ello, no se pueden categorizar como movimientos estudiantiles puros a pesar de que su raíz se diera en el espacio estudiantil. La matanza de Tiananmén y la Revolución de terciopelo son ejemplos muy claros.
En China las manifestaciones fueron lideradas por estudiantes e intelectuales secundados por el resto del pueblo. Protestaban en contra de la represión y la altísima corrupción del Partido Comunista y pedían una reforma democrática que acompañara a las medidas económicas desreguladoras. Las manifestaciones se saldaron con más de 10.000 asesinatos.
Mientras tanto, en Bratislava la desproporcionada represión policial a una manifestación estudiantil contra el régimen comunista consiguió movilizar al resto de la sociedad. Las manifestaciones se extendieron por el resto de Checoslovaquia y la huelga antigubernamental fue ampliamente secundada. La Revolución de terciopelo triunfó y las elecciones se produjeron en 1990.
2011, de Twitter a las calles
La caída del muro de Berlín, el fin de las dictaduras militares en Latinoamérica y la consolidación de EE. UU. como primera potencia reconfiguran el orden mundial. La aparente estabilidad política, económica y social estalla en 2008 con la crisis financiera mundial. Las medidas de austeridad que acometen los países aconsejados por el Fondo Monetario Internacional se traducen en enormes recortes al Estado del bienestar. El desarrollo conseguido hasta la fecha dio dos pasos atrás; según la Organización Internacional del Trabajo, a finales de 2010 el desempleo alcanzó un máximo histórico mundial.
Ese año el uso de las redes sociales también estaba en plena efervescencia. La creación de Facebook en 2004, Twitter en 2006 y WhatsApp en 2009 cambió radicalmente las dinámicas de comunicación y organización y facilitó el surgimiento de movimientos sociales. El #Yosoy132 en México, el 15M en España, Occupy Wall Street en EE. UU. y las primaveras árabes en el Magreb y Oriente Próximo sacudieron el mundo valiéndose de internet para poner en jaque a los Gobiernos. En todos estos movimientos los jóvenes y estudiantes tuvieron un peso esencial y en múltiples ocasiones fueron la chispa que prendió la mecha. Sin embargo, no pueden considerarse movimientos estudiantiles en tanto que sus reivindicaciones no se centraron en la universidad.
Fue en Chile y Hong Kong donde los estudiantes volvieron a levantar los puños y defender la educación. La generación chilena que en 2006 protagonizó la revolución pingüina volvió a la carga cinco años después para demandar una educación gratuita y pública y rechazar el sistema de copago. Durante siete meses las protestas paralizaron al país exigiendo un cambio sustancial en un sistema de educación privatizado en exceso —tan solo el 25% del sistema educativo estaba financiado por el Estado—, heredado de la dictadura de Pinochet. Al no saber satisfacer las demandas del movimiento, el Gobierno entró en crisis.
A 18.400 kilómetros, en el mar de la China Meridional se gestaba el escolarismo hongkonés, un movimiento estudiantil encabezado por Joshua Wong. Indignados por las imposiciones educativas doctrinarias que pretendía implantar el Partido Comunista de China, los estudiantes se organizaron, inundaron las calles de las ciudades y ocuparon las oficinas del Gobierno. A finales de 2012 consiguieron su objetivo y los líderes de Hong Kong rechazaron el plan de estudios propuesto por el Gobierno chino. Dos años después, el escolarismo impulsó la denominada revolución de los paraguas boicoteando las clases y participando en actos de desobediencia civil contra la reforma electoral impuesta por China.
Resistir hasta ser escuchados
Las aguas no se han calmado tras la gran agitación de 2011. De hecho, a lo largo del siglo XXI la movilización estudiantil ha seguido aumentado en todo el mundo. Algunas de las protestas más significativas han sido en Chile (2004), Estados Unidos (2009) y Honduras (2009) —también en 2018 los tres—, Reino Unido (2010) y, a partir de 2011, Hong Kong, Canadá y Venezuela. Los estudiantes en Brasil y Sudáfrica dieron asimismo lecciones muy valiosas en 2015.
En Brasil los estudiantes tomaron mil institutos y 200 universidades durante la Primavera Secundarista, un movimiento estudiantil organizado que rechazaba la PEC 241 y la reforma educativa propuesta por el Gobierno de Dilma Rousseff. Brasileños de 17 años articularon un cambio político y social a pesar de la brutal represión y lograron tumbar la reforma educativa. Pusieron de relieve lo tóxicos que habían sido los sentimientos paternalistas hacia los jóvenes haciéndoles creer que eran incapaces de gobernarse a sí mismos y tener peso en la sociedad. La ruptura generacional es y ha sido un factor omnipresente en todos y cada uno de los movimientos estudiantiles de la Historia.
Bajo el hashtag #RhodesMustFall, los estudiantes en Sudáfrica pedían por su parte la retirada de la estatua de Cecil Rhodes que presidía la explanada de la Universidad de Ciudad de Cabo. Denunciaban que la estatua simbolizaba el neocolonialismo y las huellas del sistema de apartheid e hicieron evidente la falta de transformación en las universidades del antes denominado tercer mundo. Declaraban que el colonialismo seguía latente y pedían equidad racial, mayor presencia de profesores indígenas y cambios en los planes de estudios que incluyesen asuntos africanos tradicionales y las luchas coloniales.
El uso de las redes sociales ha sido imprescindible en el desarrollo y la difusión mundial de los movimientos estudiantiles en este siglo. Internet es un arma de doble filo extremadamente potente: puede servir para organizar y concienciar a la sociedad o para controlarla –el reciente caso de manipulación electoral estadounidense a través de Facebook es un claro ejemplo de esto-. Es el campo de batalla mediática entre el discurso dominante y el rebelde. Adormecidos por la anestesia consumista, las redes sociales hacen a los jóvenes tremendamente vulnerables a las descomunales campañas de marketing orquestadas por grandes empresas.
El aumento del bienestar en Occidente y la consolidación de la clase media han calmado las ansias revolucionarias de antaño, al contrario que los estudiantes de América Latina, que han permanecido mucho más activos y en lucha. Al no estar en contacto directo con el conflicto, la violencia o la pobreza extrema, los individuos de las sociedades occidentales no sienten la necesidad de actuar. Para que una sociedad sea democrática, igualitaria y justa y sepa dar respuesta las nuevas generaciones, es necesario un tejido estudiantil crítico y formado que ponga en cuestión el poder y participe activamente en la política; de lo contrario, las sociedades olvidarán de quién depende el futuro y verán estancado su progreso. Criminalizar y menospreciar el poder estudiantil es arrebatarle a la sociedad uno de sus contrapesos más fuertes.
“Nosotros somos el poder”: un siglo de lucha estudiantil fue publicado en El Orden Mundial - EOM.