Tras mi anunciado regreso, vengo a confirmar que esta vez no iba de farol. Por fin estoy aquí. Metido de nuevo en este mundo que tanto he echado de menos, con la intención de hablarle al mundo. Esa es la principal diferencia con las anteriores intentonas, la ilusión. Vuelvo con pocas novedades que contar, pero con muchas ganas de escibrir, aunque sea sobre la más absoluta nada o sobre mi vecino suicida, todo se andará.
Han sido varios meses de retiro estival en los que me he olvidado por completo de que tenía un blog. ¿Qué era eso de Yopopolin?, me pregunté hace unas semanas... ¡Coño! Mi otro yo olvidado y arrinconado en un lugar de la red al que no le he dado vida desde ni se sabe. Desde entonces una palabra ha definido mi estado de ánimo. Nostalgia. Sí, Yopo estaba nostágico, el muy... y a mi no me dejaba hacer nada, pensando a cada rato lo bien que me vendría escribir de nuevo mis propias ideas, hablar sobre las trivialidades de la vida, o aventurarme de nuevo a crear en el sentido más literario de la palabra.
Nostalgia. Dícese de la tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida. Y mi dicha era el blog. Me costó reconocerlo, lo echaba de menos, lo había perdido. El diccionaio también dice que la nostalgia es la pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos. Por supuesto no puede estar más acertada Doña RAE. Mi patria es la blogosfera y, aunque vengan pajaritos a sugerirme que hay principados mejores, siempre lo será.
Y sí, también echaba de menos a los amigos. A esos sufridores lectores que me seguían en las duuas y en las maduras, una frase que jamás habréis oído... Me preguntaba que sería de mi Luna turca, si Ayla seguiría tan dulce como siempre, o si Danygirl se habría cambiado el nombre de nuevo. Extrañaba las canciones de Aprilis, la X de X, las recomendaciones cinéfilas de Anna K y las conversaciones con Ardid o Pio. Deseaba saber qué sería de Claire, Rebeca y Alas, o si Marisela y Yandros ya habían dado la vuelta al mundo. Me acordaba de Nebulina y Anna cuando hablaba con mis amigos MIR, y de El extraño desconocido cada vez que veía un elefante. Quería partirme de risa con las cosas de Sandra y reflexionar con los escritos de Caótica y Ailën. Otra vez.
Estaba claro, tenía que volver.